Consecuencias de un voto

Por Celso Amorim – (01/04/11)
En el estreno de su columna, Celso Amorim afirma que decir que el apoyo a la resolución de la ONU contra Irán no afectará la percepción que se tiene de nuestra postura internacional es tapar el sol con un dedo. Foto: Agencia Brasil
El 24 de marzo último, Brasil apoyó la resolución del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas que instituyó un Relator Especial para investigar la situación en Irán. Este tipo de relator sobre un país específico representa, desde un punto de vista simbólico, el nivel más alto de cuestionamiento sobre el estado de los derechos humanos. Para hacerse una idea, tan solo ocho países están sujetos a tal tipo de escrutinio.
Si exceptuamos a Haití, cuya inclusión se debe sobre todo a los efectos de catástrofes naturales y contó con el apoyo del propio gobierno de Puerto Príncipe, todos los demás (Camboya, Myanmar, Somalia etc.) fueron escenarios de tragedias humanitarias graves. Son en general países muy pobres, dichos de menor desarrollo relativo, en que el Estado, ya sea por incapacidad (Burundi, Haití), ya sea en razón de sistemas políticos autocráticos (Corea del Norte, Myanmar), no atiende mínimamente a las necesidades de sus ciudadanos.
Incluso países, acertada o equivocadamente, considerados por las potencias occidentales como dictaduras (Cuba, China y Libia, antes de los últimos acontecimientos) o que han pasado a ser definidos como tales recientemente (Egipto y Tunes, antes de la Revolución del Jazmín) no forman parte de esa lista infame. Noto, a propósito de ello, que un reciente artículo publicado en el Herald Tribune exponía la opinión de un ex diplomático norteamericano establecido en Teherán de que habría en Irán más elementos de democracia que en el Egipto de Mubarak, entonces señalado como ejemplo de líder árabe moderado. Si mal no recuerdo, Irán es el único país que podría ser clasificado como una potencia mediana que está sujeto a ese tipo de escrutinio. No proceden las explicaciones que tratan de minimizar la importancia de la decisión con comparaciones del tipo: “Brasil también recibe relatores” o “no hubo condenación”.
No hay como comparar los relatores temáticos que han visitado a Brasil con la figura de un relator especial por país. En la semiología política del Consejo de Derechos Humanos y de su antecesora, la Comisión, el nombramiento de un relator especial (hacemos la salvedad de los casos de desastres naturales o situaciones de post guerras civiles, en las que el propio país pide o acepta el relator) es lo que puede haber de más grave. Si no se trata de una condenación explícita, implica, en la práctica, poner al país en el banquillo de los acusados. Cuando fui ministro del presidente Itamar Franco, viajé a Cuba con una carta de nuestro jefe de Estado, la cual, además de referirse a la ratificación del Tratado de Tlatelolco, sugería que Cuba hiciera algún gesto en el área de derechos humanos.
Cuba admitió invitar al Alto Comisariado de las Naciones Unidas para el tema, pero se negó terminantemente a recibir el relator especial sobre el país. Cuento esto no para justificar la actitud de La Habana, sino para ilustrar la reacción que despierta la figura del relator especial. No cabe, entonces, disminuir la importancia del voto de la semana pasada. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero decir que no afectará nuestras relaciones con Teherán o la percepción que se tiene de nuestra postura internacional es tapar el sol con un dedo.
En los últimos meses y años, Brasil participó de varias acciones o emprendió gestiones que resultaron en la liberación de personas detenidas por el gobierno iraní, tanto extranjeros como nacionales de aquel país. Es difícil determinar cuál es el peso exacto que tuvieron nuestras démarches en situaciones como la de la norteamericana Sarah Shroud o del cineasta Abbas Kiarostami. En el primer caso, la joven alpinista vino a agradecernos en persona. En otros casos, como el de la francesa Clotilde Reiss, no titubeo al afirmar que la acción brasileña fue absolutamente determinante. Incluso en el triste caso de la mujer amenazada de muerte por apedreo, Sakineh Ashtiani, las apelaciones de nuestro presidente, seguidas de varias gestiones a mi nivel ante el ministro del Exterior iraní y el propio presidente Ahmadinejad, seguramente contribuyeron para que aquella pena bárbara no se haya concretado.
Podría mencionar otros, como el del grupo de bahaíes, cuya condenación a muerte parecía inminente. Evidentemente, tales acciones solo pudieron tomarse y solo tuvieron efecto porque había cierto grado de confianza en la relación entre Brasilia y Teherán, grado de confianza que no impidió que el presidente Lula haya demostrado al presidente iraní lo absurdo de sus declaraciones que negaban la existencia del Holocausto o que propugnaban la eliminación del Estado de Israel. Me parece muy improbable que el gobierno brasileño se sienta a gusto para este tipo de démarche después del voto del día 24. O, en el caso de que se sienta, que nuestros pedidos vengan a ser atendidos. Mucho menos tendrá Brasil condiciones de participar de un esfuerzo de mediación como el que emprendimos con Turquía en busca de una solución pacífica y negociada para la cuestión del programa nuclear iraní (lo cual, ciertamente, llenará de alegría a aquellos que desean ver a Brasil pequeño y sin proyección internacional). Ojalá me equivoque.