"La mentira, el odio, la culpa y el miedo"

Por Carlos Fonseca Terán.
En la guerra psicológica que forma parte del formato de derrocamiento de gobiernos no afines, ideado por Gene Sharp y aplicado por Estados Unidos, hay cuatro elementos que se combinan mediante la creación de situaciones apropiadas para crear noticias falsas y generar determinados efectos en las emociones, el pensamiento y el comportamiento de las personas. Estos cuatro elementos son: la mentira, el odio, la culpa y el miedo. La mentira lleva al odio de un lado y a la culpa del otro; de la culpa se puede pasar al odio o al igual que de éste, al miedo, que también puede resultar directamente de la mentira.
Esto no se trata pues, de ninguna autoconvocatoria, sino de un plan bien diseñado y aplicado, no por los partidos políticos de la derecha como tales (son demasiado torpes y débiles para eso), sino por ciertos cuadros políticos de la derecha, cuya función como tales no se desarrolla desde los espacios orgánicos partidarios, aunque en algunos casos pertenezcan a uno que otro de esos partidos, pero que sobre todo son ejecutores – en algunos casos conscientes, en otros no tanto; en unos casos operadores directos, en otros activados por éstos – del formato señalado, conocido como “revolución de colores” y llamado por algunos “golpes de Estado suaves”; y que es un típico ejemplo de la llamada “guerra de quinta generación”.
Afortunadamente para quienes buscamos la verdad y la defendemos, algunos de estos operadores han cometido el error de reconocer que están aplicando la receta de Sharp. Uno de ellos, Miguel Mora, lo hizo directamente y movido por su torpeza y escasez mental, atreviéndose a recomendar a los “autoconvocados” en plena efervescencia desestabilizadora, el estudio del manual escrito por Sharp al respecto. El otro, Félix Maradiaga, que a diferencia del primero es astuto, inteligente y culto – aunque no por eso menos perverso, pero sí más peligroso –, lo hizo indirectamente y por emotividad, cuando murió su ídolo recientemente, poco antes de que comenzara en nuestro país la ejecución de la mencionada receta.
Mora, por sus características, se encarga de la parte burda del asunto y es manejado por operadores más capaces, mientras Maradiaga trabaja la parte sofisticada, o sea la que requiere más materia gris en la cabeza, aunque sin escrúpulos para detenerse ante el peligro que representan incluso para sus planes, el uso tan brutal de la delincuencia común y la alianza mal disimulada con el crimen organizado, incluyendo el narcotráfico. A medida que avance el tiempo y las investigaciones correspondientes, todo esto irá quedando más claro. A Maradiaga, con aspiraciones desmedidas para las expectativas de sus jefes en Estados Unidos, y aunque éstos podrían considerarlo aún de alguna utilidad, ya lo están descartando como una posible figura relevante en sus planes, por estar “quemado” – lo que ya estaba previsto en la parte del plan que incluso los de su nivel no conocen –, siendo uno de los primeros cuyo involucramiento en las acciones más funestas de la oposición ha comenzado a salir a la luz a partir de las investigaciones sobre el asesinato del ciudadano norteamericano Sixto Henrry Vera y las declaraciones del delincuente Cristhián Josué Mendoza, más conocido como Viper y trístemente célebre cabecilla de la banda criminal del mismo nombre.
Pero volvamos a los cuatro elementos de la guerra psicológica: la mentira, el odio, la culpa y el miedo. Sería necio negar que una buena parte del pueblo nicaragüense en este momento – y por ahora – ha sido víctima del primer elemento, pero una buena parte de él aún no ha sido atrapada – y quizás ya no lo sea – por ninguno de los otros tres. En este grupo están muchos de los que consideraron correcto oponerse a las reformas del INSS, algunos de los cuales lo hicieron activamente. A este grupo pertenece también la mayoría de la gente que ha ido a las actividades de la derecha, tales como sus marchas, y cada vez son menos, debido a que el tiempo es el mejor aliado de la verdad, pues a medida que avanza, las cosas tienden a aclararse, y en esa misma medida las posibilidades de éxito del formato de derrocamiento disminuyen, porque la mentira es el elemento más frágil y de más corta duración del mismo, debido a que es objetivamente demostrable.
A esto se debe una de las características de la guerra de quinta generación: la corta duración de su fase inicial, que es la más agresiva y cercana a una guerra civil. Si el objetivo inicial – en este caso, el derrocamiento del gobierno – no se cumple en el corto plazo, la estrategia cambia, y en dependencia de la correlación de fuerzas esto implica el paso a la guerra tal como la conocemos o por el contrario, al retroceso de los que se oponen al gobierno que se ha pretendido derrocar, los que ante el fracaso de su intento, se ven obligados a hacer concesiones. Por eso en Nicaragua, con un control institucional políticamente hegemónico del sandinismo sobre el Estado, el mantenimiento de un alto grado de organización y capacidad de convocatoria del FSLN, y un astuto y sereno manejo de la crisis por su líder, ya hay importantes sectores que no hablan de renuncia del Presidente, sino de elecciones adelantadas, y de hecho es notorio – con el comunicado conjunto de Nicaragua y Estados Unidos en la OEA, el regreso de los mediadores parcializados al Diálogo ante la posibilidad de ser desplazados, y la orden dada por sus jefes a Maradiaga de no regresar por el momento a Nicaragua – que ya Estados Unidos y la derecha jugaron su carta del derrocamiento relámpago y perdieron, de modo que ahora su estrategia es, una vez que el sandinismo en el gobierno ha sido desgastado políticamente al máximo, lograr el cambio de gobierno por elecciones, mientras más pronto mejor para ellos, y es en eso – y en las condiciones bajo las cuales se harán las elecciones, lo más probable es que al cumplirse el actual período de gobierno – que se va a centrar ahora en términos prácticos la negociación, discursos aparte; y recordemos, la plenaria del Diálogo es para los discursos y por tanto, para sentar posiciones ante el público (entiéndase ante el electorado), mientras los acuerdos se alcanzan en otras instancias – que también son mecanismos definidos en el Diálogo y en las que participan los mismos actores –, ya que como bien dijeron los obispos al inicio, no se puede dialogar con posibilidades de llegar a acuerdos frente a un ejército de periodistas.
Esto es así porque de insistirse en la tesis del derrocamiento o de apostarse a la opción de la guerra civil – que a estas alturas sería lo mismo – el resultado sería incierto y de difícil manejo para todos, de modo que para ambas partes es evidentemente preferible el escenario electoral; cabezas calientes aparte.
Luego de la mentira está el odio, que previamente se debe haber esparcido como un gas venenoso e inflamable para que la mentira actúe como un dispositivo de encendido capaz de generar la llama que provoque el estallido contrarrevolucionario o si se prefiere, el inicio de la “revolución de colores”. Una parte de los que se ven atrapados por la mentira son luego víctimas del odio, pero no por ser agredidos, sino al contrario, por haber sido emocionalmente preparados para agredir.
El odio tiene una particularidad, y es que no solamente se adquiere por contagio, sino que se puede traer en el ADN ideológico debido a las posiciones de clase antagónicas, de modo que por ejemplo, cuando hay una revolución en marcha la burguesía es portadora espontánea – o sea, sin necesidad de ninguna fórmula de Sharp – de este elemento, con el cual contamina fácilmente a las clases medias, que por lo general la admiran e imitan, aunque a veces sin el “glamour” característico de los sectores oligárquicos. También es este el caso de personas que son ideológicamente reaccionarias y políticamente de derecha – con partido o sin partido –, cuya confrontación con el poder revolucionario – y el odio correspondiente del que son portadoras – tiene también un origen anterior a una eventual aplicación del formato de derrocamiento.
De igual manera, la mentira puede llevar a la culpa, de modo que los señalados como villanos por la mentira construida, y sin necesidad de que cambien de bando, se sientan culpables de actos reprobables que según la mentira, ha cometido su bando, pero ojo: esto no es racional, sino emocional, o sea que aunque racionalmente en este caso los sandinistas sepamos que nuestro gobierno no es culpable de los crímenes imputados por la derecha o incluso, espiritualmente sintamos esa seguridad por la confianza en nuestro liderazgo, podemos llegar a experimentar sentimientos de culpa y a actuar como si nos supiéramos culpables.
También se da el caso en que la culpa así inducida lleva a que algunos sandinistas cambien de bando, lo que puede suceder incluso antes del sentimiento de culpa, o sea como producto directamente de la mentira, y una vez que lo han hecho – con culpa o sin ella –, las personas afectadas son fáciles presas del odio hacia su propio gobierno y partido.
Finalmente, tenemos el miedo, en el que todo esto desemboca; o sea, al que se llega desde el odio, desde la culpa e incluso, directamente desde la mentira. No se trata aquí del miedo normal que experimental el ser humano ante situaciones de peligro, sino un miedo patológico, que lleva a un comportamiento difícil de explicar. Esta es un arma usada electoralmente por la derecha en Nicaragua con mucha efectividad, desde 1990. De hecho, cuando pase la crisis – que pasará, porque nuestros mismos adversarios (los pensantes, no los Mora) están claros de que a ambos nos conviene – la estabilidad anterior no volverá, y asistiremos a un uso recurrente de la presión a través de los tranques (no como los de ahora, obviamente), plantones, marchas con alto nivel de agresividad, ciertos disturbios, campañas de desobediencia civil promoviendo el no pago de impuestos, etc.; aparte de que pasarán años para que vuelvan los niveles de seguridad ciudadana anteriores, debido a que el crimen organizado cuenta ahora con un sentimiento de animadversión hacia la Policía, que genera un ambiente de complicidad contra las autoridades muy favorable a sus fines; y todo esto será parte de una estrategia política que le permita a la derecha generar la sensación – recordemos, no es algo racional – de que mientras gobierne el sandinismo habrá inestabilidad y violencia.
En las elecciones de 1990 el mensaje fue que si el sandinismo seguía gobernando seguiría la guerra; en las tres elecciones siguientes, que si el sandinismo volvía al poder la guerra regresaría al país. Ahora será de que para la estabilidad del país es necesario que el FSLN pierda las próximas elecciones. Esto puede hacer que incluso una buena parte del electorado que al momento de las elecciones simpatice con el FSLN considere la opción de votar en su contra.
Las imágenes de personas desnudas siendo torturadas no son casuales, y su divulgación no es torpeza de los “autoconvocados”. Es algo orientado, cuyo propósito es generar miedo por un lado, y por otro una sensación racionalmente injustificada de derrota en el sandinismo, lo cual actúa con mayor efectividad que la demostración del carácter nada pacífico de las supuestas protestas, ya que por el ambiente emocional creado, las imágenes son percibidas con la sensación de que son actos de represalia por los supuestos niveles de represión existentes. Recuérdese que en esto nada es racional, porque la guerra psicológica consiste precisamente en destruir la racionalidad humana innata en el individuo, pues la revolución no es más que la racionalidad y espiritualidad propias de nuestra condición humana llevadas a sus últimas consecuencias y tomando el control de la emocionalidad propia de nuestra condición biológica como seres vivos.
Es importante que para finalizar volvamos por un momento al tema del odio, el cual al igual que el miedo, tiene una función muy importante con posterioridad a la crisis creada por la “revolución de colores”. Esa función es que los sandinistas desarrollemos luego sentimientos de revancha, que seamos excluyentes y sectarios, y que si la línea del Frente no va por ese camino nos sintamos defraudados y desarrollemos resentimiento. Parte de esa función – en este caso durante la crisis y después de ella – es también que consideremos traidores a nuestros compañeros, familiares y conocidos que siendo sandinistas, hayan estado del lado contrario al nuestro en estos momentos difíciles; o que no hagamos diferencia entre los malhechores incendiarios, saqueadores y violentos – algunos de los cuales también son víctimas a quienes el odio les ha arrebatado su espiritualidad – y las personas honradas y pacíficas del pueblo que han apoyado los actos de protesta y agresión, como los tranques y las barricadas, acciones que se presentan del lado de la derecha como formas de defensa ante una agresión, lo cual sabemos que es una vil mentira, pero eso no lo sabe toda la gente, incluso las personas atrapadas entre barricada y barricada pueden hasta llegar a desarrollar el síndrome de Estocolmo, conocido fenómeno psicológico en el que por un sentido irracional de autoprotección, la víctima de un secuestro se identifica emocionalmente con el secuestrador, lo que también puede ocurrir a cualquier víctima de otros tipos de agresión.
No podemos olvidar ni por un segundo que en una situación como la que estamos viviendo, hay muchas víctimas de muy diverso tipo: víctimas físicas (muertos, heridos, secuestrados, torturados, agredidos); personas que han perdido sus trabajos o sus medios de sustento; y víctimas de la mentira, del odio, de la culpa, del miedo. También somos víctimas de alguna manera todos los nicaragüenses que sin haber hecho nada para que se diera esta situación, hemos perdido no se sabe por cuánto tiempo el magnífico país que teníamos hasta el 17 de abril y que costó tanto sacrificio en esfuerzo y decenas de miles de vidas de nicaragüenses (de esos muertos muy pocos se acuerdan).
No olvidemos tampoco que los verdaderos causantes de esta situación son el imperialismo, algunos políticos de derecha (dirigentes de partidos, de algunos ONG´s, agitadores mediáticos y políticos de sotana, entre otros) y la burguesía, así como los propios autores materiales de asesinatos, a los que ojalá se logre descubrir y capturar (algunos de ellos, posiblemente, también víctimas de envenenamiento por odio, pero eso no los exime de su responsabilidad ante la justicia).
Quienes sean portadores del odio, ese virus excluyente y revanchista que puede dividir a las familias, al pueblo, a los que hemos compartido el ideal revolucionario, serán también actores integrados inconscientemente a la gran maquinaria del imperialismo que se encuentra en marcha para la destrucción de la Revolución Sandinista. Los sandinistas debemos oponernos conscientemente a todo revanchismo y reproches contra quien sea, tanto en la familia como en las instituciones del Estado; tanto entre amigos como entre compañeros de lucha. Como bien ha dicho la compañera Rosario Murillo, vamos hacia una nueva etapa de la reconciliación, y lograr lo que estamos diciendo – que será tan difícil como lo está siendo la superación misma de la crisis – será un requisito fundamental para avanzar hacia nuevas victorias en defensa de la Paz, la Patria y la Revolución.