Ponencia de Valter Pomar en Santiago de Chile – 18 de abril de 2013

El Partido Socialista de Chile y el Instituto Igualdad realizaron, el 18 de abril de 2013, un seminario internacional denominado “Nuevos caminos y desafíos para la izquierda y el progresismo en América Latina”. El seminario se realizó en el Hotel Plaza San Francisco, en Santiago de Chile. De Brasil estábamos Luis Soares Dulci y el que les escribe.
Participé del panel “Popular y nacional: la izquierda y los nuevos movimientos sociales en América Latina”, al lado de Mónica Xavier (senadora y presidenta del Frente Amplio de Uruguay), Isabel Allende (senadora y vicepresidenta del PS de Chile), Santiago Flores (diputado y dirigente del Frente Farabundo Martí de El Salvador). La coordinación del panel fue de Carola Riveros, vicepresidenta de la Mujer del Partido Socialista de Chile.
A continuación se encuentra la versión completa y revisada de lo que hablé en el seminario. Completa, porque incluyo trechos que tuve que cortar para la exposición oral a fin de respetar el tiempo establecido por los organizadores. Revisada, pues no es una reproducción literal de lo que fue dicho y transmitido en vivo por la página Web del PS de Chile.
Buenas tardes.
Agradezco la invitación.
La experiencia del Partido Socialista de Chile y del gobierno de la Unidad Popular de Chile es muy importante, tanto para el Partido de los Trabajadores como para el Foro de São Paulo.
El Partido Socialista de Chile forma parte del Foro de São Paulo. Y mantiene una antigua relación con el Partido de los Trabajadores.
Personalmente, estoy convencido de que muchos de los problemas esenciales que enfrentamos hoy, en América Latina y el Caribe, fueron anticipados por la experiencia de la Unidad Popular.
Más que eso: Chile fue un “laboratorio” en otros aspectos, de la dictadura, del neoliberalismo, de las democracias restrictas, de los éxitos y problemas de las coaliciones de centroizquierda.
Por ello, considero fundamental debatir la experiencia chilena, tema que desarrollo en uno de los artículos de la recopilación publicada por el PT, con artículos sobre nuestra política de relaciones internacionales.
Ahora voy a tratar del tema propuesto por los organizadores: “Popular y nacional: la izquierda y los nuevos movimientos sociales en América Latina”.
Hablaré en carácter personal.
Y adoptaré el mismo procedimiento que el senador Camilo Escalona en el primer panel, o sea, voy a empezar criticando los “interrogantes” propuestos por los organizadores de este seminario.
El primer interrogante dice así: “cómo es y cómo debe ser la relación de la izquierda con el mundo social”.
Pienso que es más adecuado hablar de la relación entre partidos y movimientos, entre lucha social e institucionalidad.
No se trata de una cuestión de términos, de palabras.
Para nosotros, no tiene sentido contraponer izquierda y mundo social, entendido este último como movimientos sociales.
Tenemos en Brasil una izquierda que es y quiere seguir siendo político-social.
Sobre esto, una “anécdota”: una compañera fue a un seminario convocado por el PSOE, que ocurrió simultáneamente a grandes manifestaciones callejeras contra las políticas de austeridad. Para espanto de la compañera, próceres del PP y también del PSOE cuestionaron a los parlamentarios de izquierda que se sumaron a estas manifestaciones, porque en su opinión el rol de los partidos es parlamentario.
La verdad es que no compartimos la visión socialdemócrata clásica, del siglo XIX, que establecía una separación demasiado escolástica entre la lucha económica y la lucha política, así como diferenciaba de manera demasiado absoluta los roles del partido y del sindicato. Es necesario ver como continuum lo que se veía como estanco. Y hay que entender que las organizaciones asumen distintos roles, en distintos momentos.
Por eso, aunque existan entre nosotros tanto el administrativismo como el movimientismo, estas dos corrientes (que algunos clasifican como parte de una especie de neoliberalismo de izquierda) tienen dificultad para consolidarse teóricamente. O sea: incluso los que practican estas posturas no logran sostenerlas en el plano de la teoría.
El segundo interrogante propuesto por los organizadores del seminario dice así: “cómo diseñar mecanismos eficientes y eficaces para la participación e incorporación de los movimientos sociales en el proceso democrático”.
Nosotros no diríamos eso.
Hablaríamos de participación popular en el Estado, control social sobre el Estado, de dar contenido real, social, a la democracia formal.
No hablaríamos de “incorporar” a los movimientos sociales en el “proceso democrático”.
Para nosotros, los movimientos sociales son parte fundamental del proceso democrático.
Y la vida institucional no es “el” proceso democrático, sino parte del proceso democrático.
La democracia no se expresa únicamente en la institucionalidad.
Existe y debe ser considerada la legitimidad democrática de las calles, la democracia directa y la democracia participativa.
Uno de los problemas que se nos plantea es, por lo tanto, cómo democratizar, a través de la lucha social, de la democracia directa y participativa, la vida institucional.
Claro que esta visión tiene que ver con nuestra historia.
En 513 anos, tuvimos 389 de monarquía, 36 de dictadura, 45 de democracia electoral muy restringida. Solo a partir de 1989 hemos vivido una democracia electoral más amplia y fue en este período cuando, en meros 13 años, llegamos a la presidencia de la República.
Pero no llegamos gracias a las instituciones, sino en gran medida a pesar de ellas. Lo que nos llevó a ganar la presidencia fue la combinación de lucha social, lucha institucional, construcción partidaria y disputa político-cultural en la sociedad. Sumados, por supuesto, la crisis y el desgaste político de los neoliberales brasileños, encabezados por el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
No queremos decir con todo esto que tengamos en Brasil una única visión, ni tampoco una visión teórica clara acerca de estos temas.
Como ya dijo aquí Dulci, predomina en algunos sectores de la izquierda brasileña una tradición empirista.
Pero esta tradición, que en cierto momento fue útil y esencial para que pudiéramos avanzar, hoy frena nuestro avance. Necesitamos teoría, necesitamos más y mejor teoría.
Tenemos un déficit teórico en tres terrenos fundamentales: en el análisis del capitalismo del siglo XXI; en el debate sobre las experiencias socialistas/socialdemócratas/nacional-desarrollistas del siglo XX; y en el debate sobre la estrategia.
Y hablar de estrategia es hablar de Estado y de clases sociales, que son exactamente los temas que debemos tratar en este panel denominado “Popular y nacional: la izquierda y los nuevos movimientos sociales en América Latina”.
Para complicar la cuestión, han ocurrido cambios importantes en Brasil, en las últimas dos décadas; y en la última, en parte en función de nuestros éxitos, han resurgido viejos problemas y surgido problemas nuevos.
Paso a sumariar algunos de estos problemas.
Primero, un cambio generacional que tiene efectos políticos: para parte creciente de la población brasileña, nosotros, nuestro partido, nuestra izquierda, nuestro gobierno, forman parte del pasado.
Mientras tanto, en la propia izquierda, contradictoriamente, hay un envejecimiento prematuro: nuevos cuadros surgen ya envejecidos y burocratizados.
Segundo, un cambio sociológico: la elevación de la capacidad de consumo ha generado, no una nueva “clase media” como equivocadamente se dice, sino una nueva fracción de la clase trabajadora.
Una fracción que es mayoritariamente conservadora, muy susceptible a la influencia de la derecha, sin la experiencia de lucha de la antigua clase trabajadora.
Pero atención: se decían cosas similares de la clase trabajadora brasileña de los años 70. Un importante sociólogo decía que los metalúrgicos serían la mejor expresión del conservadurismo predominante en la clase trabajadora de ese entonces. Pero enseguida empezaron las huelgas en la región del ABC y el resto de la historia ustedes conocen…
Irónicamente, si no tomamos las debidas medidas, algo de esa naturaleza puede ocurrir contra nosotros, no a nuestro favor. Incluso, la derecha sindical y religiosa se está dedicando fuertemente a organizar esta nueva fracción de la clase trabajadora.
Tercero: todavía vivimos en Brasil un prolongado reflujo de las luchas sociales.
Tuvimos un pico en los años 1980. Después un descenso en los años 1990, a causa del neoliberalismo. Después ocurre algo curioso en la década del gobierno encabezado por el PT: las mejorías sociales fueron producto, principalmente, de las luchas del pasado, no de las luchas del presente.
Por otro lado, surgieron nuevas luchas y demandas, que no son adecuadamente canalizadas por las organizaciones de la izquierda.
Cuarto: lo que se describió anteriormente genera un proceso lento y defectuoso de “reposición de stocks”.
En el exacto momento en que necesitamos más cuadros, pues tenemos que ocuparnos, simultáneamente, de las “viejas” y de las nuevas tareas, en este exacto momento, el proceso político-social genera menos cuadros y, peor, genera un tipo específico de cuadros, más institucionalizados y menos ligados a las luchas sociales.
Lo cual genera un desequilibrio en nuestra estrategia, que preveía combinar lucha social e institucional, combinación que a su vez supone una distribución adecuada de cuadros en cada tarea.
A esto se agrega la dificultad generada por la escasa inversión en formación política, sumada a un proceso más amplio, a saber, la deformación política de masas producida por los medios de comunicación, por la industria cultural, por el aparato educativo y por las iglesias conservadoras.
Quinto: a todo ello se suma una nueva situación política. Antes articulábamos partido y movimiento, en la lucha contra gobierno y Estado. Hoy tenemos que articular partido, movimiento y gobierno, en la lucha contra Estado y derecha.
O, si queremos ejemplificar, tenemos que articular partidos y movimientos y gobierno, en plural; y luchamos también contra parcelas de gobiernos que, aunque encabezados por nosotros, son controlados por la derecha, que cuentan con partidos y también con movimientos sociales.
En este punto de la exposición, me gustaría aclarar que disiento de la visión expuesta por Camilo Escalona, acerca de la alternancia como variable fundamental.
Explico: una cosa es defender modelos políticos en los que la alternancia sea posible, en los que la minoría se pueda convertir en mayoría.
Otra cosa es estar preparados para la alternancia, para ser derrotados, para actuar en la oposición y no creer que estaremos eternamente en el gobierno.
Ahora, una tercera cosa, completamente distinta y errada, es considerar positiva la alternancia entre izquierda y derecha.
No quiero que la derecha gobierne, ni que vuelva a gobernar ningún país de América Latina y no puedo entender que esto pueda ser considerado, bajo ningún aspecto, como algo positivo.
Vale la pena observar como procede la burguesía: ella admite la alternancia de diferentes partidos en el gobierno, no solo porque estos partidos aceptan su hegemonía, sino principalmente porque controla el Estado.
Nuestro problema es de naturaleza distinta: nosotros no controlamos el Estado. Si lo controláramos, la alternancia entre partidos de izquierda no sería ningún problema. E incluso una eventual llegada de la derecha al gobierno no sería un completo desastre.
Lo que acabo de decir nos remite a otro punto, a saber: hace falta tener en cuenta y valorizar la pluralidad en la propia izquierda. Algunos de los que critican las teorías de “partido único” tienen al mismo tiempo mucha dificultad para lidiar con la pluralidad en la propia izquierda.
Sea como fuere, el tema es: tenemos que cambiar el Estado, cambiar su naturaleza, no solo su forma.
Y para esto tenemos que entender la disputa de espacios en el aparato del Estado, como parte de una tarea más amplia, que es disputar la dirección global de la sociedad. Y debemos recordar que, en lo que atañe al Estado, la disputa fundamental no es por espacios, sino por aprovechar esos espacios para alterar la naturaleza del Estado.
Sexto punto, que se deriva de lo dicho anteriormente: necesitamos desmontar los mecanismos profundos que protegen los intereses de la clase dominante, entre los cuales: la influencia del dinero en la política; la estructura judicial dedicada a defender los intereses de los poderosos; la violencia sistemática, tema que incluye el viejo debate sobre las fuerzas armadas, pero que incluye otros aspectos, como la seguridad pública; y la articulación entre medios de comunicación, industria cultural y aparatos educativos.
Séptimo punto, también derivado del anterior: es necesario constituir una cultura de masas, no solo progresista, sino de izquierda.
El uso abusivo del término “progresista” es, en mi opinión, una concesión indebida y anacrónica.
Quiero a los progresistas de nuestro lado, pero lo que existe de más progresista en el mundo es la izquierda y lo que necesitamos es reconstituir una cultura de masas de izquierda, en torno a la igualdad, a la democracia y al internacionalismo, debidamente articulado con la defensa de la soberanía nacional.
En este punto, aprovecho para decir que comparto con Camilo Escalona lo siguiente: no hay “modelos”.
Tenemos diferentes izquierdas y diferentes estrategias nacionales. Pero hace falta construir una estrategia continental, articulada alrededor de la integración. Pues sin integración ninguna de nuestras estrategias tendrá éxito. Salvo, claro, las que defienden la sumisión a los intereses de los Estados Unidos, allí incluidas sus políticas de “libre comercio” y sus tratados inspirados en el ALCA.
Nuestra cultura de masas de izquierda tiene que revalorizar la política. Pero no la política en general. Debemos valorizar nuestra política, que debe ser una política plebeya, basada en la idea de que la sociedad debe gobernar a sí misma y, por lo tanto, que la política no es profesión.
Es más, esta idea de la política como profesión, como carrera, es uno de los grandes obstáculos que enfrentamos en la relación con la juventud y con los sectores populares en general. Muchos cuadros de la izquierda han abandonado la visión del revolucionario profesional y adherido a la idea del político profesional. O sea, adhirieron a la idea de que la política é una labor privativa de un grupo especial apartado de la sociedad.
Octavo punto: en esta situación que estamos, necesitamos más y mejor articulación entre lucha social y lucha institucional.
No se trata solo, como se ha dicho aquí, de “escuchar” a los movimientos; ni se trata solo de “estimular a dirigentes de los movimientos a que se hagan parlamentarios”.
La cuestión es de otra naturaleza: se trata de entender que una estrategia de izquierda necesita actuar dentro y fuera del Estado, necesita combinar los distintos aspectos y formas de la lucha político-social de la clase trabajadora.
Aquí hace falta recuperar aquella noción de partido en el “amplio” sentido de la palabra, así como la idea de que el partido debe ser un organizador y educador de la sociedad para su transformación; y rechazar la visión de partido como organización técnico-administrativo-burocrática que tiene como objetivo exclusivo conquistar trozos, espacios de poder en el aparato del Estado.
Como el tiempo se ha acabado, invito a todos a que lean el cuadernillo de artículos sobre la política internacional del PT; los invito además a que participen del XIX Encuentro del Foro de São Paulo, del 31 de julio al 4 de agosto de 2013, esta vez en la ciudad de São Paulo, Brasil.
A este respecto, quiero decirle a Camilo Escalona -que según entendí propuso crear una articulación internacional de los “socialistas democráticos”- lo mismo que le dije a un amigo que de manera simétrica propuso articular a los “socialistas revolucionarios”.
Le dije algo así como: cada uno puede y debe hacer lo que entienda correcto hacer, pero mantengamos los puentes y evitemos una cristalización de familias contrapuestas tal como existe en Europa. El Foro de São Paulo es uno de esos puentes, reuniendo a todas las familias de la izquierda latinoamericana. Y es esta unidad en la diversidad la que nos ha hecho llegar hasta aquí mejor que lo que está la izquierda en otras regiones del mundo.
Personalmente, creo que los que siguen soñando con organizaciones internacionales ideológicamente homogéneas no entienden bien lo que viene ocurriendo desde 1998 y tampoco entienden la naturaleza del período estratégico en el que estamos.
Para terminar: a diferencia de lo que dijo alguien en el primer panel de este seminario, yo no creo que el neoliberalismo “toca retirada”.
Al contrario: ellos están en una brutal ofensiva, como se ve en Europa y en las acciones de los Estados Unidos e incluso en lo que está ocurriendo en Venezuela y en Paraguay.
Lo que cambió, en relación a la época de Thatcher, es que en aquel momento la mayor parte de la clase trabajadora y de las izquierdas perdió la seguridad de que el futuro sería nuestro.
Hoy, al contrario, la mayor parte de nosotros volvió a darse cuenta de que solo podrá existir futuro para la humanidad gracias a nosotros, gracias a la izquierda.
Muchas gracias.