Chávez y Venezuela: Entre el desamparo y la esperanza

ChavezPor Julio Muriente Pérez
Copresidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano de Puerto Rico   
Llegué a Caracas el jueves siete de marzo –ya viernes– pasada la media noche. La dirección del MINH tomó la decisión sobre la marcha. Estábamos convencidos de que la bandera de Puerto Rico debía ondear en las calles de la capital venezolana, en la ceremonia fúnebre del Presidente-Comandante Hugo Chávez Frías, y entre las multitudes dolidas que se habían apoderado de la ciudad. No bastaba con emitir una declaración solidaria a la distancia. Había que estar allá; y allá fuimos a rendir homenaje al amigo.
(Horas antes, en San Juan, habíamos visitado como otros centenares de compatriotas, el Consulado de la República Bolivariana de Venezuela, para firmar el libro de condolencias y dejar plasmados en papel y tinta nuestras muestras de tristeza profunda, de cariño y respeto y de reconocimiento al gran combatiente y hermano.)
Pocas horas de sueño después, en este singular Día Internacional de la Mujer caraqueño, marché, bandera en mano, al encuentro con la masa popular que colmaba el Parque de los Próceres y la ruta toda hasta donde descansaban los restos del dirigente caído.
Jamás había formado parte de una fila tan extensa, kilométrica, inacabable. Se movía a paso de tortuga. Crecía continuamente, a veces en silencio, a veces alborotada con consignas y cánticos. Prevalecía la calma, la tranquilidad de espíritu, entre aquellos muchos, muchísimos miles de hombres, mujeres y niños, provenientes de todas partes de Venezuela, que habían coincidido allí, en ánimo estoico, a rendir homenaje a su líder reverenciado.
Pensaba, mientras me iba moviendo al ritmo serpentino de aquella masa dispuesta de uno en uno hasta más allá del horizonte imaginario, que entre los múltiples sentimientos que se apoderaban de aquellos corazones en esta hora trágica, uno en particular podría estarles estremeciendo hasta las entrañas: el desamparo, un sentido sordo y angustioso de orfandad que duele hondo.
Había desaparecido aquel ser humano tan presente en la vida de venezolanos y venezolanas por los pasados catorce años, tan cargado de vitalidad, tan alegre e irreverente, conversador hasta el cansancio, maestro obsesionado con que su pueblo aprendiera y trazara la ruta del porvenir en libertad; tan valiente y atrevido, tan amoroso, tan representativo del cuerpo y el espíritu de tantos ciudadanos de este país…
Ya no estaba; y no se trata meramente de ver o decidir quién ocupa los cargos vacantes. No es cosa de cargos. Tiene que ver con sentimientos, con autoestima colectiva, con protagonismo histórico de todo un pueblo, con ganarse el respeto de los poderosos que históricamente le han humillado, con la fascinación de ser solidario y amigo de la humanidad, con el encanto de poder transitar de veras la ruta del Libertador Bolívar para edificar una Patria Grande.
Cosa terrible esa de morir a destiempo, cuando más pertinente se es, cuando se acerca a la cima con ese afán de alpinista que sólo conocen quienes han intentado ascender a una montaña, o colaborar en la construcción de una revolución verdadera. Más doloroso aún si, gracias a sus grandes sentimientos, a su humanismo rebosante, va ganando el amor, el respeto y el reconocimiento de legiones enteras, de pueblos enteros, de buena parte de la humanidad, que ya no le tiene.
La trascendencia y significación de la vida y la muerte de Hugo Chávez Frías nos obliga a ir más allá de lo estrictamente político y a adentrarnos en la dimensión del amor a un dirigente que ha logrado, como pocos en Nuestra América, hacer síntesis justa y precisa de aspiraciones y sueños, de reclamos y esperanzas; que logró convencer a los suyos, de esos suyos de los que formamos parte nosotros, que la utopía de la justicia y la felicidad eran y son una realidad posible.
Fue un día largo, muy largo, en el que se apiñaron muchas experiencias, muchos encuentros, muchos estados de ánimo. Sentimos, en particular, que cumplimos el gran propósito de que Puerto Rico estuviera allí, presente, en esta hora dramática de nuestra historia continental. Que nuestra enseña monostrellada pudiera postrarse con humildad y respeto ante este Grande de América que siempre tuvo un pensamiento de amistad y apoyo para nosotros. Que el pueblo sencillo de la tierra hermana del Libertador supiera que habíamos llegado hasta allá, a unirnos a ellos en el desamparo y en la esperanza, en el dolor y en la seguridad de un porvenir luminoso.