Javier Diez Canseco: ser de izquierda en el Perú

A 10 años de su fallecimiento publicamos a modo de homenaje este artículo de Javier Diez Canseco. Quién fuera fundador del Foro de Sao Paulo, socialista mariateguista coherente y un internacionalista y Latinoamericanista que dejó profunda huella por su consecuencia y lucha.

Javier Diez Canseco, escrito en abril de 2003

Ser de izquierda resultó un compromiso de vida, una pasión vital, integral y envolvente. Fue así desde que tomé esa opción, desde que emprendí ese camino. Lo tengo claro hoy, después de 36 años en que inicié –agobiado por un entorno social y político intolerable- una aventura existencial que no se ha agotado: la búsqueda de la justicia social, la equidad, la igualdad de oportunidades.

Ser de izquierda fue, y es, tener el privilegio de abrazar una utopía, una fe, en el sentido mariateguista. Una utopía que, apoyada en principios firmes y en herramientas propias del análisis científico, constituye el nervio central de una opción política: una sociedad de iguales en oportunidades y derechos. Es asumir un extraordinario reto, un horizonte provocador: la construcción del reino de la libertad, basado en un vigoroso desarrollo de las capacidades productivas, científicas y técnicas de la humanidad, en el que cada cual da según sus capacidades y recibe según sus necesidades. Es persistir –en el horizonte más lejano- en la búsqueda de fórmulas para resolver la contradicción fundamental que el viejo Marx señalara respecto al capitalismo: la producción es social, pero la distribución es privada.

Ser de izquierda hoy, en el mundo globalizado, es sostener una vieja opción internacionalista transformada en la consigna de que una nueva globalización es posible, una que nos incorpore y no nos margine a la mayoría de los habitantes del planeta. Una que nos permita compartir y beneficiar equitativamente de los logros de la revolución científico-técnica, de los instrumentos que ha generado para elevar la producción y la productividad, para acelerar la comunicación y el transporte, respetando nuestras identidades e historias nacionales y desechando la imperial pretensión de imponernos el pensamiento único o el uso unilateral de la fuerza militar.

Ser de izquierda es plantearse exaltar las cualidades estrictamente propias de los seres humanos: la solidaridad y la racionalidad. Es la expresión de una firme creencia –ética y científica- en los seres humanos y su capacidad de superar el predominio del egoísmo más instintivo para ubicarse como individuos al interior de un colectivo y un entorno determinantes y condicionantes de sus propias posibilidades.

Por ello creo que ser de izquierda es, luego de más de una década de una asfixiante cultura del individualismo más extremo y de la destrucción de los más elementales valores comunes que atan a una sociedad, asumir una tarea que va mucho más allá del afán de incidir o manejar las riendas del poder o la administración del Estado. Es asumir la tarea de construir un sentido común alternativo, una cultura alternativa, apoyada en la solidaridad, la justicia, la descentralización del poder y del desarrollo, la participación ciudadana en una democracia integral, capaz de abarcar no sólo lo político sino lo social, lo económico y lo cultural.

Pero militar en una opción de izquierda, en el Perú de hoy, es retomar la responsabilidad de contribuir a reconstituir el tejido social, la organización de los diversos sectores sociales del país y las instituciones que los representen y articulen: sindicatos y gremios, asociaciones de productores y movimientos de usuarios, frentes regionales y asambleas cívicas… Porque una auténtica izquierda tiene –en su centro mismo- el compromiso con el protagonismo popular en la historia. Aspira a que el mudo –el marginado, discriminado y oprimido de siempre- tenga voz, tenga la palabra (como magistralmente señalara Julio Ramón Ribeyro) y alcance la ciudadanía. La izquierda, en mi concepto, es una fuerza íntimamente comprometida con la construcción de un país de ciudadanos y ciudadanas, con derechos y deberes, organizados.

Ser de izquierda hoy, a diferencia de un ayer sectario en que nos creíamos dueños de la ciencia y la conciencia de los trabajadores, es recoger la experiencia y conciencia de los oprimidos y, a la vez, cultivar la tolerancia dentro de la firmeza de los principios. Pocos han recogido la escuela viva de José Carlos Mariátegui, que dio permanente ejemplo de apertura al diálogo con el pensamiento alternativo y las nuevas ideas, sin perder su identidad y filiación socialista. Ello implica autocriticar concepciones, estilos y conductas incorrectas, alimentadas por una lectura ideológica y política errónea, equivocada.

Hoy, no creo que ser de izquierda sea adscribir a una ideología cerrada y capaz de explicarlo todo, como fue nuestra inicial lectura del socialismo marxista. No creo que podamos tratar la opción ideológica como algo simplemente idéntico a una ciencia, que todo lo explica y comprende. Considero que la izquierda se apoya en una combinación de principios y valores fundamentales –que pueden provenir de raíces e historias ideológicas diversas- junto a teorías científicas que nos articulan. Pero que ello debe ir de la mano con una propuesta programática, una visión de la sociedad, del país y del mundo que queremos.

A diferencia de las antiguas estructuras políticas de cuadros, profesionalizados o a dedicación a tiempo completo y de pequeñas células, creo que la izquierda debe plantearse ser un gran movimiento social, de ciudadanos organizados, apoyado en comités de base territorial y de especialización sectorial (juvenil, de género, laboral, agraria, productiva, de consumidores, etc.). Creo en una organización política basada en el pleno ejercicio de la democracia interna (un militante un voto, elección de los cargos internos y candidatos a cargos públicos, renovación generacional interna) así como en la tolerancia a corrientes de pensamiento internas (algo antes impensado frente a la exigencia de uniformidad ideológica

absoluta). Una organización que acentúe su interés en incorporar mujeres y jóvenes, y dedicar importante espacio a la formación y renovación de dirigentes. Una organización que practique, en pequeño, la propuesta de sociedad que postula construir.

Ser de izquierda hoy es abandonar la vieja lectura que tuvimos del centralismo democrático (conducta única a partir de un centro único de decisión y un todopoderoso secretario general y Comité Central que lo resuelve todo) para sustituirla por la democracia interna y la descentralización en la toma de decisiones que –sin quebrar la unidad en lo fundamental- reconozca que somos un país diverso y heterogéneo, con regiones y subregiones, ecosistemas y etnias, que tienen personalidades propias e identidades que deben ser respetadas, y que deben poder decidir y resolver sobre lo que les compete.

Ser de izquierda es hacer política desde la vida cotidiana, frente a los problemas del día a día: la basura, la educación, la salud, el barrio, el centro de trabajo. En cada uno de estos casos hay propuestas de organización y acción desde una opción solidaria, justa, equitativa, participativa, descentralista y comprensiva de los diversos sectores más necesitados, así como desde la visión de un nuevo país, que se construye combinando la acción cotidiana con la lucha por una alternativa nacional de gobierno y poder social organizado.

Ser de izquierda hoy es abandonar la idea de que el poder se asalta o simplemente se conquista electoralmente, y reafirmar un abierto enfrentamiento al terrorismo en todas sus formas. Es concebir que el poder popular y nacional se construye en la articulación del movimiento político y social, programático, principista y participativo. Sólo así una alternativa de izquierda no será engullida –como lo revela la historia en numerosos casos de políticos que alcanzaron el gobierno- por la maquinaria del poder establecido de los poderosos de siempre, llevando al fracaso los anhelos de cambio.

Pero hoy, ser de izquierda es también plantearse la reconstrucción de una representación y articulación política que venza las barreras del sectarismo y el hegemonismo, que sume y no reste, que sea capaz de constituir una alternativa real de gobierno y de poder. Implica una postura constructiva y unitaria, teórica y a la vez práctica, capaz de vincular pensamiento-organización-acción para hacer posible la utopía. Ello implica, en lo inmediato, la tarea de reagrupar a buena parte de quienes vivieron las más extraordinarias oportunidades de la izquierda, desde Izquierda Unida, y quieren –excluyendo a los sectarios y a quienes hacen de la política un antiético y corrupto servicio a sí mismos- recuperar voz y presencia, sueños y esperanza, herramienta y conquista de espacios para una opción popular y nacional.

Sin embargo, no se trata de reagrupar a los ex izquierdaunidistas o de reconstruir IU. Se trata también de recuperar un diálogo intergeneracional, con juventudes de ambos sexos, que vivieron otra experiencia (la del terrorismo senderista y antisubversivo, la de la debacle alanista y el tecnocratismo –antipolítico, pragmático y corrupto- del fujimorismo) y hablan un lenguaje que no es el mismo de los que superamos los 40 o 45 años. Una opción de izquierda tiene que recomponer esta relación en un nuevo proyecto partidario, que exige redistribuir y compartir internamente las responsabilidades y el poder. No más juventudes como movimientos aparte y sin derechos plenos en el partido. No más mujeres en las tareas administrativas y de apoyo. Equidad de oportunidades y discriminación positiva, para promover su participación resultan centrales hoy.

Y, claro, se trata ahora de reconocer que fue un error no avanzar hacia UN partido de izquierda y centro-izquierda, manteniendo la lógica del frente único (IU) sin esforzarnos por construir una estructura más consistente y eficaz, a nivel partidario. Este es el esfuerzo que asumimos algunos en la forja del Partido Democrático Descentralista (PDD) hoy. Y que otros emprenden –con sus especificidades- desde el PDS o el Partido Humanista. Es el afán de los intentos que impulsan los amigos del PC y, con sus características propias, los amigos que impulsan la revista Nosotros. Es el afán de innumerables movimientos regionales como el PDR de Puno y tantos otros del macro sur, la selva, el centro, y el norte del país.

Estos esfuerzos confluirán en un partido o, más allá, en un bloque político que deberá tentar ser alternativa de gobierno y poder, ampliándose desde la izquierda y centro izquierda hacia el centro, como exitosamente lo logrará Lula y el PT en Brasil.

Esto es, para mi, ser de izquierda. El privilegio de contar con una utopía realizable, un sueño que puede convertirse en realidad. Despertar cada día con un afán organizativo y de acción, acariciar la esperanza en un país y un mundo que parece carecer de ella, y –sobre todo- asumir principios y conductas que nos permiten mirar a los demás a los ojos, dormir tranquilo y saber que nuestros hijos llevan su apellido sin deshonra.