Evocación. Mi vida al lado del Che

Do Ocean Sur (20/10/11)
La editorial Ocean Sur le invita a visitar su nueva galería virtual, con imágenes del libro Evocación. Mi vida al lado del Che (Ocean Sur, 2011) en el que Aleida March, compañera de vida y de lucha del Che Guevara, hilvana aquellas vivencias que compartieron juntos, de las cuales les ofrecemos fragmentos en este boletín.

En todo ese tiempo no faltaron los viajes, cada vez más extensos, en el cumplimiento habitual de sus funciones y también el deseo manifiesto de regresar cuando las estancias eran muy prolongadas. Su último y definitivo periplo por África, que le tomó más de tres meses, así lo demuestra, cuando desde París, donde se hallaba en una corta estadía, y recorriendo el Museo del Louvre, me envía una tarjeta postal con un retrato de Lucrecia Crivelli, pintado por Leonardo da Vinci, en la que me dice:
Mi querida:
Soñando en el Louvre, contigo de la mano, te vi representada aquí; gordita, seria, con una sonrisa un poco triste (tal vez porque nadie te quiere) esperando al amado lejano (será el que yo creo, u otro?)
Y te solté la mano para verte mejor y adivinar lo que se esconde en el seno pródigo. Varón, verdad?
Un beso y un abrazo grandote para todos y el especial para ti, de
Mariscal Thu Che

Pasados los años, releyendo una vez más las cartas que me envió desde esas lejanas tierras del Congo, puedo medir el enorme sacrificio que significó para el Che dejarnos atrás y, por sobre todas las cosas, la descomunal grandeza de su entrega sin límites a la lucha por alcanzar un mundo más justo y equitativo. En la primera carta enviada, sus palabras y su estilo sintetizan mucho mejor que si decidiera explicarlo yo:
Mi única en el mundo:
(Se lo pedí prestado al viejo Hickmet)
¿Qué milagro has hecho con mi pobre y viejo caparazón, ya no me interesa el abrazo real y sueño con las concavidades en que me acomodabas y en tu olor y en tus caricias toscas y guajiras?
Esto es otra Sierra Maestra pero sin el sabor de la construcción ni, todavía al menos, la satisfacción de sentirlo mío.
Todo transcurre con un ritmo lento, como si la guerra fuera una cosa para pasado mañana. Por ahora, tu temor de que me maten es tan infundado como tus celos.
Mi trabajo se compone de la enseñanza de francés en varias clases al día, aprendizaje de swahili y medicina. Dentro de unos días comenzaré un trabajo serio, pero de entrenamiento. Una especie de Minas del Frío, de la de la guerra; no la que visitamos juntos.
Dale un beso cuidadoso a cada crío (también a Hildita).
Sácate una foto con todos ellos y mándala. No muy grande y otra chiquita. Aprende francés, más que enfermería y quiéreme.
Un largo beso, como de reencuentro.
Te quiere
Tatu

* * *

A pesar del esfuerzo, la lucha en el Congo llegó a su fin y sobre lo acontecido recibí una carta del Che escrita el 28 de noviembre de 1965, cuando ya se encontraba en Tanzania. En ella exponía no solo los hechos, sino también su estado de ánimo y el futuro de sus acciones, tratando una vez más de hacerme entender lo difícil que sería nuestro reencuentro. Creo que solo una persona como el Che, con su capacidad analítica y sus férreas convicciones, podía llegar a vislumbrar los acontecimientos que se avecinaban, los que sentía como parte de su propia naturaleza:

Mi querida:
Alcancé la otra carta que te mandaba. Todo se precipitó en forma contraria a las esperanzas. El desenlace te lo puede contar Osmany; solo te diré que mi tropa, de la que me sentía orgulloso y seguro los primeros días, se fue diluyendo, o mejor dicho, reblandeciendo como manteca en la sartén y se me escapó de la mano.
[…]
La separación promete ser larga, tenía la esperanza de poder verte en el tránsito de lo que parecía una guerra larga, pero no fue posible. Ahora habrá entre nosotros una cantidad de tierra hostil y hasta las noticias encarecerán. No te puedo ver antes porque hay que evitar toda posibilidad de ser detectado; en el monte me siento seguro, con mi arma en la mano, pero no es mi elemento el deambular clandestino y tengo que extremar las precauciones.
Ahora viene la etapa verdaderamente difícil para todos y hay que prepararse a soportarla; espero que sepas hacerlo. Tienes que soportar tu cruz con entusiasmo revolucionario.
[…]
Ahora, que estoy encarcelado, sin enemigos en las cercanías ni entuertos a la vista, la necesidad de ti se hace virulenta y también fisiológica y no siempre pueden calmarlas Karl Marx o Vladimir Ilich.
[…]
Dale un abrazo a los buenos viejos que tienes por allí y recibe el tuyo, no el último pero con todo el cariño y la desesperación como si lo fuera. Un beso.
Ramón

* * *

Pasados unos días, pude comprender que los dos vivíamos momentos muy difíciles, cuando recibí una llamada para recoger en las oficinas de Fidel una pequeña libreta que me enviaba el Che con apuntes personales. En uno de ellos que tituló «Envío» se puede medir su estado de ánimo y la certeza que tenía en ese entonces de que no nos volveríamos a ver en largo tiempo:
Amor: ha llegado el momento de enviarte un adiós que sabe a campo santo (a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos). Quisiera hacerlo con esas cifras que no llegan al margen y suelen llamarse poesía, pero fracasé; tengo tantas cosas íntimas para tu oído que ya la palabra se hace carcelero, cuanto más esos algoritmos esquivos que se solazan en quebrar mi onda.
[…]
Ahora será un adiós verdadero; el fango me ha envejecido cinco años; solo resta el último salto, el definitivo.
Se acabaron los cantos de sirena y los combates interiores; se levanta la cinta para mi última carrera. La velocidad será tanta que huirá todo grito. Se acabó el pasado; soy un futuro en camino.

* * *

Había que vivir y hacer. Solo en momentos inevitables me llegaban al oído las estrofas de la poesía que me escribiera como despedida inconclusa:
Mi única en el mundo:
A hurtadillas extraje de la alacena de Hickmet este solo verso
enamorado, para dejarte la exacta dimensión de mi cariño.
[…]
(Te llevo en mi alforja de viajero insaciable
como al pan nuestro de todos los días).
Salgo a edificar las primaveras de sangre y argamasa
y dejo, en el hueco de mi ausencia,
este beso sin domicilio conocido.
Pero no me anunciaron la plaza reservada
en el desfile triunfal de la victoria
y el sendero que conduce a mi camino
está nimbado de sombras agoreras.
Si me destinan al oscuro sitial de los cimientos,
guárdalo en el archivo nebuloso del recuerdo;
úsalo en noches de lágrimas y sueños…
Adiós, mi única,
no tiembles ante el hambre de los lobos
ni en el frío estepario de la ausencia;
del lado del corazón te llevo
y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume…