Chávez: para lograr tres poderes

Hugo ChávezPor Nils Castro – 28/03/13
Pocas veces un líder latinoamericano ha sido tan denigrado por la mayor parte de la gran prensa televisiva e impresa del Continente. Y pocas veces alguien tan tenazmente atacado ha tenido, por tantos años, tan altas cotas de adhesión popular, incluso después de morir. Lo primero, poner alto a los abusos de unos gigantes a quienes se consideraba ungidos de derecho a la impunidad, y hacerlo en defensa de sus compatriotas más necesitados. Lo segundo, porque desarrolló un sencillo pero arrollador talento para comunicarse con su pueblo, de cuya entraña venía.
Alguna vez me impacientó su propensión a prolongar el discurso público con tantas reiteraciones y digresiones. Con todo, ese estilo fue cálidamente acogido por las multitudes que oyéndolo se deleitaban asimilando las ideas más innovadoras y complejas. Pero también pude apreciar, en el diálogo con grupos más chicos, la incansable atención con que Chávez escuchaba las ideas y contraargumentos de sus interlocutores. Como igualmente su casta de lector voraz y analítico, capaz de citar con pertinencia lo mismo a Walt Whitman y a Reiner María Rilke que a los héroes y a los estudiosos de la América nuestra, desde Toussaint-Louverture a Eduardo Galeano.
Pero esas virtudes no mermaron la contumacia que las derechas económicas y políticas ‑‑y sus medios de comunicación‑- mantienen contra él, como tampoco la frívola repetición de sus imputaciones por tantos papagayos, ansiosos de desacreditarlo, que las reproducen y amplían sin el menor intento de verificarlas ni de darse un mínimo de consistencia racional. Con lo cual, asimismo, pocas veces un líder ha sido objeto de tantos injurias sin fundamento.
No sorprende que ello venga de quienes eran los beneficiarios exclusivos del régimen que antes cobijó a una burguesía rentista y cipaya, y a sus servidores. Pero es curioso verlo repetirse en boca de una clase media cegata, cuyo afición a las rutinas y lugares comunes de la vieja cultura política se siente arrollada por la chochez de los pasados tiempos y la irrupción del lenguaje popular legitimado por el chavismo, portador de nuevas prácticas y escenarios.
No siempre esa clase puede negar que algunos grandes problemas se han resuelto: según el Banco Mundial, durante el gobierno de Chávez el PIB se triplicó; en ese período la inversión social creció un 60% y la tasa de desempleo pasó de un 15,2% en 1998 a un 6,4% en 2012; la CEPAL afirma que la pobreza se redujo al 27.8 % y que cinco millones de venezolanos han dejado de ser pobres; según la FAO, es el país de la región que más ha avanzado en la erradicación del hambre y la producción de alimentos; ya es la nación con menor desigualdad según el coeficiente de Gini y, de acuerdo al PNUD, ha alcanzado un alto lugar en el índice de desarrollo humano; eliminó el analfabetismo y su población lectora se ha multiplicado. Además, ahora la nación es respetada y soberana, y la autoestima de sus ciudadanos se fortaleció, etc.
¡Ah, pero la inflación!, clama el egoísmo cegato. Pero omite que en las décadas perdidas antes de Chávez, la inflación promedio era del 34% anual, y con Chávez, en la década ganada, ya bajó al 22%. Y que, además, el poder adquisitivo real del salario mínimo ha mejorado en un 21,5%, con lo cual aumentó más que el nivel de los precios. Un problema que, en todo caso, no se resolverá hasta aumentar las capacidades no petroleras de la producción venezolana, las que el viejo régimen destruyó y que Chávez dedicó tenaz empeño en restablecer.
Aun así, en el sentir de esa clase ‑‑psicológicamente más miope que media‑‑ tales progresos deben ocultarse o desacreditarse, pues ¡qué fastidioso es que asimismo ahora proliferen los nuevos instrumentos de democracia comunitaria y participativa, donde la chusma de los cerros y arrabales se mete, participa y decide ‑‑con sus toscos modales‑‑ sobre materias que eran fueron privativas de la élite de la cual se soñaba ser parte algún día!
¿Pero dónde se enquista esta insensible incapacidad para reconocer y valorar el balance general de los progresos alcanzados en estos años? Desde que en el 2008 detonó la crisis global, algunos dictaminaron que el neoliberalismo había muerto, por sus fracasos económicos y las calamidades sociales que agravó. No obstante, en esa apreciación hay demasiado optimismo: antes de desacreditarse, el neoliberalismo impuso estructuras y reglas que todavía operan en muchas prácticas nacionales y relaciones internacionales. Y, particularmente, todavía incide en los modos de pensar y sentir de millones de habitantes del planeta. No en balde, en 1988 la propia Margareth Thatcher, principal promotora del tsunami neoliberal, proclamó que “la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”.
Aún falta trabajar más en la erradicación de las secuelas subjetivas del neocolonialismo y el neoliberalismo incrustadas en las culturas de nuestros países y en la psicología de miles de grupos y personas. En sus días Simón Bolívar observó que “por la ignorancia nos han dominado más que por la fuerza”. O, como después lo precisó Antonio Gramsci, los explotadores y dominadores primero someten por la fuerza y luego promueven los hábitos mentales, prejuicios y lugares comunes ‑‑la cultura corriente‑‑ según los cuales esa dominación es “natural”, y las formas “espontáneas” de conducirse  mejor acopladas a la intención de los dominadores. A esa capacidad de ejercer y ampliar la dominación y la explotación sin necesidad de emplear la fuerza ‑‑cuando los sometidos se ponen y mantienen el yugo por sí mismos‑‑ Gramsci la llamó hegemonía.
Por lo cual concluyó que para enfrentar la dominación y liberarse hay que desarrollar otra cultura ‑‑una contracultura‑‑ generándola a partir de las expectativas, convicciones y valores de las clases oprimidas. Una que a ellas les sirva de recurso intelectual para conducirse eficazmente en el esfuerzo por desarrollar su propia hegemonía, emanciparse y construir su propio destino. Para derrotar, diría Bolívar, la “ignorancia” con que antes las sometieron. Por ello Chávez concluyó que, “para que el pueblo se concrete como fuerza real debe tener, primero que nada, conciencia; y para que el pueblo tenga conciencia debe tener conocimiento y cultura”.
Y esa es la raíz pedagógica de su apasionado discurso reiterativo, y de las frecuentes disquisiciones explicativas, con los que insistió en explicarle a su pueblo, día tras día, que sí es posible crear otros modos de hacer las cosas y de mejorar la realidad en que se debate la inmensa mayoría de los venezolanos y latinoamericanos. A algunos su machacona insistencia pudo molestarnos; y a la clase miope la desesperó. Pero esa insistencia dio frutos ahí donde a Chávez más le importaba, porque, como él señaló, para que el pueblo pueda alcanzar la vida que merece debe disponer de tres poderes fundamentales: el del conocimiento y la cultura, el político y el económico. Y a ese empeño le dedicó hasta sus últimas energías.