La izquierda latinoamericana ante sus nuevos desafios

En 1990, mientras la izquierda mundial enfrentaba el peor desastre de su historia con el derrumbe del socialismo en la Unión Soviética y Europa del Este, en América Latina se creaba el Foro de Sao Paulo, espacio de debate y comunicación política que en poco tiempo logró aglutinar a toda la diversidad de la izquierda continental. En aquel momento la izquierda gobernaba únicamente en Cuba (lo había hecho en Nicaragua por diez años, pero meses antes de la fundación del Foro el sandinismo había sido derrotado en las elecciones).

La revolución continental y su estrategia, programa y organización como una necesidad histórica.
Por Carlos Fonseca Teran
En 1990, mientras la izquierda mundial enfrentaba el peor desastre de su historia con el derrumbe del socialismo en la Unión Soviética y Europa del Este, en América Latina se creaba el Foro de Sao Paulo, espacio de debate y comunicación política que en poco tiempo logró aglutinar a toda la diversidad de la izquierda continental. En aquel momento la izquierda gobernaba únicamente en Cuba (lo había hecho en Nicaragua por diez años, pero meses antes de la fundación del Foro el sandinismo había sido derrotado en las elecciones). Casi diez años después, la izquierda latinoamericana daría inicio a una contraofensiva producto de la cual, a veintidós años de su fundación, los partidos del Foro están gobernando en diez países del continente, luego de ganar los correspondientes procesos electorales, emprendiendo de inmediato en algunos casos la sustitución de la democracia representativa (legitimadora del captialismo por excelencia) por un nuevo modelo político, adecuado al rumbo socialista asumido allí donde la izquierda gobernante ha considerado que esto es posible, sin que haya ningún caso hasta hoy en que la izquierda haya perdido una elección después de haber llegado al gobierno por los votos, habiendo en cambio dos casos (Honduras y Paraguay) en que gobiernos progresistas han sido derrocados por golpes de Estado organizados por la derecha, y al menos tres casos (Venezuela, Ecuador y Bolivia) en que la derecha ha pretendido sin éxito, derrocar a los gobiernos de izquierda mediante este método. Es de destacar el hecho de que, mientras antes la izquierda se veía obligada a no parecer tan radical en su discurso para poder ganar las elecciones, ahora esto mismo le sucede a la derecha y no a la izquierda, debiendo la primera reciclar su imagen y como parte de ello, en representación de los países donde aún gobierna, no ha tenido más remedio que participar en los nuevos espacios surgidos de un proceso de integración y unión cuyo propósito es lograr la independencia política y económica continental, lo cual evidencia un grado de avance para la izquierda latinoamericana en la lucha ideológica. El siguiente paso en este sentido será que, contrario a lo que sucede en la actualidad, la derecha se vea obligada a competir en base a reglas del juego definidas por la izquierda y las clases populares, es decir según los intereses de éstas y del proyecto revolucionario que ya se encuentra en marcha al menos en una parte de los países en los que gobierna la izquierda.
A lo largo del tiempo transcurrido desde la fundación del Foro de Sao Paulo, una serie de circunstancias y características propias de ciertas fuerzas de izquierda han venido perfilando en el seno de éstas una visión que se caracteriza por plantear la posibilidad de lograr cambios revolucionarios en el continente mediante procesos más o menos radicales con gran énfasis en el cambio de modelo político como punto de partida para el resto de transformaciones a ser promovidas desde los nuevos espacios gubernamentales alcanzados por la vía electoral dentro del sistema que se pretende cambiar, pero a diferencia de la época en que la toma del poder por las armas estaba a la orden del día (aunque nunca fue posible hacerlo, salvo en los casos de Cuba y Nicaragua – en este último también por la vía electoral, ya en la nueva época –), ahora la situación en tal sentido se ve complicada debido a que no se tiene como premisa la previa destrucción del poder de clase de los sectores pudientes aliados del imperialismo, sino que se debe emprender la tarea del cambio revolucionario con la maquinaria intacta del poder que se pretende suplantar. Es por ello que el cambio de la superestructura político-jurídica de la sociedad adquiere ahora una importancia central, mientras que antes era dejada por último; en tanto ahora el control de la economía y de las fuerzas coercitivas, que antes se concebía como el primero a obtener, debe esperar un poco más. A fin de cuentas, la historia del socialismo y del maxismo como su principal sustento teórico es la del aumento en la importancia del factor subjetivo en detrimento de la del factor objetivo (en este caso, de la superestructura político-jurídica en detrimento de la estructura económica) y con ello, del aumento en la importancia del papel que ocupan las relaciones de causa en detrimento de las relaciones de determinación entre las categorías sociológicas fundamentales de la formación socioeconómica. Para el cambio del sistema político la izquierda necesita ahora la única fuente de legitimidad posible en tal sentido, que es el respado popular, con el inconveniente del bajo desarrollo en la conciencia de clase en los momentos iniciales de la gestión gubernamental, pero teniendo a favor el rechazo de la sociedad al modelo político basado en la intermediación entre los ciudadanos con su soberanía formalmente reconocida por el sistema, y el poder que oficialmente emana de dicha prerrogativa; siendo el soberano formal (es decir, el pueblo) sustituido por sus representantes oficiales en el ejercicio del poder, y originándose el rechazo al sistema en el desgaste temprano del neoliberalismo sin un sustento político adecuado a los nuevos tiempos en que la revolución electrónica, al poner en crisis las relaciones salariales con la expulsión masiva de fuerza de trabajo de la economía formal, pone en crisis la intermediación como forma de ejercer el poder, que tiene en lo económico al Estado y los grandes propietarios privados como sus exponentes por excelencia (intermediarios entre los trabajadores y la riqueza por ellos producida), y en lo político la centralidad de la representatividad mediante la cual las clases explotadoras usurpan la soberanía popular formalmente reconocida por el modelo político que legitima su poder de clase, colocando como representantes del pueblo (e intermediarios entre éste y el poder que como soberano le corresponde) a una clase política que hace el papel de su servidumbre en las instituciones propias de la democracia representativa que no solamente resulta insuficiente en tanto es portadora de la intermediación en plena crisis de ésta, sino que en tanto democracia resulta también un estorbo para el poder global ejercido por las corporaciones en el contexto de una crisis planteada por la contradicción terminal entre el carácter de la producción material como fundamento del desarrollo de la sociedad y la actual condición de la especulación financiera como principal vía para la creación de riquezas, característica de la globalización neoliberal como etapa actual de la fase imperialista de desarrollo del capitalismo.
La visión antes señalada, que plantea la viabilidad del cambio revolucionario en las actuales circunstancias es la tesis leninista sintetizada por Lukács como teoría de la actualidad de la revolución, aplicada a la época actual mediante una interpretación según la cual, la revolución puede y debe hacerse en cualquier circunstancia, porque sólo así se estará en condiciones de identificar o crear aquellas que son adecuadas para hacerla, y el socialismo puede comenzar a construirse aunque no estén dadas las condiciones que lo hacen posible, pues éstas pueden ser creadas, y al hacerse esto el socialismo está comenzando a construirse a nivel de la conciencia social, que es donde más importa, debido a que la idea misma de la revolución está vinculada con un concepto según el cual, la perfectibilidad del ser humano permite a éste ser portador de los valores éticos necesarios para una sociedad basada en la racionalidad y la espiritualidad que definen la condición humana como tal, y que están determinados según el marxismo, por el tipo de relaciones de producción o estructura económica vigentes, lo que a su vez depende del tipo de propiedad sobre los medios de producción que predomina, y según se desprende de los planteamientos guevarianos sobre la transición, las relaciones de producción o estructura económica dependen también del tipo de estímulos utilizados para motivar al ser humano a trabajar y crear riquezas.
Es necesario aquí delimitar ciertos conceptos. No debe confundirse la lucha revolucionaria con el triunfo revolucionario, el proceso revolucionario con el cambio revolucionario, y la construcción del socialismo con su instauración. La lucha revolucionaria es la actividad política encaminada a lograr la sustitución de un sistema de opresión por uno que no esté basado en ésta, y no finaliza con el triunfo revolucionario, que es la llegada del movimiento revolucionario al poder, lo cual da inicio al proceso revolucionario o a la transformación revolucionaria de la sociedad con la sustitución de un sistema por otro, cuyos plazos dependen de la realidad objetiva, no así el hecho revolucionario como tal, que es producto de una actitud ante el mundo y la vida, asumida por los sujetos impulsores del proceso. El cambio revolucionario implica la sustitución de un sistema de opresión por uno en que ésta ha desaparecido o se encuentra en vías de hacerlo, y se puede dar de dos formas (implicando en ambos casos la existencia de la revolución como un proceso en el que la misma es al mismo tiempo necesidad histórica y utopía, realidad social nueva e imaginario cultural): como un cambio radical o como un cambio gradual, pero en el cual la idea de la revolución es asumida a nivel masivo, lo cual es ya el inicio de la revolución, por la misma razón debido a la cual el socialismo comienza a construirse desde que se crean las condiciones para ello, y su construcción no culmina con su instauración, debido a que es un período de transición en el cual consiste la construcción social consciente, únicamente posible con el conocimiento y aplicación de las leyes objetivas que rigen la realidad social y que constituyen el contenido fundamental del marxismo como teoría científica de la revolución; y única manera de alcanzar la meta de que la sociedad humana se corresponda con la condición humana misma, es decir que esté basada en la racionalidad y la espiritualidad como características exclusivas del ser humano, cuyo rasgo distintivo es la autoconciencia o la capacidad de convertirse en objeto de su propio conocimiento como sujeto, lo cual a nivel individual se alcanza mediante la transformación del entorno natural y material según intereses e ideas, y a nivel social a través de la transformación consciente y con conocimiento de la relación entre causa y efecto, del entorno correspondiente, es decir de la realidad social.
Teniendo como premisa lo antes dicho, se harán aquí una serie de planteamientos en relación con el poder y las posibilidades revolucionarias actuales. Lo primero es que el poder no debe ser ejercido por los revolucionarios si no es para hacer la revolución, pues de lo contrario las fuerzas populares se dividen y se da un retroceso en la conciencia social, que es donde más importa avanzar. A lo anterior se debe agregar la observación de que el poder es en esencia, reaccionario, porque surge en la historia para ejercer la opresión de clase y no para suprimirla, debido a lo cual el ejercicio del mismo, aunque resulta indispensable para hacer la revolución, tiene consecuencias funestas para todo movimiento revolucionario que no tenga esto claro, y aún teniéndolo; en vista de lo cual puede decirse que para los revolucionarios, solamente vale la pena ejercer el poder si es para hacer la revolución, producto de la cual en un momento dado desaparecerán las condiciones que hacen necesario el poder concebido como medio de dominación de una parte de la sociedad por otra. Pero como según lo ya dicho, no solamente siempre es posible, sino también necesario hacer la revolución, la izquierda no puede dejar pasar ninguna oportunidad de tomar el poder, menos aún cuando está planteada la crisis del sistema cuya sustitución por otro es la razón de ser del poder revolucionario, pues la crisis de un sistema es el mejor momento para cambiarlo, y tal empeño es la única manera que tiene la izquierda gobernante de evitar pagar el costo político de la crisis, pues sólo así se podría asumir a nivel de la opinión pública que la crisis no es del sistema promovido por la izquierda, sino al contrario, la crisis es del sistema contra el cual la izquierda actúa, es decir aquel que la izquierda se propone cambiar, sustituyéndolo por otro.
Puede afirmarse, por tanto, que la crisis actual del capitalismo es el mejor momento para su sustitución por el socialismo mediante la lucha revolucionaria, que es en primer lugar (según se desprende de la concepción leninista sobre la actualidad de la revolución – antes explicada –) un deber de todo revolucionario, independientemente de que el sistema esté o no en crisis. Por otra parte, siendo el socialismo la única alternativa revolucionaria posible al capitalismo, y siendo el neoliberalismo el único capitalismo posible en la era de la Revolución Electrónica y la resultante crisis de la intermediación, que es entre otras cosas la del papel protagónico del Estado en la economía (tanto en el socialismo como en el capitalismo), la única alternativa revolucionaria posible al neoliberalismo no es un capitalismo de algún tipo diferente, sino el socialismo, que según se ha visto, puede ser construido aunque no estén creadas las condiciones adecuadas. Por lo demás, cualquier otra opción implica la existencia de plazos que no existen, pues debido a la crisis ecológica, la vieja disyuntiva planteada por Rosa Luxemburgo entre socialismo y barbarie se plantea en estos tiempos entre socialismo ahora, o fin de la especie humana para siempre; entendiendo por socialismo el orden de cosas resultante del cambio revolucionario, que es sistémico-político (ejercicio del poder por las clases populares – de forma directa en la época actual – ), estructural-económico (socialización de la propiedad y peso creciente de los estímulos morales y colectivos para el trabajo y la actividad humana en general) y civilizatorio-cultural (de ser transformada la naturaleza por el ser humano en beneficio propio, a transformarse éste a sí mismo en beneficio de la naturaleza a la cual pertenece como ser biológico).
Todo esto implica (retomando el hilo de las tesis leninistas) la necesidad de un sujeto político revolucionario que por tanto, tenga como misión hacer la revolución y así poder identificar y/o crear las condiciones adecuadas su triunfo, a la vez que dirigir la construcción social consciente que comienza con la construcción del socialismo, cuyo inicio puede ser la creación de las condiciones adecuadas para construirlo. Ese sujeto es la vanguardia revolucionaria, y su necesidad responde a que, como hizo ver Lenin, el viejo orden no caerá si no se le hace caer, lo cual se debe en parte a la invisibilidad de la explotación (y en condiciones normales, también de la opresión en general) en el capitalismo (lo que impide a sus víctimas identificar las causas de su infelicidad) y a la movilidad social que lo caracteriza (la cual crea ilusiones para las clases oprimidas). De igual manera (y tal como hizo ver el Che), el nuevo orden no surgirá espontáneamente de las contradicciones del orden anterior como surge un manantial de la tierra, sino que debe hacerse surgir de dichas contradicciones, y la nueva conciencia social sin la que es imposible la transición socialista al comunismo o lo que es igual, pasar de la distribución según el trabajo a la distribución según las necesidades, no surgirá por sí sola del nuevo ser social, sino que debe hacerse surgir de éste, lo cual obedece a que, en la misma medida en que el sujeto revolucionario conoce y aplica las leyes objetivas que rigen la realidad social, la típica impredictibilidad de ésta aumenta, paradójicamente como producto de su predictibilidad surgida con la identificación de dichas leyes, y con ello aumento también la importancia del factor subjetivo, todo esto debido a la creciente dependencia del cambio revolucionario respecto a la capacidad del sujeto para la construcción social consciente.
La vanguardia, para cumplir su misión debe tener como característica básica, ser una estructura organizada de manera permanente, debido a la necesidad de ejercer el liderazgo en la sociedad; y por tanto, debe ser dirigida por cuadros políticos profesionales, dedicados a tiempo completo a esa tarea. Esa vanguardia en el pasado fue vertical hacia adentro, es decir que sus decisiones se tomaban con poca participación de sus bases; en cambio ahora debe ser horizontal, es decir que sus decisiones deben tomarse con el mayor grado de participación posible, debido a que la crisis de la intermediación hace que la única manera viable de ejercer el poder revolucionario (que pudo haber sido antes la mejor posible, pero no como ahora, la única viable) sea que dicho poder se encuentre directamente a cargo de las clases populares, lo cual a su vez plantea condiciones que evitan los efectos dañinos causados por el carácter reaccionario del poder en los revolucionarios que lo ejercen, pues cuando es ejercido en la forma aquí planteada, la vanguardia revolucionaria se aleja del peligro (por decirlo de alguna manera), pues si bien tiene como misión la de dirigir el proceso revolucionario, debe hacerlo sin ejercer el poder por sí misma; es decir, dirigiéndolo mediante el trabajo político permanente de sus estructuras (lo cual forma parte de la razón para que éstas sean permanentes) desde todos los ámbitos de la sociedad y desde todos los espacios institucionales, principalmente aquellos desde los cuales las clases populares ejercen el poder directamente según este esquema, siendo previamente incorporado al contenido de las líneas políticas promovidas por la vanguardia, todo aquello que ésta haya logrado extraer de su contacto con el pueblo, lo que implica un alto nivel de participación de la militancia de base en la definición de las líneas políticas de la vanaguardia (explicándose con esto la necesidad de que ésta funcione de manera horizontal hacia adentro, a diferencia de lo que ha sido la tradición). También en otros tiempos esa vanguardia estuvo cerrada a la sociedad, pues con la ausencia del pluripartidismo en el modelo político socialista del siglo XX, el ingreso en la estructura de la vanguardia era selectivo, mientras que la inevitable convivencia del modelo político socialista del siglo XXI con el pluripartidismo hace necesaria una vanguardia abierta, es decir sin restricciones para entrar, aunque ello implique el establecimiento de mecanismos internos que permitan identificar qué tipo de tareas y responsabilidades está cada quien en condiciones de asumir. Finalmente, en correspondencia con la democracia directa como modelo político socialista del siglo XXI, esta vanguardia no sustituiría a las clases populares en el ejercicio del poder, tal como queda claro con todo lo antes expuesto; lo que también la diferenciaría de la típica vanguardia del siglo XX.
Habiendo en el seno de la izquierda latinoamericana sectores cuyos planteamientos a favor de las posibilidades revolucionarias de la época actual se pueden fundamentar con lo arriba expuesto, y tomando en cuenta el nivel de avance alcanzado por la izquierda desde los espacios de poder que hoy ocupa, es fácil comprender que el reto planteado en la actualidad ante la izquierda en el continente no sea igual a aquel cuya respuesta fue la creación del Foro de Sao Paulo, aunque éste continúe no sólo teniendo vigencia, sino siendo necesario, principalmente por la amplitud en la diversidad de fuerzas de izquierda que convoca, lo cual se perdería en caso de que el Foro intentara convertirse en un espacio que pudiera responder a la nueva necesidad histórica planteada ante esas fuerzas de izquierda que promueven el cambio revolucionario y la construcción del socialismo en las actuales condiciones. Por tanto, es necesario el surgimiento de una nueva expresión organizada de la izquierda que, complementaria con el Foro (no paralela a éste, pues su misión sería distinta), logre articular una estrategia y programa únicos a nivel histórico y diversos a nivel regional, que ahora resultan indispensables para los sectores de la izquierda que consideran la revolución y el socialismo como tareas que están en este momento a la orden del día, para realizar lo cual se requiere de una vanguardia mundial que en vista del papel desempeñado por América Latina en las últimas dos décadas como el lugar donde ha resurgido la izquierda como opción de poder, podría tener que comenzar teniendo su expresión a nivel continental.
Esta vanguardia revolucionaria continental y mundial, tal como sucede con la vanguardia en general (en base a lo explicado antes al respecto), no puede ser ni funcionar como fue y funcionó en diversos momentos aquello que en otras épocas históricas distintas a la actual se conoció como La Internacional. Sin embargo, esto no sería nada nuevo, pues ninguna Internacional fue igual a las otras, porque cada una respondió a circunstancias históricas específicas y diferentes a las que vivió el resto. En correspondencia con lo ya planteado sobre las particularidades que requiere una vanguardia revolucionaria en la actualidad, se hace necesaria una Internacional cuyas líneas se definan por consenso, con un nivel de vinculancia directamente proporcional con el carácter global del problema correspondiente, o sea que tome decisiones de obligatorio cumplimento por los partidos miembros en tanto el tema que las motive no sea propio de una región determinada y por ende, en la medida en que sea un asunto de carácter continental o mundial; sucediendo lo contrario en tanto el tema se circunscriba al ámbito territorial, es decir que en tal circunstancia la opción no sería la toma de decisiones, sino en todo caso, la definición de determinadas recomendaciones.
El hecho de que no todos los partidos del Foro estén de acuerdo en que es necesario el surgimiento de una Internacional, sólo demuestra su necesidad, pues si todas las fuerzas integrantes del Foro estuvieran de acuerdo con la creación de un nuevo espacio para la lucha revolucionaria, ese espacio sería el mismo Foro. Al no existir aún el espacio en cuestión ni ser algo demandado por la totalidad de los sectores de izquierda que lo integran, lo más que puede hacer el Foro es establecer mecanismos que permitan una mayor efectividad práctica de sus deliberaciones, pronunciamientos y tareas a cumplir, en lo cual sin embargo, sí hay consenso a lo interno del Foro, debido a que tal salto de calidad es necesario históricamente por el avance que ha experimentado la izquierda latinoamericana; con más razón se plantea por tanto la necesidad del nuevo espacio para asumir retos que por su propia naturaleza, no podrá asumir el Foro. La misma causa por la que es necesario ese nuevo espacio, complementario y no paralelo al Foro, explica por qué algunas fuerzas dentro de éste no consideran que tal necesidad exista, lo cual por tanto es natural, no siéndolo en cambio, que esas fuerzas pretendan impedir a las demás dar los pasos que consideren necesarios para, sin dejar de pertenecer al Foro, avanzar en la dirección que a su juicio, se corresponda con lo que está siendo demandado por la nueva necesidad histórica de la unificación de la izquierda en cuanto a su estrategia y modelo alternativo. Que no todas las fuerzas de izquierda sean parte de esta unificación no impide que la misma tenga lugar entre aquellas que sí quieran participar en tal empeño, lo cual tampoco impediría que todas las fuerzas de la izquierda continúen avanzando juntas en la dirección que ellas consideren mejor, y de ahí la importancia actual y la vigencia del Foro. Una cosa no es excluyente de la otra, y esto es en gran medida posible precisamente, gracias a lo que ha hecho el Foro de Sao Paulo y a que éste seguirá existiendo y cumpliendo con una misión histórica todavía vigente, pero (al menos a juicio de algunos) ya insuficiente, tal como se ha explicado antes. Y precisamente porque el Foro sigue siendo necesario, no puede sacrificar su existencia al asumir una misión que se contradice con su naturaleza, razón por la cual se hace necesario el espacio desde donde se pueda asumir el reto que las nuevas circunstancias históricas están planteando a la izquierda continental.
Un asunto importante a señalar es que las fuerzas de izquierda promotoras del cambio revolucionario y de la construcción socialista en las actuales circunstancias no tiene por qué considerarse a sí mismas por esa razón, las portadoras de la línea correcta a ser seguida por todas las fuerzas de izquierda, mostrándose respetuosas por tanto de las ideas de quienes, en algunos casos incluso identificándose en todo con ellas, no coincidan en su apreciación y sus valoraciones sobre el momento y las condiciones para hacer la revolución, construir el socialismo y crear ese nuevo mecanismo de acción continental y luego mundial, que puede llamarse como propuso Hugo Chávez, la Quinta Internacional o como propuso Daniel Ortega, la Internacional de los Pueblos; o quizás la Internacional Revolucionaria o incluso, posiblemente para evitar malos entendidos no sea conveniente ni siquiera que se llame Internacional; lo importante es inventar algo que permita asumir el reto de la unificación estratégica y programática a nivel histórico (manteniendo la diversidad a nivel territorial) de aquellas fuerzas de izquierda que consideren viable y necesario hacer la revolución y construir el socialismo en las actuales circunstancias históricas, ya que si para esto último se necesita una vanguardia revolucionaria como sujeto político en cada país, también se necesita a nivel continental primero, y mundial después.
En la misma medida en que por razones ya explicadas, las características de la época actual hacen indispensable el ejercicio directo del poder por las clases populares y por tanto, que éste no sea ejercido directamente por el sujeto político revolucionario constituido por la vanguardia; en esa misma medida es necesaria la presencia de dicho sujeto político al frente de la lucha revolucionaria y son necesarias las características que le son inherentes, así como aquellas que corresponden al actual momento histórico (características que en ambos casos, han sido ya señaladas con anterioridad). La conexión entre el hecho de que el sujeto político revolucionario no ejerza directamente el poder y la necesidad de la presencia de dicho sujeto en el proceso revolucionario y en la construcción social consciente reside en que al no ser la vanguardia un sujeto de poder, se requiere aún más que dicha vanguardia esté presente y funcione como sujeto dirigente a quien corresponde desempeñar el papel principal como parte del factor subjetivo en el marco de una realidad social cuya transformación revolucionaria en base a la aplicación de las leyes objetivas que la rigen, hace de dicha realidad algo cada vez más impredecible y por tanto, más susceptible de estar bajo control del sujeto dirigente, que a su vez no podría serlo con efectividad sin estar en permanente vinculación con los demás componentes del factor subjetivo, y fundamentalmente con las clases populares, es decir aquellas cuyos intereses chocan con el viejo orden y se corresponden por tanto con la necesidad de la transformación revolucionaria de la sociedad, razón por la cual se constituyen como el sujeto de poder por excelencia, e indispensable como tal en las condiciones actuales. Y en la misma medida en que el sujeto dirigente (es decir, la vanguardia revolucionaria) es necesario para que el factor subjetivo desempeñe su rol cada vez más importante y siempre indispensable en el proceso revolucionario y la construcción social consciente, en esa misma medida es necesaria su presencia no solamente en cada país, sino a nivel continental y mundial, pues cada vez más lo que sucede en cualquier parte del mundo afecta lo que sucede en el resto.