El proceso de construcción socialista en Cuba: experiencias, desafíos y nuevas metas

Índice
 Introducción.
El proceso de construcción socialista en Cuba: experiencias, desafíos y nuevas metas.
Claves del anticapitalismo y el antimperialismo hoy.
Algunas claves de la guerra por la hegemonía cultural.
Estados Unidos más allá de las elecciones de 2016: “El fenómeno Trump” en su contexto político-ideológico.
Declaración final del Quinto Seminario Internacional de Paz y por la abolición de las bases militares extranjeras.
 
Introducción
El Foro de Sao Pablo (FSP) fundado en 1990 bajo la guía certera del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz y el líder histórico del Partido de los Trabajadores de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, tiene plena vigencia como la mayor plataforma de concertación de la izquierda de América Latina y el Caribe, enfrascada en la lucha por la segunda y definitiva independencia de Nuestra América.
El XXIII Encuentro del Foro tiene lugar en la heroica Nicaragua, en momentos particularmente adversos para las fuerzas progresistas de la región, que son objeto de la ofensiva contrarrevolucionaria del imperialismo norteamericano y sus aliados, en contubernio con las oligarquías locales y los grandes medios de comunicación, con el objetivo de derrotar los procesos progresistas en varios países del continente, que tanto alcanzaron en términos de soberanía y justicia social en apenas tres lustros.
En este contexto, es fundamental promover el más amplio debate teórico y trabajar sin desaliento por lograr la unidad de las fuerzas políticas y movimientos sociales de izquierda al interior de cada país y a escala regional.
El Partido Comunista de Cuba, fiel a su tradición internacionalista, pone a disposición de los participantes en esta edición del Foro una selección de trabajos, fruto de la reflexión colectiva de nuestro Partido y de las experiencias de lucha del pueblo cubano, decidido a construir una nación soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible.
Especialmente queremos llamar la atención sobre uno de los textos, “Claves del anticapitalismo y el antimperialismo hoy”, escrito por el destacado intelectual y revolucionario, Fernando Martínez Heredia, recientemente fallecido. Sirva esta publicación de sentido homenaje a su existencia y a su obra, recordando a José Martí, quien nos enseñó, “…la muerte no es verdad, cuando se ha cumplido bien la obra de la vida…”
Nuestro agradecimiento al Partido del Trabajo de México, sin cuyo aporte solidario no habría sido posible el presente esfuerzo editorial.
Junto a Fidel, los comunistas cubanos les decimos a nuestros hermanos de América Latina y del mundo que el pueblo cubano vencerá.
 
 
 

EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN SOCIALISTA EN CUBA:

EXPERIENCIAS, DESAFÍOS Y NUEVAS METAS

(Un enfoque desde las ideas de Fidel Castro)

 

“En Cuba, Revolución, Socialismo e

Independencia Nacional están

Indisolublemente unidos (Fidel. 7.12.89).

 
 
INTRODUCCIÓN
“Hacer, es el mejor modo de decir[1], sentenció el Héroe Nacional cubano José Martí.
Un modo práctico de “hacer”, para garantizar la defensa del socialismo como sistema socioeconómico superador del capitalismo es mostrar, con argumentos objetivos y desde experiencias políticas  concretas, que esta vía del desarrollo sigue constituyendo una opción viable de progreso humano, pese a los reveses que muestra la historia de su construcción práctica.
Desde la Gran Revolución Rusa de 1917 a la fecha, los hechos confirman que los reveses ocurridos en las luchas por el socialismo, se produjeron más por fallas y errores de las políticas y mecanismos adoptados en la construcción del mismo, que por debilidades intrínsecas de la concepción que Marx, Engels y Lenin concibieron en su tiempo.
Rescatar el debate sobre la compleja gama de asuntos teóricos y prácticos asociados a la construcción de alternativas anti-capitalistas de desarrollo, constituye una necesidad imperiosa para las filas revolucionarias,  especialmente en nuestra región latinoamericana y caribeña, donde las fuerzas de la derecha neoliberal se reagrupan y avanzan con discursos hábilmente construidos y en modo alguno sub-estimables.
Eventos como éste del Foro de Sao Paulo, contribuyen a sembrar conciencia sobre la urgencia de transformar tal debate en un instrumento de unidad revolucionaria, a favor del socialismo y de las luchas contra las formas contemporáneas de super-explotación del hombre por el hombre, ancladas cada vez más en variadas y sutiles modalidades de enajenación de las víctimas.
A partir de lo antes expresado, el objetivo de este análisis es compartir algunas experiencias y conclusiones que nos ha dejado la opción histórica de construir el socialismo a 90 millas delos EEUU y de sus élites hostiles, bajo las condiciones de un pequeño país subdesarrollado y con pocos recursos naturales, pero con una poderosa y rica tradición independentista, internacionalista, antimperialista y de apego a los valores morales.
 

  1. La Revolución Cubana: experiencia histórica singular

La cubana, como toda experiencia de transformación revolucionaria de un país real (no del que idealizan o satanizan ciertos textos y enfoques), constituye una  síntesis de grandes logros en todos los campos, pero también de errores y reveses surgidos del propio proceso de construcción de la nueva sociedad;  expresa una inevitable y a veces contradictoria interrelación de taras del pasado con realidades del presente; y sintetiza una compleja gama de interrogantes, asociadas a  búsquedas ineludibles para transformar en realizaciones  concretas la utopía socialista. La realidad es mucho más compleja que todas las teorizaciones conjugadas.
Esta idea que podría considerarse de Perogrullo, con frecuencia es desconocida, sobre todo por “analistas” al servicio de los que nos adversan. También por algunos amigos, aunque por otras razones y motivaciones.
Pese a estos enfoques sesgados, la Obra Social y Humanista de la Revolución Cubana, así como la concreción de los ideales socialistas que asumió en fecha temprana (16.4.1961), resisten cualquier análisis, desde los logros o desde los errores; a partir de los reveses o de las interrogantes, o de las búsquedas que siguen presidiendo su firme decisión de auto-mejorarse integralmente.
La obra está ahí, viva e inmersa en una Revolución que se renueva, para superarse a sí misma, tomando en consideración las cambiantes condiciones internas y del entorno externo.  Esta dialéctica, que no la acaban de entender nuestros adversarios, constituye una de las claves que explica por qué estamos “actualizando” nuestro socialismo, no “reformándolo” en el sentido que dan al término los partidarios de las “soluciones de mercado”. Actualizamos hoy el modelo de desarrollo económico y social para lograr “más socialismo”, para edificar un socialismo que dé respuestas a las mejores demandas de las cubanas y cubanos libres, que lo hemos abrazado como opción de vida y como sentido de nuestras vidas[2].
A partir de las posiciones expuestas, es necesario responder estas 3 recurrentes preguntas:
a)    ¿Cuáles son los actuales desafíos internos y externos del proceso de construcción socialista en Cuba?
b)    ¿Cuál es el socialismo que los cubanos defendemos y nos hemos propuesto edificar?
c)    ¿En qué fase se encuentra la lucha por el socialismo en nuestro país?
El enfoque para responder estas preguntas está sustentado en estas dos tesis centrales:
La primera: “En Cuba, revolución, socialismo e independencia nacional están indisolublemente unidos”[3].
 La segunda: la experiencia revolucionaria y de construcción socialista en Cuba ha resultado sostenible en el tiempo a partir de tres factores esenciales que Fidel Castro supo sintetizar de forma magistral, con pleno apoyo  de la dirección histórica de la Revolución y el decisivo papel dirigente del Partido Comunista de Cuba: a) la participación democrática del pueblo, ininterrumpida y cada vez más consciente; b) el sentido de unidad nacional alcanzado; y c) la formación de valores patrióticos, internacionalistas y humanistas que han sido fomentados con apreciables resultados en estos 59 años.
 

 “Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución

Socialista y Democrática de los Humildes, con los Humildes

y para los humildes…” (Fidel. 16.4.1961)

 
 1.1.        En la Revolución Cubana, el pueblo se transforma en su propio redentor.
 
 El 26 de julio de 1967, en medio de la guerra que libraba en suelo boliviano, el Che organizó un encuentro con su tropa, para conmemorar el Asalto al Cuartel Moncada. Lo calificó de “rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios”[4]. El triunfo de la Revolución, 8 años antes, había significado, precisamente, la victoria de esa rebelión.
Con la victoria del primero de enero de 1959 varios dogmas fueron quebrados al unísono: la idea de que en Cuba se podría hacer una revolución con el ejército o sin él, pero no contra él, fue hecha trizas. También comenzó a ser radicalmente negado el “fatalismo geográfico”, según el cual nada se podría hacer, en materia de lucha por la soberanía y la justicia social en nuestro país, sin el sacrosanto beneplácito del Tío Sam.
Una de las claves para explicar lo sucedido es esta: la Revolución Cubana constituye en su génesis y desarrollo un hecho de masas, de profunda raigambre popular. Sin esta participación popular, cada vez más democrática y libre, la historia cubana sería otra.
Entre enero de 1959 y el 16 de abril de 1961, en la práctica, la dirección revolucionaria había cumplido las principales promesas de beneficio popular contenidas en el Programa del Moncada: La Historia me Absolverá.
Esta circunstancia explica, en un altísimo grado, por qué los milicianos que escucharon el discurso de Fidel declarando el carácter socialista de la Revolución, el referido 16 de abril, pelearan pocas horas después en Playa Girón no sólo por la independencia de la Patria, sino por un proyecto de sociedad que probablemente muchos habían rechazado hasta ese día, pero que ya sabían que significaba salud y educación  gratuita y de calidad para todos; acceso libre a la cultura y los deportes; derecho igual para blancos y negros de circular por los mismos parques y las mismas playas; recuperación por el Estado de los bienes malversados por los representantes corruptos de la dictadura de Batista; tierras para los campesinos, empleos seguros para los obreros y otros tantos beneficios sociales, económicos y, sobre todo, progresos tangibles en la esfera de los derechos sociales y las libertades individuales[5].
El socialismo llega a Cuba, en consecuencia, de la mano de una Revolución cuya obra social y humanista posibilitó la articulación acelerada de un proyecto de sociedad sustentado en el desarrollo progresivo de valores de solidaridad, generosidad, altruismo y otros que nada tenían que ver con los que reproducía el capitalismo salvaje y neo-colonizado que vivió el país hasta el triunfo revolucionario. Llega, además, como resultado de la radicalización de una Revolución Popular, Democrática y de Liberación Nacional, asentada en un pensamiento político libertario propio que, por su proximidad o identidades con el humanismo marxista, forjó con éste una nueva síntesis teórico revolucionaria.
Un gran proceso de educación y reeducación a todos los niveles se instala en el país, en los primeros 24 meses de la Revolución. Los conductores del cambio, a su vez, eran aprendices en la construcción de un proyecto de sociedad para el cual no estaban plenamente preparados.
La vanguardia revolucionaria encabezada por Fidel era la que tenía mayor claridad sobre los objetivos estratégicos a lograr, pero no así sobre los medios e instrumentos más adecuados para acceder al socialismo proclamado. Esta afirmación del líder histórico de la Revolución lo ratifica: “…entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”[6].
Este hecho objetivo generó, además de las lógicas diferencias dentro de las propias filas revolucionarias en cuanto a cómo hacer las cosas, las más diversas búsquedas para acelerar las metas de justicia del socialismo, que por momentos parecía más cercano en el tiempo y más fácil de construir. La realidad fue y es otra. Pero el ejercicio de construcción dejó no pocas y positivas enseñanzas.
En algún momento se llegó a hablar de edificar, de forma simultánea, el socialismo y el comunismo. Para unos, en éste y otros proyectos de igual motivación revolucionaria, faltó realismo y hubo exceso de idealismo y de sueños. Es cierto, esto sucedió en un cierto grado. El Primer Congreso del Partido fue muy severo al evaluar lo que llamó errores de idealismo, y subrayó que a los revolucionarios no les puede faltar el realismo, pero tampoco los sueños o las utopías. ¿Cómo alcanzar el punto de equilibrio? Ahí reside el desafío creador, tan vigente hoy como 59 años atrás.
Luego de un examen sereno de la década de los 60, hoy es factible afirmar que en esa etapa, pese a los errores de “idealismo” que se expresaron, estuvieron presentes factores que llevaron a millones de cubanas y cubanos a darlo todo por la Revolución y por un Socialismo que apenas comprendían en el plano conceptual, con entusiasmo y muchos sacrificios personales y familiares. Será necesario estudiar mejor esas motivaciones, para analizarlas creadoramente y beneficiarnos con sus conclusiones.
Será clave estudiar y comprender cómo operaron los factores subjetivos; cómo se configuró un sentido de la esperanza en una vida mejor en el seno del pueblo humilde y mayoritario, ante una obra económica y social en constante movimiento creador, pero con inevitables improvisaciones y dificultades; será esencial investigar cómo nació y se fue fortaleciendo la confianza de ese pueblo en la actuación de los jóvenes líderes revolucionarios consagrados a él. No podrá entenderse esta Cuba revolucionaria de los años 60, con institucionalidad provisional, sin el magisterio excepcional de Fidel Castro.
Una de las claves de ese entusiasmo colectivo hay que buscarla en el modo como la dirección revolucionaria, y sobre todo Fidel -reitero- condujeron e impulsaron la más amplia participación popular en él. Miles de ejemplos se podrían citar.
El tema “participación política y social del pueblo”, en los discursos de Fidel, es recurrente, de un modo que llama la atención y admira. Lo es durante los primeros años de la Revolución y lo fue hasta su fallecimiento. Esta afirmación-síntesis suya así lo revela:
“Nosotros llegaríamos muy lejos si con el trabajo de masas ganamos esta batalla (se refería a la batalla contra el ausentismo laboral y otras indisciplinas en este ámbito). Nosotros llegaríamos muy lejos si introducimos hasta su grado máximo la democratización del proceso. No puede haber ningún Estado más democrático que el socialista, no puede, ni debe haberlo. Es más, si el Estado socialista no es democrático, fracasa (…) sin las masas, el socialismo pierde la batalla: se burocratiza, tiene que usar métodos capitalistas, tiene que retroceder en la ideología. Así que no puede haber sociedad más democrática que la socialista, sencillamente porque sin las masas el socialismo no puede triunfar”[7].
Este rasgo de la Revolución y de su socialismo muestra por qué la dimensión política de la sociedad cubana es mucho más amplia y más rica que el propio sistema político[8]; explica por qué los ejercicios autocríticos que más de una vez impulsó la dirección revolucionaria, siempre se hicieron frente al pueblo y con participación activa de éste, de un modo que produjo un resultado dialéctico vital para la cohesión del proyecto político: la honestidad autocrítica de Fidel y de la dirección histórica de la Revolución se transformó en factor de su legitimación y relegitimación, a medida que esta práctica democrática era aplicaba para encarar grandes desafíos o para evaluar críticamente la ejecutoria de la dirección revolucionaria. El Che Guevara describe magistralmente esta dialéctica en “El hombre y el Socialismo en Cuba”[9].
El respeto a la verdad resultante de un ejercicio de construcción colectiva, explica por qué el General de Ejército Raúl Castro no cesa de llamar a los revolucionarios a debatir de frente los problemas y las soluciones, en el lugar adecuado, de la forma más respetuosa y diáfana.
Así ha sido como tendencia dominante y así se perfila como objetivo a preservar: los desvíos que han ocurrido sectorial o circunstancialmente en la aplicación de esta esencial premisa de la Revolución, se ubican como lo que son, desvíos a erradicar. Aquí radica una de las grandes fuerzas del socialismo cubano: su capacidad de rectificar con fuerzas propias y siempre con la participación activa y consciente de las masas.
 

 “Para mí, unidad significa compartir el combate,

los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas,

conceptos y estrategias, a los que se llega

mediante debates y análisis” (Fidel/22.1.08).

  
1.2.        Junto a la participación democrática, la construcción de la unidad nacional revolucionaria es la otra clave esencial:
 

  • Para explicar por qué la Revolución cubana pudo sobrevivir y derrotar los planes de 12 administraciones hostiles de los Estados Unidos; para comprender por qué un bloqueo económico, comercial y financiero genocida de más de 56 años no impidió su desarrollo; para entender por qué se transformaron en fuentes de radicalización revolucionaria, en una dimensión colectiva, las agresiones militares y bacteriológicas, así como la persistente y bien diseñada subversión ideológica desarrollada por la CIA; para saber por qué las operaciones diplomáticas para generarle aislamiento internacional fueron rotas, no sólo por una política exterior hábil, sino por la fortaleza interna mostrada por el pueblo; y para confirmar por qué, con fuerzas propias, los cubanos hemos resuelto las profundas contradicciones que generó el triunfo revolucionario entre los sectores oligárquicos y burgueses del país – y sus seguidores – y el pueblo que se benefició de la obra revolucionaria.

 
El tema demanda de algunas precisiones, todas vinculadas a la singular experiencia histórica de Cuba:
a)    En una Revolución, la unidad nacional no se decreta por la vanguardia revolucionaria que la encabeza, aun siendo hegemónica su capacidad de convocatoria política y social, ni por muy justas que sean sus banderas políticas y de justicia social, ni porque tenga en su seno al líder mayor para encabezarla. Tal es el caso del Movimiento 26 de julio encabezado por Fidel Castro. La primera gran misión de éste fue unir a todos los que pudiesen contribuir a la consolidación del triunfo revolucionario, combatiendo el sectarismo, los personalismos, las posiciones hegemonistas y otros lastres de la cultura política que había imperado en la República neocolonial, y que en su momento frustraron más de un esfuerzo independentista en el siglo XIX.
b)    La unidad nacional revolucionaria fue y es un proceso de construcción política cotidiana, ininterrumpido, difícil en general y con frecuentes momentos de alta tensión, sobre todo en la etapa inicial del triunfo revolucionario, esto es, cuando con más beligerancia se expresan las diferencias de intereses, las visiones y proyectos de sus distintos actores políticos, así como los de las clases burguesas desplazadas del poder, pero todavía no derrotadas.
Como proceso de construcción política, el logro de la unidad nacional representó para los líderes de la joven Revolución, bajo el magisterio de Fidel:

  • Iniciar el difícil aprendizaje de “dejar a un lado, con modestia, todo aquello que nos divide y separa”[10], especialmente entre los revolucionarios. Implicó también aprender a manejar sin odios fratricidas las contradicciones derivadas del factor humano, tanto en sus expresiones individuales como colectivas: el egoísmo, los celos, las actitudes corporativistas, el oportunismo y otras deformaciones de similar y negativa esencia. Todas, además, de fácil reproducción en cualquier medio social[11].
  • Supuso un ejercicio político e ideológico orientado a que los cuadros revolucionarios y el pueblo que aseguró sobre sus hombros todas las medidas de transformación socialista, adquiriesen una cabal comprensión de clase sobre la esencia humanista de dichas medidas: favorecer prioritariamente a los más humildes de la sociedad. En este punto se produjo una clara delimitación socio-clasista: la cubana fue una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. Así también nace nuestro Socialismo.
  • En las condiciones de Cuba era preciso fijar el alcance del cambio revolucionario y del tipo de unidad nacional que se pretendía edificar: era inevitable anular de raíz el poder de la burguesía y la oligarquía pro-imperialistas en todos los campos, en la economía, el Estado y sus leyes, y en el sistema de valores que la sociedad debía reproducir.

c)    En nuestra experiencia fue necesario que cada revolucionario, cada socialista y cada patriota comprendiese que, en la especial ubicación geopolítica de Cuba y ante la sórdida historia de ataques e intentos de anexión por parte de las élites de poder de los Estados Unidos, el punto de partida para asegurar la unidad nacional debía y tenía que ser la preservación de la independencia, la soberanía y la autodeterminación de la nación frente al imperio vecino. Esta realidad, 59 años después, ha adquirido renovada vigencia.
d)    Aprendimos que la unidad nacional en Cuba, o el sentido de unidad alrededor de cualquier proyecto político, constituye un ejercicio de construcción, ininterrumpido en el tiempo y siempre sometido a riesgos, bien por factores internos, incluidos los personales, o bien en virtud de factores externos de diversa naturaleza. La solidez de la misma, dependerá del sentido que hayan adquirido todos los componentes de la sociedad, o del proyecto político dado, sobre los intereses y valores comunes a preservar y a desarrollar. Como bien alerta Fidel, a esta cohesión se llega mediante el debate meditado y colectivo.
e)    La experiencia revolucionaria cubana, por circunstancias históricas, por exigencias políticas internas y por desafíos geopolíticos muy particulares, más que por conceptos acerca de cómo debe encararse la construcción del socialismo, llegó a la convicción colectiva de que debía ser dirigida por un solo Partido[12], concebido a partir de las raíces del pensamiento político martiano, capaz de expresar en su seno – y a la vez de representar – a la plural sociedad cubana.
f)     Este formato de nuestro sistema político con “partido único” – es clave reiterar – responde a realidades muy propias, cuya explicación demandaría de otro análisis. Pero a los efectos de éste, resulta de utilidad resaltar que desde su fundación, el 3 de octubre de 1965, el Partido Comunista de Cuba (PCC) devino actor creíble y respetado como dirigente colectivo del proceso de construcción de la unidad revolucionaria y socialista en Cuba. En nuestra realidad, preservar tal formato pasó a ser precondición fundamental para mantener la unidad nacional, sobre todo ante la algún día inevitable ausencia física de las grandes figuras históricas que forjaron dicha unidad: Fidel, Raúl, el Che y Almeida, entre otras que los cubanos tenemos como símbolos.
g)    Para el PCC, “la construcción de la unidad es la tarea más importante que enfrenta toda revolución verdadera”[13]. Esta afirmación de Raúl Castro figura como prioridad absoluta de los comunistas y revolucionarios cubanos
h)   Preservar la unidad revolucionaria de nuestro pueblo, en síntesis, está por encima de cualquier otra exigencia política coyuntural. Esta es una de las razones externas: constituye una prioridad absoluta de Washington y de su estrategia subversiva en Cuba, promover la división en nuestra sociedad y, de manera particular, en las filas revolucionarias. Esta estrategia tiene entre sus objetivos esenciales el debilitar la autoridad del Partido como fuerza dirigente superior del Estado y la sociedad, y erosionar el papel unitario que ha jugado desde su creación. Frente al plan divisionista de EEUU, impondremos nuestro plan de unidad nacional y revolucionaria, o dicho en palabras de José Martí, responderemos con la filosofía de “plan contra plan”[14].
 

“Nosotros no le decimos al pueblo ¡cree!

le decimos ¡lee!” (Fidel 9.4.1961)

 
1.3.        Sin sólidos valores morales e ideológicos no hay Revolución posible, ni Socialismo viable
Otra de nuestras más preciadas experiencias históricas es esta: el ejercicio democrático en una auténtica Revolución y la construcción de la unidad del pueblo alrededor de los objetivos emancipatorios de la misma, sólo resultan exitosos si están asentados sobre sólidos valores morales y patrióticos, solidarios e internacionalistas, de justicia social y humanismo integral, de independencia y antimperialismo radicales, entre otros muchos de igual sentido positivo.
Aprendimos que un individuo, un colectivo humano o la mayoría de un pueblo, una vez que se identifican emocional y racionalmente con los objetivos de una causa que perciben justa, son capaces de llevarla adelante en las más adversas circunstancias materiales, en medio de carencias que para otros podrían ser motivo de parálisis, de búsqueda de salidas individualistas o simplemente de indiferencia política.
En la singular experiencia cubana se funden, de un modo poco comprensible para los que no la han vivido de cerca, el ejercicio práctico de construir con participación colectiva un Estado más justo – sobre todo para los más humildes – de forma paralela con el desarrollo de un vasto proceso de instrucción y educación a todos los niveles de la sociedad, a partir de valores humanistas universales y revolucionarios de carácter socialista e inspiración comunista.
Desde la Sierra Maestra y el Segundo Frente Oriental, Fidel y Raúl concedieron atención primordial a la formación cultural, científica y humanista de los combatientes, así como de los campesinos que fueron indispensable base social del naciente ejército revolucionario.
La idea martiana de que un principio justo, desde el fondo de una cueva puede más que un Ejército[15], explica por qué hemos resistido las carencias de un bloqueo económico, comercial y financiero que a lo largo de casi seis décadas causó daños al país por más de 753 688 millones de dólares[16], con efectos devastadores sobre los servicios de alimentación, salud, educación y otros de alto impacto humano.
Para la mayoría de los cubanos, desde los tensos años 60 y 70, las agresiones militares, biológicas y de guerra psicológica, aplicadas por los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos, fueron fuente empírica de conciencia política revolucionaria.
La percepción del enemigo a vencer no era necesario que la dirección revolucionaria la alimentase, ella surgía todos los días, de forma natural y con frecuencia a través de hechos dolorosos y brutales. La muerte de 3748 compatriotas y la existencia de más de 2099 discapacitados, así lo confirman.
Bajo estas condiciones de agresiones continuas y múltiples, objetivamente fue más fácil que la conciencia revolucionaria de la mayoría del pueblo se mantuviese alta y alerta. La labor de formación política e ideológica diseñada por el Partido para sus militantes funcionó con alta eficacia. El sistema nacional de educación, desde la primaria a la universidad, jugó un papel vital en la socialización de valores patrióticos e internacionalistas que fomentaron la cohesión colectiva, cuantitativamente hegemónica, alrededor del proyecto socialista.
La ofensiva conservadora impulsada por Ronald Reagan en los años 80 reforzó la conciencia colectiva de los cubanos sobre la necesidad de preservar la soberanía y la independencia por medio de asegurar los logros de un socialismo que estaba exigiendo, a la vez, mejoras urgentes. Surge así la llamada etapa de “rectificación de errores y tendencias negativas”[17], comandada por Fidel y con el Partido como actor dirigente de la rectificación.
Una de las lecciones políticas y de valor ideológico de esta etapa fue ésta: tanto Fidel como el Partido, una vez más, plantearon al pueblo lo que estimaban debía rectificarse; colocaron a debate las autocríticas que procedían; llamaron a la reflexión colectiva, desde la premisa de que se rectifica sin hacer concesiones al capitalismo ni a los defensores del mismo; el propio Partido puso bajo examen su actuación y todo ello junto terminó transformándose en una gran escuela colectiva, que moralizó al pueblo revolucionario, activó más a la militancia comunista y, en general, nos preparó a todos para enfrentar con alta cohesión política e ideológica la mayor crisis material por la que pasó nuestra sociedad en los últimos 59 años: el Periodo Especial de los años 90[18].
Estos últimos comienzan con la debacle del llamado Campo Socialista y la dramática extinción de la URSS. Ambos acontecimientos nos arrebataron de forma abrupta la principal contraparte económica y financiera, tecnológica, militar y política del país.
La caída del nivel de vida del pueblo fue exponencial. En otro país ello hubiese sido fuente de una crisis no sólo política, sino de un colapso institucional del sistema político. Pero nada de esto sucedió, sino todo lo contrario a lo que de inmediato calcularon nuestros enemigos, que con agilidad arrecieron las medidas de agresión y bloqueo[19]: la abrumadora mayoría de las cubanas y cubanos se aprestaron a resistir y vencer.
La estrategia defendida por Fidel fue preservar los logros sociales de la Revolución, desde los valores de solidaridad, justicia social y humanismo que estaban en sus raíces históricas y que las 3 décadas anteriores potenciaron. Esta línea de conducta resultó exitosa para preservar el proyecto nacional de independencia, así como el proyecto socialista de sociedad, asumido en 1961. Ello se logró, sin embargo, con altos costos en el plano social y en el sistema de valores alcanzado en un contexto de austeridad material, pero con altos niveles de progreso, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Para los nacidos después de 1959, los años 80 fueron de una prosperidad que percibían como natural. El dinero tenía menos presencia en la vida cotidiana que hoy, 27 años después. El paternalismo del Estado, así como las soluciones igualitaristas se percibían como consustanciales a una sociedad que buscaba ser justa. Había más sentido de los derechos que de los deberes. No teníamos tan claro como hoy que el socialismo supone el control colectivo sobre los medios de producción fundamentales, y que su construcción puede coexistir con otras formas de propiedad y gestión, mientras estas no sean hegemónicas.
Teníamos una sociedad más equitativa de lo que imaginábamos, pero tan necesitada como hoy de correcciones en su funcionamiento institucional, en los niveles de eficacia en la actuación del Estado, el Gobierno, los actores económicos y de todos sus segmentos sociales, organizados o no.
¿Cómo se explica que hayamos llegado a todas estas conclusiones críticas y autocríticas, en un contexto continuado de altos niveles de carencias materiales golpeando la vida cotidiana de nuestro pueblo –pese a las objetivas mejoras de los últimos años – sin crisis políticas ni fracturas sociales relevantes?
Una de las posibles respuestas es: la revolución y el socialismo cubanos echaron raíces en la mayoría del pueblo. Esas raíces asumieron en ella contenidos, ideas y valores propios, que explican su sentido de pertenencia, consciente e ideológico, a la revolución y a un socialismo que reconoce perfectible. Una de las más convincentes confirmaciones de este dato de la realidad cubana, lo fue la reacción masiva del pueblo y de sus jóvenes frente a la desaparición física de Fidel, el pasado 25 de noviembre. Dicha reacción mostró la calidad alcanzada por la cubanía y fue una confirmación más del liderazgo de éste.
La otra respuesta: la mayoría del pueblo sabe que defender el socialismo es equivalente a asegurar su propia sobrevivencia humana y política, frente a una elite imperial que nos sigue viendo como una plaza a anexar, hoy o mañana, por la fuerza o la seducción, como pretendió lograr el “Hermano Obama”[20].
Ambas respuestas tienen un denominador común: el valor activo y proactivo de las ideas y los valores en el proceso de construcción socialista cubano.
 

  1. Desafíos internos y externos 

En las particulares condiciones geopolíticas de Cuba y, sobre todo, por la persistente pretensión de las élites de poder de los Estados Unidos por tenerla de rodillas y al servicio de los intereses de Washington, tanto domésticos como internacionales, resulta casi imposible, salvo para fines instrumentales o analíticos, deslindar dónde empieza y termina una política de raíz interna, de otras asociadas a respuestas a factores externos.
En esta ocasión, la distinción obedece a objetivos analíticos y también comunicacionales.
2.1. El socialismo cubano: en qué fase está? ¿Cuáles son sus actuales desafíos internos?
La sociedad cubana se encuentra transitando por pleno proceso de construcción del socialismo.
Este tránsito ocurre en adversas condiciones políticas y económicas internacionales, así como urgido de mayores y mejores progresos materiales y espirituales por parte del pueblo que lo protagoniza. Se verifica, además, en el momento en que existe mayor claridad por parte de la máxima dirección del país sobre los desafíos internos a vencer, y también una percepción más objetiva y realista por parte de ésta sobre las vías para encararlos con éxito. Todo ello con un pueblo más instruido y calificado para aportar soluciones que contribuyan a acelerar el progreso del país.
Entre el desafiante contexto internacional y las exigentes demandas internas de las cubanas y cubanos, que en más de un 70% nacieron después de 1959 y desconocen lo que es vivir en el capitalismo, la dirección del Partido y el Gobierno impulsan un amplio debate nacional para, una vez más con participación de la sociedad, lograr la imprescindible “Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista”[21] al que aspiramos.
El ejercicio de conceptualización será, por tanto, más prolongado que lo deseado. Demorará tanto cuanto seamos capaces de diseñar, con  claro sentido político y rigor académico, cómo desarrollar las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, cambio y consumo, sin hacer concesiones a soluciones capitalistas que terminen minando las bases del esfuerzo actual y, lo más importante, que lesionen el objetivo de asegurar la unidad nacional y la independencia del país.
El momento es vital, además, para desarrollar con realismo la gestión de construcción socialista. Justamente, una de las fallas que ha tenido la misma es la carencia de una teoría más acabada, sobre todo en el campo de la economía política del socialismo. Existe la convicción de que esta teoría, en lo adelante, no deberá ser concebida como recetario para todos, ni para todos los tiempos, como sucedió en etapas superadas por la propia realidad.
En correspondencia con los déficits teóricos acumulados, se trabaja en la elaboración de instrumentos analíticos que permitan hacer una objetiva caracterización estructural y funcional del modelo económico a lograr, con clara visión sistémica; se estudia cómo de manera específica y desde qué formas de gestión se pueden lograr los mejores niveles de aprovechamiento de las fuerzas productivas disponibles y cómo potenciarlas; se intenta comprender cómo dichas fuerzas productivas interactúan en el sistema de relaciones de producción e intercambio; se da atención prioritaria al impacto de las formas de propiedad y gestión no estatales, así como sobre los impactos de los cambios económicos en curso sobre la relación base-superestructura del país. Un arduo esfuerzo académico complementa el proceso de decisiones en el campo político y estatal[22]
La búsqueda de un camino viable para la construcción del experiencias vividas entre el 16 de abril de
1961 y la actualidad, será mucho más largo que el deseado, y más complejo de materializar que lo imaginado en algún momento de su asunción como proyecto de sociedad.
El ejercicio de la Conceptualización del que llamamos “Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista”, tiene como prioridad inmediata la consolidación de la propiedad socialista de todo el pueblo, como la principal, sin excluir otras formas de propiedad y gestión, que permitan avanzar en la construcción de un socialismo “próspero y sostenible”, no sólo por sus indisociables fortalezas en lo económico, sino también en el sistema de valores humanistas y de justicia que sea capaz de reproducir.
La actual etapa de construcción socialista tiene delante un conjunto de problemas económicos e institucionales por solucionar
En el campo de una economía subdesarrollada, que fue duramente impactada por la desaparición del campo socialista en los años 90, por el bloqueo de los Estados Unidos y por fallas internas, la búsqueda de soluciones más integrales es vital y se enfrenta a las siguientes necesidades inmediatas, todas identificadas en la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista:
a)    Resolver los desequilibrios entre la disponibilidad y las necesidades de divisas;
b)    Asegurar la debida correspondencia entre la demanda y la oferta de productos y servicios requeridos por la población;
c)    Enfrentar la obsolescencia tecnológica, la subutilización y las ineficiencias de la base productiva;
d)    Asegurar que los procesos inversionistas requeridos por el país se hagan con los debidos cuidados del medio ambiente, con la rapidez y la calidad requeridos.
e)    Y de manera fundamental: resolver los problemas de organización, disciplina, exigencia y control del trabajo y los recursos, algo que sólo depende de nosotros, no de factores externos.
f)     Anular los efectos perniciosos que tiene sobre la capacidad adquisitiva de la población la dualidad monetaria, la cual permitió encarar la crisis económica de los 90, pero que por su prolongación en el tiempo se ha convertido en fuente de diferencias económicas y sociales.
 
Asociados a estos y otros problemas en la esfera de la economía, se generan efectos negativos en el campo social y en la conducta de algunos segmentos de la población:
a)    Éxodo de trabajadores hacia actividades de menor calificación, pero con mejores ingresos salariales y otras facilidades.
b)    Emigración económica, no solamente hacia los Estados Unidos.
c)    Incremento de ciertas manifestaciones de corrupción.
d)    Indisciplinas sociales en un grado no conocido hasta que el país se vio inmerso en el Periodo Especial de los años 90.
e)    Aparición de otras formas de marginalidad social
Estas expresiones de anomia social se dan en un contexto de envejecimiento agudo de la población, así como de expresiones de pérdida de confianza, en sectores todavía minoritarios, sobre la capacidad del país para retomar la senda del progreso. Por su extensión y profundidad, están en un rango administrable y que puede ser revertido con una acción política, estatal y social más concertada.
Ante estas realidades, todas objeto de análisis por los congresos del Partido, la Asamblea Nacional del Poder Popular y las organizaciones sociales y de masas del país, una vez más la decisión fue someterlas a debate nacional, a fin de promover una reflexión colectiva sobre sus causas y, sobre todo, acerca de sus posibles soluciones. Ello explica que el país se encuentre inmerso, de diversos modos, en un gran debate interno, saludable, necesario y prometedor.
Nuestra experiencia de construcción revolucionaria y del socialismo, indica que es en las dificultades y es ante los grandes desafíos donde los procesos políticos muestran sus fragilidades, pero también sus fortalezas. La apuesta cubana es a estas últimas:
a)    La primera fortaleza refleja la esencia democrática de la revolución y del socialismo: la defensa de ambos constituye un punto de unidad nacional del pueblo cubano. De forma abrumadora éste demanda mejorar su socialismo, no cambiarlo, mucho menos negarlo. Existe un consenso razonablemente consolidado sobre la viabilidad de perfeccionarlo con soluciones propias. En términos políticos, que persista la confianza en la capacidad nacional para acceder a niveles de prosperidad sostenible, es una variable de primera importancia.
b)    Existe, paralelamente, un respaldo abrumador a la dirección del Partido Comunista de Cuba y al Estado socialista en su actual formato. El debate nacional tiene como objetivos centrales elevar la eficacia de este último en todos los ámbitos. Sólo una minoría de mentalidad anexionista o proclive a ceder las banderas nacionalistas y patrióticas de estos años, plantea “soluciones” de inspiración socialdemócrata, pero todavía sin atreverse a cuestionar de frente la legitimidad o la autoridad social del Partido, signo elocuente del prestigio de éste.
c)    Preservar la universalidad de las principales políticas públicas sobre las que la Revolución de 1959 asumió el apellido honroso de socialista, en abril de 1961, no está en pauta. Ni la contrarrevolución más mercenaria osa replantear el camino capitalista para el país de manera abierta.
d)    El sector social que tiene un capitalismo utópico en la mente, es minoritario y podría reducirse aún más, en la medida que tornemos eficiente y eficaz el Estado y su modelo de desarrollo económico y social: opción viable y de corto plazo, sobre todo si es eliminado el bloqueo económico, financiero y comercial por parte de Estados Unidos.
e)    Todas las fortalezas mencionadas tienen bases subjetivas mayores que las calculadas, incluso por los propios revolucionarios: se trata del sistema de valores de dignidad, patriotismo, solidaridad, antimperialismo e internacionalismo, entre otros, que han adquirido niveles significativos de arraigo entre la población cubana que ha vivido la Revolución. Basta escuchar los testimonios de los propios emigrados por razones económicas.
f)     La sociedad cubana posee un sistema de organizaciones sociales y de masas, y otras formas de asociación, no sólo con fuerza real, sino con potencialidades organizativas y de socialización todavía mayores. En momentos de tensión o dificultades, ellas han evidenciado ser un factor de defensa y cohesión política superior al estimado por nuestros enemigos. Una de las prioridades actuales del Partido es reactivar, con vigor y creatividad superiores, este potencial.
g)    Otra de nuestras fortalezas reside en la capacidad del Estado socialista para fortalecer el desarrollo de la economía desde los sectores de propiedad socialista, más necesitados de la planificación de los recursos materiales y financieros. Los logros alcanzados en las ramas de la producción de medicamentos, en la biotecnología, el turismo, la exportación de servicios médicos y otros, constituyen evidencias incontrastables de ello. Lo son también los avances que, pese a las muchas limitaciones aún existentes, ha tenido la producción de alimentos para la población durante los últimos 5 años.
Un balance sereno sobre la correlación existente entre adversidades-obstáculos y potencialidades-oportunidades, se puede llegar a dos conclusiones: hay motivos para ser optimistas en lo que a las potencialidades del sistema socialista cubano se refiere. Hoy se puede afirmar de forma categórica, sin subestimar las internas que el general de Ejército Raúl Castro critica de forma severa y recurrente, que el principal obstáculo para nuestro desarrollo es exógeno: el bloqueo de los Estados Unidos.
 
2.2. El socialismo cubano: desafíos externos
a)    El primer gran desafío externo de la Nación cubana, su Revolución y su Socialismo, es la existencia de una élite imperial a 90 millas de distancia que persiste en tres objetivos fundamentales: poner a la primera de rodillas y tornarla servil a los Estados Unidos; destruir la Revolución y lo que esta significa en materia de dignidad para los pueblos del mundo; y acabar con todo vestigio de Socialismo en su entorno geopolítico más próximo.
El bloqueo económico, comercial y financiero es, apenas, uno de los instrumentos de los que se valen las elites estadounidenses para lograr los fines expuestos de forma simultánea. Junto a él está en desarrollo una política de subversión cultural e ideológica perfeccionada, así como de inteligencia que opera en dos direcciones centrales: captar simpatías en los cubanos más jóvenes que no vivieron las agresiones militares, ni biológicas de las 3 primeras décadas de la Revolución; y en segundo lugar, desmontar el movimiento internacional de solidaridad con Cuba, con el falaz argumento de que Washington está tratando de olvidar la historia y mirar al futuro[23]. Esta cínica tesis defendida por Obama durante su visita al país, es negada todos los días por la política del gobierno que ahora comanda un personaje imprevisible[24].
b)    Un segundo desafío con importante potencial negativo para los planes integracionistas de Cuba en América Latina y el Caribe, así como para sus relaciones económicas y políticas en esta región, está vinculado a los actuales avances coyunturales de las fuerzas de derecha que han retomado el gobierno de varios países suramericanos con claros planes des-integracionistas, con políticas económicas ultra-neoliberales y una clara tendencia a subordinarse a los dictados de Washington.
c)    Otro desafío está asociado al enfrentamiento de la estrategia coordinada por Washington con sus aliados, sobre todo con los de la Unión Europea, para desarrollar dentro Cuba una política subversiva de “nuevo tipo”: menos agresiva respecto a las líneas clásicas de actuación de la contrarrevolución, más sutil e inteligente, y más selectiva en la identificación de los segmentos sociales a “cooptar”.
d)    En el terreno mediático, la experiencia de construcción socialista cubana continúa sometida a una combinación perversa de silencios y desinformación, con el claro objetivo de restarle atractivo ante los sectores de izquierda y progresistas actuales, los que en un alto por ciento no tuvieron relaciones directas con los líderes históricos de la Revolución, no conocen directamente la realidad del país, ni sus importantes esfuerzos orientados a perfeccionar el socialismo en él.
e)    Por diversos medios político-diplomáticos, mediáticos e ideológicos, la derecha internacional y la de Estados Unidos combinadas, operan para aislar a la Revolución Cubana de sus aliados de izquierda, en el gobierno o en la oposición; y trabajan, a la vez, para debilitar y/o fragmentar los espacios de concertación política y gubernamental donde Cuba encuentra aliados importantes o influye.
 
¿Cuál es el Socialismo que los cubanos nos hemos propuesto edificar?
 A partir de la historia política expuesta, del sistema de valores éticos y políticos enunciado, de la amplia participación histórica de las masas en la definición de las principales políticas públicas del país, y de la reconocida función dirigente del Partido Comunista de Cuba – hoy renovada tras el fallecimiento físico de Fidel Castro – es factible afirmar que el Socialismo de este archipiélago al sur del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”[25], en primerísimo lugar, constituye hoy un proyecto de sociedad no negociable para la abrumadora mayoría de las cubanas y cubanos. Como proyecto e ideal de sociedad:
 

  1. Deberá satisfacer las necesidades fundamentales de las cubanas y cubanos, materiales y espirituales.
  1. Será profundamente democrático en todas las esferas de la vida económica, política y social.
  2. Poseerá todos los valores morales, políticos y humanistas que condensa la definición del concepto Revolución, elaborada por Fidel.
  3. Tendrá como valor político de prioridad absoluta, la preservación de la unidad nacional, tanto frente al mercenarismo interno, como sobre todo ante los mentores externos de éste.
  1. Estará dirigido por un Partido surgido desde la voluntad martiana y fidelista de servir al bien de todos, y con todos los dispuestos a trabajar por una Patria soberana e independiente.
  1. Lo caracterizará un profundo sentido internacionalista y humanista. El internacionalismo expresará su mejor esencia.
  1. Hará de la defensa de la paz y la cooperación internacional ejes centrales de su proyección internacional.

Para construir este socialismo, en Cuba poseemos plena conciencia de que tendremos que recorrer un arduo, largo y complejo camino, empezando por el de las rectificaciones que estamos obligados a hacer con la urgencia que demandan los tiempos[26] políticos. Como lo evidenció el VII Congreso del Partido, son muchas las correcciones que estamos obligados a hacer, pero muchas más las potencialidades de la Revolución y del Socialismo cubano.
 

 ANEXO

LAS HISTÓRICAS AMBICIONES DE LA ELITE DE LOS ESTADOS UNIDOS RESPECTO A CUBA

Es esencial recordar la historia que a Obama molesta, pues de otro modo no se podrán comprender la cautela, ni la firmeza cubanas a la hora de tomar decisiones de política interna para preservar la unidad nacional y la soberanía del país:
–      A finales del siglo XVIII, antes de la propia independencia de las Trece Colonias y de la formación de los EEUU como nación, los llamados “padres fundadores” de la misma anticiparon sus pretensiones de anexar y/o dominar a Cuba. Uno de ellos, Benjamín Franklin, en 1767 recomendó al conde de Shelburne, secretario de estado para los asuntos coloniales de Inglaterra, fundar un asentamiento en Illinois para que, ante un posible conflicto armado, sirviera de puente para descender hasta el golfo de México y luego tomar Cuba o México mismo[27].
–      En 1783, John Adams, segundo presidente de los EEUU, declaró con desenfado: “Cuba es una extensión natural del continente norteamericano, y la continuidad de los EEUU a lo largo de ese continente torna necesaria su anexión[28]”. En 1823, la llamada política de la Fruta Madura se transformaría en piedra angular de la política estadounidense respecto a nuestro país.
–      Desde entonces, la disyuntiva entre anexión-dominación o independencia se transformó en definitoria para la formación y consolidación de nuestra Nación, y en elemento esencial para definir la cubanía.
–      A partir del 10 de Octubre de 1868 ser auténtico cubano se transformó, con razones cada vez más sólidas, en sinónimo de defensor radical e inclaudicable de la independencia, la soberanía y la autodeterminación de la Mayor de las Antillas.
–      Antonio Maceo[29] y José Martí captaron, perfecta y tempranamente, los peligros que para Cuba supondría la mentalidad hegemonista y expansionista que animó la fundación y el posterior desarrollo de los EEUU.
–      Esta expresión de Maceo, de absoluta vigencia, habla sobre cómo percibía los peligros que en la época ya llegaban del norte: “Para que esos señores sepan mi parecer, solo diré que he peleado 10 años por Cuba contra España, estoy dispuesto a pelear veinte años por España contra Estados Unidos[30]”.
–      Martí, por su parte, con plenos elementos sobre el advenimiento de la etapa imperial de la nación norteña, llamó a “impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América[31]”.
–      Como lo evidenciaron las actuaciones de EEUU contra Cuba durante el siglo XX, y como aún lo muestran de manera notoria en medio de los diálogos diplomáticos, las élites de poder que dominaron y dominan la política estadounidense, jamás consideraron la posibilidad de establecer con Cuba relaciones de igual a igual en cuanto Estados soberanos.
–      Tal realidad explica esta conclusión: si en un tema de política exterior sería suicida confundir las ramas con el bosque, ese tema es el referido a las relaciones de Cuba con EEUU. Esta premisa siempre ha estado clara para la máxima dirección de la Revolución.
–      El sistema político de EEUU, su gobierno y todas sus estructuras de poder están al servicio de las élites económicas, políticas, militares e ideológicas responsables de su actual estadio imperial.
–      Estas élites son las que determinan, en última instancia, qué factores externos lesionan o favorecen la llamada seguridad nacional de EEUU; condicionan los márgenes de maniobra de los Presidentes, llámense Nixon o Carter, Trump u Obama; influyen sobre el guión y los márgenes de flexibilidad de los discursos y las actuaciones de estos; y en dependencia de cómo vean la correlación entre fortalezas y debilidades de sus adversarios, pautan en alto grado los términos de la política externa del imperio hacia ellos.
–      Obama, en consecuencia, no fue una excepción en cuanto representante de las élites conservadoras de Estados Unidos. Actuó como lo hizo, en virtud de que en su entorno prosperó la idea de que con “gestos positivos” se podría facilitar el inalterable objetivo de la política exterior de su país: crear condiciones para que Cuba transite al capitalismo y se someta al poderío estadounidense. Dentro de esta estrategia, sin embargo, tomó decisiones orientadas en la dirección correcta.  Así de compleja es la política internacional.
–      La relación diplomática y civilizada entre Estados con base en los principios del derecho internacional, no excluye la lucha ideológica entre las fuerzas socio-clasistas que los sostienen. Para Obama y los sectores de poder que le apoyan, Cuba debería transitar al capitalismo y asumir los estándares estadounidenses en materia de democracia y derechos humanos, por ejemplo. Esto no lo ocultan y lo defienden de forma abierta y clara.
–      Para nosotros, la restauración del capitalismo en Cuba, además de inaceptable en todos los órdenes, sería sinónimo de pérdida de la soberanía, la independencia y la propia existencia como nación. Ellos lo saben. Por esta razón, la alta dirección revolucionaria se ha encargado de recalcar que Cuba tiene por delante solo una opción: más y mejor socialismo.
–      No fue casual, por tanto, esta afirmación del Comandante en Jefe, 6 semanas después de los anuncios del 17 de diciembre de 2014: “no confío en la política de los Estados Unidos[32]”. En 1978, previendo que algún día podrían darse circunstancias favorables a una relación civilizada entre nuestros Estados, alertó en igual sentido.
–      Pese a esta justificada desconfianza hacia la “política de los Estados Unidos”, Fidel siempre insistió en la necesidad de construir relaciones civilizadas y constructivas con su pueblo y gobierno. Obra difícil, pero que sabía fundamental para que Cuba pudiese desarrollarse en paz; importante para la paz internacional y conveniente a los intereses del pueblo estadounidense. Hay numerosos registros históricos de todos los esfuerzos que hizo en esta dirección, en 1959, 1961, 1964 y sucesivamente hasta el mandato de Clinton[33].
–      El general de Ejército Raúl Castro, en plena sintonía con la perspectiva estratégica de Fidel y como continuador de ella, asumió la conducción de la compleja fase actual de relaciones bilaterales con EEUU dejando claro, una y otra vez, “que para normalizar la relación bilateral el bloqueo debe ser levantado y el territorio que usurpa la Base Naval de Guantánamo ha de ser devuelto…, que no debe pretenderse que Cuba abandone la causa de la independencia o renuncie a los principios e ideales por los que varias generaciones de cubanos han luchado durante un siglo y medio[34]”.
–      De esta manera, precisa y clara, el Presidente cubano muestra cómo la Revolución sabe combinar realismo y flexibilidad en los asuntos internacionales que lo demandan, sentido constructivo y firmeza de principios.
 
Claves del anticapitalismo y el antimperialismo hoy
El primer homenaje que recibió Fidel al morir fue una consigna de hoy, una invención de jóvenes que hizo suya todo el pueblo de Cuba: “yo soy Fidel”. Así se demostró que Fidel es del siglo XXI, y que cuando el pueblo entero se moviliza con conciencia revolucionaria es invencible. En esos días del duelo Fidel libró su primera batalla póstuma, y volvió a mostrarle a todos, como en 1953, el camino verdadero.
Hoy, cuando vamos a compartir acerca de los caminos de las luchas –porque lo verdadero son las luchas–, es natural comenzar con la ayuda de Fidel, y emular con sus ideas y sus actos para sacarles provecho, no imitándolos, sino traduciéndolos a nuestras necesidades, situaciones y acciones.
Para adquirir provecho de Fidel, tenemos que evitar repetir una y otra vez lugares comunes y consignas. Conocer más las creaciones y las razones que lo condujeron a sus victorias, las dificultades y los reveses que Fidel enfrentó, lo que pensó sobre los problemas, sus acciones concretas pueden aportarnos mucho, y de esa manera será más grande su legado.
En el tiempo de su vida pueden distinguirse tres aspectos: Fidel, joven revolucionario; el líder de la Revolución Cubana; y el líder latinoamericano, del Tercer Mundo y mundial.
Fidel brinda un gran número de enseñanzas, tanto para el individuo como para las luchas políticas y sociales. Quisiera enumerar muy brevemente algunas de las características de su legado que me parecen importantes para nuestros objetivos:
1-Partir de lo imposible y de lo impensable para convertirlos en posibilidades mediante la práctica consciente y organizada y el pensamiento crítico, conducir esas posibilidades actuantes hacia la victoria al mismo tiempo que se forman y educan factores humanos y sociales para poder enfrentar situaciones futuras, y mediante las luchas, los triunfos y las consolidaciones convertir las posibilidades en nuevas realidades.
2- No aceptar jamás la derrota. Fidel nunca se quedó conviviendo con la derrota, sino que peleó sin cesar contra ella. Me detengo en cinco casos importantes en su vida en que esto sucedió: 1953, 1956, 1970, el proceso de rectificación y la batalla de ideas. En 1953 respondió a la derrota del Moncada con un análisis acertado de la situación para guiar la acción; cuando todos creían que era un iluso, se reveló como un verdadero visionario. En 1956, cuando los infortunios del Granma, respondió con una formidable determinación personal y una fe inextinguible en mantener siempre la lucha elegida, por saber que era la acertada. En 1970, comprobó que lograr el despegue económico del país era extremadamente difícil, pero entonces apeló a los protagonistas mediante una consigna revolucionaria: “el poder del pueblo, ese sí es poder”. En 1985 fue prácticamente el primero que se dio cuenta de lo que iba a hacer la URSS, que le traería a Cuba soledad, desastre económico y más grave peligro de ser víctima del imperialismo, pero su respuesta fue ratificar que el socialismo es la única solución para los pueblos, la única vía eficaz y la única bandera popular, que lo necesario es asumirlo bien y profundizarlo. Entonces movilizó al pueblo y acendró su conciencia, y sostuvo firmemente el poder revolucionario. En el 2000, ante la ofensiva mundial capitalista y los retrocesos internos de la Revolución Cubana en la lucha para sobrevivir, lanzó y protagonizó la batalla de ideas, con sus acciones en defensa de la justicia social, su movilización popular permanente y su exaltación del papel de la conciencia.
3- La determinación de luchar en todas las situaciones. Sería muy conveniente considerar como concepto a la determinación personal en el estudio de los que se lanzan a lograr transformaciones sociales. La praxis es decisiva.
4- Organizar, fue una constante, una fiebre de Fidel. Ojalá que este sea uno de los temas principales de debate del movimiento popular.
5- La comunicación siempre, con cada ser humano y con las masas, en lo cotidiano y en lo trascendente, es una de las dimensiones fundamentales de su grandeza y es uno de los requisitos básicos del liderazgo.
6- Utilizar tácticas muy creativas y estrategias impensables, y sin embargo factibles.
7- Luchar por el poder y conquistarlo. Mantener, defender y expandir el poder. Se puede discutir casi eternamente acerca el poder en términos abstractos, pero solo las prácticas revolucionarias logran convertir al poder en un problema que pueda resolverse.
8- Crear los instrumentos y los protagonistas. Tomar las instituciones para ponerlas a nuestro servicio, no para ponernos al servicio de ellas.
9- Ser más decidido, más consciente y organizado, y más agresivo que los enemigos.
10- Enseñar y aprender al mismo tiempo con los sectores del pueblo que participan o que simpatizan, y después con todo el pueblo. Avanzar hacia formas de poder popular.
11- El gran logro cubano, unir la liberación nacional a la revolución socialista.
12- Ser siempre un educador. Hacer educación a escala del pueblo. Que el pueblo se levante espiritualmente y moralmente, para que se vuelva participante consciente y capaz de todo, complejice sus ideas y sus sentimientos, y se enriquezcan sus vidas.
13- Que la concientización esté en el centro del trabajo político, no solo para avanzar y ser mejores, sino para que la política llegue a convertirse en una propiedad de todos.
Siento que la mayor lección que le brinda Fidel a los luchadores de la América Latina y el Caribe actual es lo que pensó y lo que hizo entre 1953 y 1962. Puede ser muy valioso ponernos de acuerdo para estudiar, discutir y socializar ese período.
Desde hace un año estamos oyendo decir que la situación en nuestro continente se ha vuelto cada vez más difícil, porque acontecen hechos adversos a los pueblos, y por la ofensiva del imperialismo y sus cómplices de clases que son a la vez dominadas por él y dominantes en sus países. Aunque parezca que empiezo por el final, quisiera comenzar con un comentario acerca de las relaciones que existen entre dificultades y revolución.
Para los revolucionarios, y durante los procesos de revolución, hay momentos felices y procesos felices, pero en las revoluciones verdaderas no hay coyunturas fáciles. Cuando puedan parecernos fáciles es solamente porque no nos hemos dado cuenta de sus dificultades. Y es así porque estas revoluciones, a las que amamos y por las que estamos dispuestos a todo, son las iniciativas más audaces y arriesgadas de los seres humanos, que emprenden transformaciones prodigiosas, liberadoras de las personas y de las relaciones sociales, a tal grado que nunca más quieran, ni puedan, volver a vivir en vidas y sociedades de dominación y de violencias y daños de unos contra otros, de individualismo y afán de lucro. Son revoluciones que pretenden ir creando personas cada vez más plenas y capaces, y realidades que contengan cada vez más libertad y justicia, donde entre todos se logre cambiar el mundo y la vida. Es decir, crear personas y realidades nuevas.
Si lo que acabo de decir le parece imposible al mundo existente y las creencias vigentes en la prehistoria de la humanidad, al sentido común y al consenso con lo esencial que mantiene a las sociedades sujetas al capitalismo, ¿cómo no va a ser sumamente difícil todo lo que hagamos y proyectemos? Si jamás las clases dominantes estarán dispuestas a admitir que se levante el pueblo y adquiera dignidad, orgullo de sí mismo y dominio de la situación, conciencia y organizaciones suyas, a su servicio y eficaces, que esté en el poder y que lo convierta en un poder popular, entonces hay que convenir en que en esas épocas todo se vuelve muy difícil para la causa del pueblo. El joven Carlos Marx avizoraba bien cuando escribió que solamente mediante la revolución podrán los dominados salir del fango en que viven metidos toda su vida, porque los cambios y la creación de nuevas sociedades exigen también liberaciones colosales de los enemigos íntimos que todos albergamos dentro. ¿Cómo no van ser muy difíciles las revoluciones de liberación?
Pero, si miramos bien y no nos dejamos desanimar, constataremos que el campo popular ya tiene mucho a su favor. Entremos con esas armas en un problema inmediato, que no es pequeño. La coyuntura actual expresa de manera escandalosa una carencia del campo popular que se ha ido acumulando en las últimas décadas, al mismo tiempo que esa carencia dejaba de ser percibida como una grave debilidad: la de un pensamiento verdaderamente propio, capaz de fundamentar su identidad en relación con su conflicto irremediable con la dominación del capitalismo, y capaz de servir para comprender las cuestiones esenciales de la época, las coyunturas, los campos sociales implicados y las fuerzas en pugna. Un pensamiento, por consiguiente, fuerte, convincente y atractivo, al mismo tiempo que útil como instrumento movilizador y unificante de lo diverso, y como herramienta eficaz para guiar análisis y políticas acertadas que contribuyan a la actuación y a la formulación de proyectos.
Esa ausencia del desarrollo de un pensamiento poderoso del campo popular, crítico y creador, puede constatarse ante el estupor y la falta de explicaciones válidas que han abundado frente a los acontecimientos en curso en varios países latinoamericanos, que han registrado diferentes quebrantos, derrotas o retrocesos de procesos que han sido favorables a sus poblaciones y a su autonomía frente al imperialismo en lo que va de este siglo. En lugar de análisis coherentes, profundos y orientadores hemos escuchado o leído más de una vez comentarios superficiales revestidos con palabras que quisieran ser conceptos, o dogmas que quisieran cumplir funciones de interpretación.
Nada se avanza cuando se tilda de malagradecidos a sectores pobres o paupérrimos que mejoraron su alimentación y sus ingresos, y tuvieron más oportunidades de ascender uno o dos peldaños desde el fondo del terrible orden social, porque no han sido activos en defender a gobiernos que los han favorecido, o hasta les han vuelto la espalda en determinados eventos que les aportan triunfos a los reaccionarios. Y hasta se intenta explicar esos sucesos con retazos de una supuesta teoría de las clases sociales, como cuando se repite la proposición absurda de que “se convirtieron en clase media, y ahora actúan como tales”. Es preferible comenzar por ser precisos ante los hechos y partir siempre de ellos, como cuando el dirigente del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, Joao Pedro Stedile, dice: “Tenemos muchos retos de corto plazo para poder enfrentar a los golpistas. La clase trabajadora sigue en casa, no se movilizó. Se movilizaron los militantes, los sectores más organizados. Pero el 85 por ciento de la clase sigue viendo novelas en la televisión”.
Tampoco se va lejos cuando se elaboran y discuten explicaciones de los eventos y las situaciones políticas e ideológicas candentes de la coyuntura a base de menciones acerca del fin de ciclos de altos precios de las materias primas, ni siquiera cuando economistas capaces ofrecen datos serios y añaden el descenso de la dinámica de la economía mundial, y otros factores y procesos adversos.
Simplificando un poco más ese enfoque, habríamos tenido unos quince años de victorias electorales, gobiernos llamados progresistas y notables logros por medidas sociales, una fuerte autonomización de gran parte del continente respecto a los dictados de Estados Unidos y avances en las relaciones bilaterales y las coordinaciones de los países de la región hacia una futura integración, solamente porque tuvimos un largo ciclo de altos precios de exportación de las materias primas, algo que es explicable por los avatares de la economía mundial. Y como ahora esta se mueve en otro sentido y bajan los precios, debe terminar el ciclo político y social, y “la derecha” debe avanzar y recuperar sin remedio la posición dominante que había perdido.
Una persona con buena memoria y escasa credulidad se preguntaría enseguida cómo fue posible que a inicios de los años setenta del siglo pasado no sucediera en la región lo mismo que a inicios de este siglo, en cuanto a elecciones victoriosas, buenas políticas sociales y más autonomía de los Estados y horizontes integracionistas. Porque en aquella coyuntura subieron mucho los precios de las materias primas y, además, en buena parte de la región se vivían aumentos más o menos grandes del sector industrial, con ayuda de aquellos redesplazamientos jubilosos del gran capital en busca de maximización de ganancias que hoy tanto disgustan a Donald Trump.
Lo que sucedió entonces fue totalmente diferente: dictaduras, represiones que llegaron hasta el genocidio, conservatización de las sociedades y otros males, que no deben ser olvidados. Por consiguiente, hay que concluir que no es verdad que a determinada situación económica le “correspondan” necesariamente ciertos hechos políticos y sociales, y no otros.
En este caso estamos ante una de las deformaciones y reduccionismos principales que ha sufrido el pensamiento revolucionario, quizás la más extendida y persistente de todas: la de atribuir una supuesta causa “económica” a todos los procesos sociales. Detrás de su aparente lógica está la cosificación de la vida espiritual y de las ideas sociales que produjo el triunfo del capitalismo, que es aceptada por aquellos que pretenden oponerse al sistema sin lograr salir de la prisión de su cultura, y la consiguiente incapacidad de comprender que son los seres humanos los protagonistas de todos los hechos sociales.
Tres procesos sucedidos dentro las últimas cuatro décadas han tenido un gran impacto y muy duraderas consecuencias para nuestro continente. El estrepitoso final del sistema que llamaban del socialismo real y sus constelaciones políticas en el mundo, con consecuencias tan negativas en numerosos terrenos. El de la imposibilidad para la mayoría de los países del planeta de lograr el desarrollo económico autónomo de un país sin que necesariamente saliera del sistema del capitalismo. La terrible realidad fue la continuación de regímenes de explotación, opresiones y neocolonialismo, sin que fuera posible desplegar economías nacionales autónomas y capaces de crecer en beneficio del pleno empleo, más producción y productividad, servicios sociales suficientes para todos y una riqueza propia que repartir. El tercer proceso fue el de la consumación del dominio de Estados Unidos sobre casi todo nuestro continente. El capitalismo en América Latina transitó un largo camino de evoluciones neocolonializadas, sobredeterminadas por el poder de Estados Unidos, que lo dejó mucho más débil y subalterno.
Las lecciones que nos brindan esos tres procesos están claras y son sumamente valiosas.
Una, todos los avances de las sociedades son reversibles, aun los que se proclamaban eternos; es imprescindible conocer qué es realmente socialismo y qué no lo es. Hay que comprender y organizar la lucha por el socialismo desde las complejidades, dificultades e insuficiencias reales, sin hacer concesiones, como procesos de liberaciones y de creaciones culturales que se vayan unificando.
Dos, el capitalismo es un sistema mundial, actualmente hipercentralizado, financiarizado, parasitario y depredador, que solo puede vivir si sigue siéndolo, por lo que no va a cambiar. Las clases dominantes de la mayoría de los países necesitan subordinarse y ser cómplices de los centros imperialistas, porque no existe espacio ni tienen suficiente poder para pretender ser autónomas. La actividad consciente y organizada del pueblo, conducida por proyectos liberadores, es la única fuerza suficiente y eficaz para cambiar la situación. Para la mayoría de los países del planeta, serán los poderes y los procesos socialistas la condición necesaria para plantearse el desarrollo, y no el desarrollo la condición para plantearse el socialismo, como dijo Fidel en 1969.
Tres, Estados Unidos hace víctima a este continente tanto de su poderío como de sus debilidades, como una sobredeterminación en contra de la autonomía de los Estados, el crecimiento sano de las economías nacionales y los intentos de liberación de los pueblos. La explotación y el dominio sobre América Latina es un aspecto necesario de su sistema imperialista, y siempre actúa para impedir que esa situación cambie. Por tanto, es imprescindible que el antimperialismo forme parte inalienable de todas las políticas del campo popular y de todos los procesos sociales de cambio.
Como era de esperar, el capitalismo pasó a una ofensiva general para sacarle todo el provecho posible a aquellos eventos y procesos, y establecer el predominio planetario e incontrastado de su régimen y su cultura. El objetivo era, más allá de las represiones y las políticas antisubversivas, consolidar una nueva hegemonía que desmontara las enormes conquistas del siglo XX, manipulara las disidencias y protestas inevitables, y las identidades, impusiera el olvido de la historia de resistencias y rebeldías, y lograra generalizar el consumo de sus productos culturales y el consenso con su sistema de dominación.
Esa ofensiva no terminó, sino que se consolidó como una actividad sistemática, que sigue siéndolo hasta hoy. Es dentro de ese marco general que en cierto número de países de América Latina y el Caribe, que es la región del mundo con mayor potencial de contradicciones que pueden convertirse en acciones contra el sistema, movimientos populares combativos y victorias electorales produjeron cambios muy importantes de la situación general, a favor de sectores muy amplios de la población y de la capacidad de actuación independiente de una parte de los Estados.
La institucionalidad y las reglas políticas del juego cívico no fueron violadas para acceder y mantenerse en el gobierno, pero dentro de ese orden se han logrado reales avances, que sintetizo en seis aspectos: políticas sociales que benefician a amplios sectores necesitados; ejercicios de la ciudadanía mucho más amplios y mejores; cambios muy positivos en la institucionalidad en algunos de esos países; un rango apreciable de autonomía en el accionar internacional; más relaciones bilaterales latinoamericanas; y adelantos en las relaciones y coordinaciones de los países de la región, bajo la advocación de la necesidad de una integración continental.
No me detengo en esas nuevas realidades que han alentado muchas motivaciones y esperanzas de avanzar hacia cambios más profundos, y han recuperado la noción del socialismo como el horizonte a conquistar, pocos años después de aquel colapso europeo que el capitalismo pretendió que fuera definitivo a escala mundial.
Pero si quiero enfatizar dos cuestiones que el militante social y político debe analizar, conocer y manejar en sus prácticas. Primera, cada país tiene características, dificultades, acumulaciones históricas y condicionamientos que son específicos de él y resultan decisivos, al mismo tiempo que existen rasgos y necesidades comunes a la región que pueden ser fuente de aumento de la fuerza y el potencial de cada país, si somos capaces de desarrollar la cooperación y el internacionalismo. Segunda, los poderes establecidos en estos países confrontan enormes limitaciones, porque tienen muy poco control de la actividad económica, y padecen la hostilidad de una parte de los propios poderes del Estado y de los medios de comunicación.
Al hacer un balance de 2016, podemos constatar lo específico de cada país. La victoria electoral legislativa de la reacción venezolana no consiguió deponer a Maduro. Pero en Brasil una pandilla de delincuentes logró todo lo que quiso, sin que haya fuerzas populares organizadas para resistir con alguna eficacia. Los procesos de Bolivia y Ecuador se mantienen fuertes y estables ante sus situaciones específicas, y en Nicaragua el FSLN acaba de ganar otra vez las elecciones muy holgadamente. En México no es probable un triunfo de partidos opositores en 2018, aunque el prestigio del equipo gobernante está muy deteriorado y existen manifestaciones de protesta y resistencia no articuladas.
Estas especificidades, y muchas otras de tamaño y sentido diferentes, podrían irse enumerando, pero seguiría en pie un problema de gran envergadura: Estados Unidos continúa su ofensiva general dirigida a recuperar todo el control neocolonial sobre América Latina –incluida una “ofensiva de paz” contra Cuba–, y el bloque que forma con los sectores reaccionarios y entreguistas de cada país continúa tratando de cancelar o ir debilitando los procesos de los últimos quince años de la región.
¿Será suficiente el voto, la voluntad popular expresada en las urnas, al menos para defender con éxito las políticas sociales, los funcionarios electos y la legalidad existente, y que ellos no sean burlados, quebrantados o eliminados por la reacción? ¿Podrán seguir existiendo los procesos basados en una institucionalidad sin cambios en el suelo social y político para lograr transformaciones que beneficien a la población y abran paso a sociedades más justas y mejor gobernadas? ¿O, en unos casos, esa vía solo franqueará una forma intermedia de reconstitución a mediano plazo del poder del capitalismo en la región, en apariencia más avanzada que las formas previas, pero que en realidad habría sido solamente su puesta al día, sin afectar a lo esencial del sistema de dominación? Mientras que en otros países del continente se ha permanecido bajo el control del sistema y de camarillas que detentan o administran el poder.
Nada está decidido, ni nuestros enemigos ni nosotros tenemos la victoria al alcance de la mano. Pero albergo la certeza de que las batallas ideológicas y políticas serán las que determinarán la decisión en el enfrentamiento general.
Destaco tres direcciones principales para el trabajo de análisis: a) buscar con rigor y sin omisiones todos los datos y todas las percepciones y formulaciones ideológicas que tengan alguna importancia –porque tanto unos como las otras constituyen las realidades que existen–, analizarlas por partes e integralmente, encontrar y formular lo esencial y describir al menos lo secundario; b) examinar y valorar los condicionamientos que sean relevantes para nuestra actuación, institucionales, económicos, ideológicos, políticos o de otro tipo; c) analizar y conocer las identidades, motivaciones, demandas, capacidad movilizativa y grado de organización con que contamos, y lo que está a favor de nuestros adversarios en esos mismos campos, es decir, la correlación de fuerzas. E insisto en que son las actuaciones de los seres humanos la materia principal de los eventos que mañana serán históricos.
La reacción no está proponiendo ideas, está produciendo acciones. No maneja fundamentaciones acerca de la centralidad que debe tener el mercado, la reducción de las funciones del Estado, la apología de la empresa privada y la conveniencia de subordinarse a Estados Unidos. No es a través del debate de ideas que pretende fortalecer y generalizar su dominio ideológico y cultural. El anticomunismo y la defensa de los viejos valores tradicionales ya no son sus caballos de batalla, ni los viejos organismos políticos son sus instrumentos principales, aunque todavía pueda darles uso perverso.
Desde hace veinte años vengo planteando que el esfuerzo principal del capitalismo actual está puesto en la guerra cultural por el dominio de la vida cotidiana, lograr que todos acepten que la única cultura posible en esa vida cotidiana es la del capitalismo, y que el sistema controle una vida cívica despojada de trascendencia y organicidad. Lamento decir que todavía no hemos logrado derrotar esa guerra cultural.
Obvio aquí la mayor parte de lo que he expuesto acerca de sus rasgos, los factores a su favor y en contra suya, y sus condicionamientos, y comento solo lo más cercano a nuestro tema. El consumo amplio y sofisticado, que está presente en todas las áreas urbanas del mundo, pero al alcance solamente de minorías, es complementado por un complejo espiritual “democratizado” que es consumido por amplísimos sectores de población. Se tiende así a unificar en su identidad a un número de personas muy superior al de las que consumen materialmente, y lograr que acepten la hegemonía capitalista. La mayoría de los “incorporados” al modo de vida mercantil capitalista son más virtuales que reales. Pero, ¿formarán ellos parte de la base social del bloque de la contrarrevolución preventiva actual? El capitalismo alcanzaría ese objetivo si consigue que la línea divisoria principal en las sociedades se tienda entre los incorporados y los excluidos. Los primeros – los reales y los potenciales, los dueños y los servidores, los vividores y los ilusos– se alejarían de los segundos y los despreciarían, y harían causa común contra ellos cada vez que fuera necesario.
La reproducción cultural universal de su dominio le es básica al capitalismo para suplir los grados crecientes –y contradictorios– en que se ha desentendido de la reproducción de la vida de miles de millones de personas a escala mundial, y se apodera de los recursos naturales y los valores creados, a esa misma escala. Para ganar su guerra cultural, le es preciso eliminar la rebeldía y prevenir las rebeliones, homogeneizar los sentimientos y las ideas, igualar los sueños. Si las mayorías del mundo, oprimidas, explotadas o supeditadas a su dominación, no elaboran su alternativa diferente y opuesta a él, llegaremos a un consenso suicida, porque el capitalismo no dispone de un lugar futuro para nosotros.
Les he aclarado a compañeros que aprecio mucho que el capitalismo no intenta imponer un pensamiento único, como ellos afirman, sino inducir que no haya ningún pensamiento. Está en marcha un colosal proceso de desarmar los instrumentos de pensar y la costumbre humana de hacerlo, de ir erradicando las inferencias mediatas, hasta alcanzar una especie de idiotización de masas.
La situación está exigiendo revisar y analizar con profundidad y con espíritu autocrítico todos los aspectos relevantes de los procesos en curso, todas las políticas y todas las opciones. Esa actitud y las actuaciones consecuentes con ella son factibles, porque el campo popular latinoamericano posee ideales, convicciones, fuerzas reales organizadas y una cultura acumulada.
Una enseñanza está muy clara: distribuir mejor la renta, aumentar la calidad de la vida de las mayorías, repartir servicios y prestaciones a los inermes es indispensable, pero no es suficiente. Alcanzar victorias electorales populares dentro del sistema capitalista, administrar mejor que sus pandillas de gobernantes, e incluso gobernar a favor del pueblo a contracorriente de su orden explotador y despiadado, es un gran avance, pero es insuficiente. Vuelve a demostrar su acierto una proposición fundamental de Carlos Marx: la centralidad de una nueva política en la actividad del movimiento de los oprimidos, para lograr vencer y para consolidar la victoria.
Estamos abocándonos a una nueva etapa de acontecimientos que pueden ser decisivos, de grandes retos y enfrentamientos, y de posibilidades de cambios sociales radicales. Es decir, una etapa en la que predominarán la praxis y el movimiento histórico, en la que los actores podrían imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una etapa en la que habrá victorias o derrotas.
Comprender las deficiencias de cada proceso es realmente importante. Pero más aún lo es actuar. Concientizar, organizar, movilizar, utilizar las fuerzas con que se cuenta, son las palabras de orden. No se pueden aceptar expresiones de aceptación resignada o de protesta timorata: hay que revisar las vías y los medios utilizados y su alcance, sus límites y sus condicionamientos. Y hacer todo lo que sea preciso para que no sea derrotado el campo popular. La eficiencia para garantizar los derechos del pueblo y defender y guiar su camino de liberaciones debe ser la única legitimidad que se les exija a las vías y a los instrumentos. Las instituciones y las actuaciones tendrán su razón de ser en servir a las necesidades y los intereses supremos de los pueblos, a la obligación de defender lo logrado y la confianza y la esperanza de tantos millones de personas. Esa debe ser la brújula de los pueblos y de sus activistas, representantes y conductores.
En la época que comienza se está levantando una concurrencia de fuerzas muy diferentes e incluso divergentes, a quienes unirán necesidades, enemigos comunes y factores estratégicos que van más allá de sus identidades, sus demandas y sus proyectos. Y solamente tendrá probabilidades de triunfar una praxis intencionada, organizada, capaz de manejar los datos fundamentales, las valoraciones, las opciones, la pluralidad de situaciones, posiciones y objetivos, las condicionantes y las políticas que están en juego.
La radicalización de los procesos deberá ser la tendencia imprescindible para su propia sobrevivencia. Serían suicidas los retrocesos y las concesiones desarmantes frente a un enemigo que sabe ser implacable, pero lo principal es que –dado el nivel que han alcanzado la cultura política de los pueblos y las esperanzas de libertad, justicia social y bienestar para todos– los movimientos, los poderes y los líderes prestigiosos y audaces solo podrán multiplicar las fuerzas populares y tener opción de vencer si ponen la liberación efectiva de los yugos del capitalismo en la balanza de sus convocatorias a luchar.
La política revolucionaria no puede conformarse con ser alternativa. La naturaleza del sistema lo ha situado en un callejón sin salida en general, pero su poder y sus recursos actuales le permiten un amplio arco de respuestas contra los procesos en curso, y también puede dejarle un nicho de tolerancia a algunas alternativas mientras combina la inducción y la espera hasta que se desgasten. En la medida en que vayamos obteniendo triunfos y cambios de nosotros mismos, convertiremos las alternativas en procesos de emancipación humana y social.
Mientras exista la opresión, la explotación y la dominación capitalista, no habrá soluciones ni regímenes políticos y sociales satisfactorios para las mayorías, ni serán duraderos. La liberación de los seres humanos y las sociedades es lo que abrirá las puertas a la creación de un mundo nuevo. ¿Parece demasiada ambición? Sí, naturalmente. Pero es lo único factible.
 
Algunas claves de la guerra por la hegemonía cultural

  1. La hegemonía cultural del capitalismo se sustenta sobre la continua producción y reproducción del consenso –el de los dominados con la dominación–, en las diferentes esferas de la vida social: la familia, la escuela, la iglesia, etc. A ello contribuye de manera decisiva la llamada industria del entretenimiento –la recreación es el momento en el que el individuo, relajado, se encuentra más indefenso–, cuyo centro irradiador más poderoso son los Estados Unidos. Un consensosocial puede expresar una verdad concreta, pero los consensos no son verdades per se; se construyen, y responden de manera general a los intereses de las clases hegemónicas. La guerra por la hegemonía cultural no debe ser subestimada por ningún partido o gobierno revolucionario. Los revolucionarios no deben administrar los consensos creados, tienen el deber de crear los nuevos.
  1. Un proceso revolucionario no puede avanzar sin el desarrollo de su base material, pero la victoria sobre el capitalismo es cultural. La cultura del tener y la del ser contraponen dos conceptos de vida y de felicidad, el primero sustenta el éxito personal en la posesión de bienes materiales (se es lo que se tiene), y el segundo,en la participación y el aporte social del individuo, el conocimiento (la máxima por cumplir sería: se tiene lo que se es). Es incierto que el capitalismo defiende la individualidad y el socialismo la aplasta: por el contrario, aquel sistema indiferencia a los individuos, los convierte en consumidores y no en ciudadanos libres, mientras que el triunfo del socialismo es la conversión de las masas en colectivos de individuos conscientes y libres.
  1. La cultura socialista (anticapitalista) existe como contracultura aun en los países donde hay gobiernos revolucionarios, e incluso en aquellos donde las transformaciones han sido más radicales. La base material que sustenta esa contracultura es aún débil, porque las relaciones económicas de nuevo tipo tienen todavía un alcance limitado.
  2. Ante la ausencia o la indefinición de un proyecto cultural socialista,el capitalismo manipula sus propios enunciados en crisis para reconducir de vuelta a los inconformes. Pero las consignas del imaginario simbólico capitalista son irrealizables dentro de ese sistema. Desideologizar las protestas y reciclarlas dentro del sistema, es la primera alternativa del sistema. Sus ideólogos están detrás de la barrera, pero su función no es explicar, sino abrir zanjas para, donde aparezca, desviar el torrente humano de vuelta a casa, a la casa del modelo en crisis. La cultura del consumismo, que es la del capitalismo –insaciable, depredadora– atenta contra la convivencia humana; paradójicamente, los consumidores, los reales y los potenciales, reclaman “el tener” prometido. Si el modelo cultural sigue siendo el mismo, si los problemas sociales se atenúan desde el asistencialismo burgués, y los medios convierten en héroes a los mega ricos, a los que tienen, y no a los que son, a los que más consumen y no a los que aportan más, entonces el horizonte personal de cada ciudadano será tener más.   Los gobiernos revolucionarios tienen que proponer e impulsar un modelo cultural diferente. Si no existe un horizonte alternativo –alejado de la simple acumulación de bienes materiales que propugna el capitalismo y centrado en la cultura del ser–, el pobre que ahora tiene algo, querrá tener más, y el que ya tiene más, ser rico.
  1. Un partidario e incluso un protagonista de la revolución, puede ser también un adicto acrítico a las telenovelas o un reproductor de la cultura del tener, es decir, del capitalismo; puede trabajar durante toda la semana por la consolidación del Gobierno revolucionario, y el domingo pasear con su familia por el centro cultural más lujoso de la ciudad, sin dinero para comprar, pero con la ilusión-esperanza de que algún día pueda hacerlo. Es un esforzado defensor del nuevo orden, pero mantiene vivos los valores del sistema que supuestamente combate.
  1. El sistema capitalista consolida los modelos de éxito social, explícitos en el sistema de medios masivos –son más efectivas las llamadas páginas sociales, con sus descripciones de bodas, fiestas, vacaciones, mansiones y chismes de “sociedad”, en las que aparecen sin distingos banqueros, industriales y especuladores financieros, el clero y la antigua nobleza, artistas y deportistas bien remunerados, etc., que las páginas de opinión, en las que se habla sobre la base de “verdades” consensuadas o impuestas que nunca se discuten–, pero también en el cine, las telenovelas, e incluso, en la seudoliteratura de masas, los llamados best sellers y los libros de “autoayuda”. Y todo ello se traslada ahora a internet; los “famosos” describen su supuesta vida de lujos, ajena a compromisos reales, en istagram.
  1. Los grupos de éxito social tienen su propio top ten, sus diferentes star system, siempre avalados por el dinero devengado –a sus integrantes se les elaboran historias personales y perfiles sicológicos atractivos, como productos de mercado–, entre los que sobresalen los deportivos (Grandes Ligas, Liga española o europea de fútbol, NBA), y los artísticos (Hollywood y los Oscar, la industria musical y los Grammy), pero incluyen los listados más inverosímiles: los diez más ricos del planeta, los diez más hermosos o sexys, etc. Ese modelo de éxito, basado en la cultura del tener, acaba por interconectar sus modalidades: los más ricos lógicamente se casan –por amor, por interés o por breves períodos de marketing– con los más hermosos o los físicamente más fuertes.
  1. Un factor decisivo, de índole cultural, es el mantenimiento de la esperanzaen las clases subalternas de que es posible “avanzar” hacia niveles superiores de consumo (según los estándares de una sociedad dividida en clases). Como el triunfo en el capitalismo se asocia indefectiblemente al dinero, sin importar su origen, y el esfuerzo personal en el trabajo no suele conducir al éxito prometido, el sistema abre pequeñas válvulas de entrada, ajenas al aporte social del individuo: la herencia, el juego en todas sus modalidades, el matrimonio de conveniencia, lo mismo para la mujer que para el hombre, el robo de cuello blanco o de pistola en mano (siempre que el autor logre evadir la justicia). Se juega peligrosamente a enaltecer –a la vez que se le combate, como necesidad regulatoria– a personas que han alcanzado notoriedad y fortuna mediante el crimen organizado. Por otra parte, los medios enfatizan mucho el “origen humilde” de algunos “triunfadores”, sobre todo en sectores donde el talento sirve para distraer a las masas, como en la industria del entretenimiento. El mercado del deporte se convierte para los más pobres en un camino por transitar. Ningún otro relato clásico expresa la esencia de este postulado como el de Cenicienta: un cuento recreado y actualizado de todas las maneras posibles.
  1. La corrupción es un subproducto generado por el sistema. Si el origen del dinero no es importante, y su posesión establece el rango de éxito o fracaso social del individuo, las vías fraudulentas son un recurso tolerado. Los políticos roban y la sociedad lo sabe, el sistema mira hacia otra parte si se hace de manera más o menos discreta. No obstante, desde el fin de la II Guerra Mundial, el sistema capitalista ha incorporado a su discurso, en forma metamorfoseada, virtualmente todos los argumentos y modos de expresión del discurso revolucionario. Cada cierto tiempo, a conveniencia –a veces, con la intención de efectuar reajustes políticos o mercantiles– despliega una limpieza selectiva.
  1. ¿Aceptamos la historia oficial? La interpretación del pasado responde en buena medida al proyecto de futuro que se tenga. ¿Quiénes son los héroes?, ¿los milicianos que defendieron la Revolución en Playa Girón, Cuba o los mercenarios que llegaron en embarcaciones estadounidenses para derrocarla?, ¿los que desatan la violencia opositora en Caracas –enaltecidos como libertarios por la prensa trasnacional– o los que la enfrentan en nombre de la Revolución bolivariana? El panteón de los héroes no es ecuménico: se construye en función del proyecto de nación triunfante. El historiador estadounidense Howard Zinn demostró que existe otra historia de los Estados Unidos, apenas entrevista en las aulas y en los libros oficiales de ese país. Cuando no es posible sepultar la existencia de un héroe incómodo, el mercado intenta banalizarlo –su imagen real o deformada se multiplica en objetos de consumo y se iguala a otras figuras no revolucionarias– y los ideólogos inician el lento trabajo de reescribir sus historias, como asesinos o como ilusos. A veces mellan el filo de su legado: el nombre de Nelson Mandela estaba en la lista de los terroristas internacionales del Departamento de Estado de los Estados Unidos, cuando abandonó la cárcel; hoy se manipula su imagen como la de un anciano tolerante que perdonó a sus victimarios.

 

  1. La desideologización de la historia es una operación de blanqueo del pasado.

–        El fascismo deja de ser la máxima expresión de la violencia de clase, siempre presente pero atenuada en épocas de adormecimiento social, para transformarse en totalitarismo: una manera de gobernar que repudia la democracia (burguesa o popular) y se iguala al socialismo soviético.
–        el populismo abandona sus concreciones históricas y se emplea como término estigmatizador para cualquier proyecto social que intente, desde la derecha o la izquierda, satisfacer las demandas del pueblo;
–        la corrupción o la burocracia son despojadas de su esencia capitalista y se manejan como debilidades humanas o como resultado de la intervención del Estado a favor de la equidad social;
–        el Día de los Caídos en los Estados Unidos, homenajeaba en sus inicios a los soldados del Norte que murieron en la guerra civilde ese país, pero hoy extiende el homenaje a caídos en las guerras imperialistas; algo similar ha hecho el gobierno francés: transformar el día que recordaba a los muertos de la Primera Guerra Mundial, en un homenaje a los soldados caídos en cualquier época, para incluir a los que participaron en las guerras coloniales.
 

  1. Toda desideologización es una reideologización. Para construir una sociedad diferente basada en la cultura del ser y no en la del tener, es imprescindible la adopción de una ideología conciente. Lo que llamamos desideologización es la renuncia o la pérdida de esa conciencia. En realidad, la ideología del consumismo no necesita ser concientizada: el individuo la adquiere por defecto.

 

  1. Los superhéroes sustituyen a los héroes de carne y huesos. Estos últimos son peligrosos si están vivos –como los bomberos de New York, que alcanzaron notoriedad después del atentado a las Torres Gemelas, y de repente se declararon en huelga por mejoras salariales–, y peligrosos si están muertos. Los superhéroes se encargan de poblar los sueños infantiles sin consecuencias: no son imitables y no son revolucionarios. Al sistema le molestan las frases de “seremos como el Che”, “yo soy Fidel” o “todos somos Chávez” y las filiaciones históricas que enfatizan una continuidad: martianos, sandinistas, tupamaros, bolivarianos. Su misión es defender el sistema, el orden, el statu quo, nacional y mundial. Los superhéroes son personificaciones de la supernación que los engendra: salvan a las personas del Mal sin solicitudes previas y a veces, en contra de la voluntad de los salvados, por mandato “divino”, con inevitables daños colaterales (muertes y destrucciones “secundarias”).

 

  1. La banalización de la cultura, la creación de espacios de diversión seudocultural que deforman el gusto y nos dispensan de cualquier intención crítica, es una acción desmovilizadora. Toda Revolución apela al saber, una de sus primeras acciones es la alfabetización: necesita que el pueblo sepa, estudie, desarrolle una conciencia crítica. La banalización, la seudocultura, el analfabetismo real o funcional, son armas de dominación.

 

  1. El mercado organiza y reproduce la ideología burguesa, construye paradigmas artísticos. En los años noventa, el diario archiconservador chileno El Mercurio fabricó con premios y ediciones la aparición de una hornada de jóvenes escritores despolitizados y cosmopolitas, ajenos a las realidades y necesidades sociales de América Latina y el Caribe. El primer libro compilado y el “movimiento” adoptaron en 1996 un nombre singular –en oposición al símbolo de Macondo, convertido en estereotipo–, que asumía un símbolo mercantil del imperialismo: McOndo. El lanzamiento de ese primer libro se realizó en un McDonalds.

Cada cierto tiempo, un grupo de escritores del sistema selecciona a 39 “promesas” literarias, que serán especialmente atendidas por el mercado del libro; ello ocurre en América Latina (Bogotá 39 se denomina en nuestros predios), pero también hay un Beirut 39 y un África 39. En este caso, lo que se construye es un star system de jóvenes escritores que marque pautas a seguir por los restantes. Pero el Pentágono no anda con medias tintas y se reúne periódicamente con los empresarios de Hollywood para establecer sus demandas. Los revolucionarios, ¿construimos paradigmas artísticos?
 

  1. La estandarización cultural que promueve el imperialismo bajo las banderas de la globalización, es un acto de colonización. Los conquistadoresespañoles construyeron fastuosas catedrales sobre las ruinas de las ciudades sagradas incas, mayas y aztecas, para imponer una hegemonía cultural que resultaba imprescindible a la dominación. La diversidad cultural nos defiende. Sin sustituir o desechar jamás la lucha de clases, los revolucionarios debemos incorporar las reivindicaciones de los diferentes sectores de la sociedad, en primer lugar, la de los pueblos originarios, pero también aquellas que pretenden abolir la discriminación sobre las mujeres, los negros, y la comunidad LGTBI, entre otras. Revolución es justicia.

 

  1. Mantenernos aislados es un arma de dominación: es importante que los pueblos latinoamericanos y los revolucionarios todos de América Latina y el Caribe nos conozcamos y nos identifiquemos como parte de una familia mayor. Es preciso divulgar el legado de los héroes de nuestros pueblos, convertirlos en héroes comunes. Nuestros pueblos no conocen lo suficiente a sus héroes y es preciso que sientan como suyos (porque lo son), a José Martí, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Benito Juárez, Augusto César Sandino, Salvador Allende, Ernesto Che Guevara, etc., con independencia del país al que pertenezcan. También a los héroes de las luchas de los pueblos originarios. Defendamos la unidad en la diversidad. Empecemos desde ahora mismo a construir el sueño de la unidad “nuestroamericana”. Es preciso que se unan los revolucionarios y sus historias de lucha anticolonial y antimperialista en una sola historia común.

   

Estados Unidos más allá de las elecciones de 2016:

El “fenómeno Trump” en su contexto político-ideológico

  
En la medida que avanza el año 2017, la personalidad de Donald Trump y las proyecciones de su gobierno siguen estimulando interpretaciones, interrogantes e hipótesis. No pocos trabajos han intentado ya dar cuenta de las causas que propiciaron su victoria en las elecciones de 2016, coincidiendo en la consideración de que las secuelas de las sucesivas crisis económicas que se han ido acumulando en las últimas décadas en la sociedad norteamericana han ido acompañadas de cambios en el tejido social y de indicios de crisis políticas, que se manifiestan sobre todo en el sistema bipartidista y en el terreno ideológico. El “fenómeno Trump” es, justamente, una expresión de esa crisis, como lo fue en su momento, en otras circunstancias, la emergencia de Obama como el candidato presidencial triunfante en los comicios de 2008. Los Estados Unidos deben examinarse más allá de los procesos electorales y de sus resultados. El análisis de esas coyunturas no basta para comprender el contradictorio y complejo curso de esa sociedad y del sistema que la caracteriza. Se trata del país imperialista que aún ostenta el liderazgo del capitalismo mundial, en medio de crisis y reajustes, de disputas al interior de las élites de poder, que traslada su conflictividad a la arena mundial y cuyas repercusiones son de la mayor importancia para la seguridad internacional.
En sentido general, los marcos sociopolíticos marcados por los efectos de crisis, se definen con estados de ánimo signados por la insatisfacción o el temor en casi todos los sectores de la población, expresándose ello de diversas modos, si bien tiende a predominar la actitud de que se hace necesario defender los intereses amenazados o en peligro, según los puntos de vista de cada sector o de cada grupo social. Por ello, se generaliza el reclamo del “cambio”, demanda que cada uno de ellos lo expresa a su manera. En la configuración de ese entramado confluyen tres factores principales: la percepción de que el entorno es hostil y amenazante; el sentido de que esa amenaza afecta los intereses sociales e individuales sean materiales o espirituales; la convicción de que es necesario “cambiar” la situación. 
      El triunfo electoral de Donald Trump en las elecciones realizadas en los Estados Unidos el 8 de noviembre de 2016 y su ulterior toma de posesión como Presidente de ese país ha estimulado la reflexión sobre los factores que determinaron ese acontecimiento, y colocado en el debate el tema del auge del movimiento conservador, del populismo, de las corrientes de extrema derecha, como reacciones de desencanto, rechazo y ajuste de cuentas con la política de la doble Administración Obama. Los antecedentes de esa ofensiva ideológica se hallan en los años de 1980, cuando bajo la llamada Revolución Conservadora, con Reagan, se cuestionaba al liberalismo tradicional y a las prácticas de los gobiernos demócratas. Treinta años después, al terminar el decenio de 2010, a ello se  agrega el disgusto de sectores de la clase media blanca, protestante, de origen anglosajón –afectada desde el punto de vista socioeconómico con las políticas impulsadas por Obama–, cuyos resentimientos se enfocaban no sólo contra el gobierno demócrata que terminaba su mandato, sino de modo específico contra la figura presidencial en el plano personal –un hombre de piel negra, de origen africano–, con beligerantes expresiones  de racismo y xenofobia que había anticipado el Tea Party y que Trump retoma con  fuerza, añadiendo una estridente nota de intolerancia étnica, misoginia, machismo, homofobia y sentimientos antiinmigrantes, con un discurso patriotero que afirma defender a los “olvidados”. A la vez, promete restaurar el espíritu de la nación, fortaleciendo el rol mundial de los Estados Unidos, a través de las consignas America First y Make Great America Again.
Los Estados Unidos han sido escenario de una prolongada crisis y de hondas transformaciones en la estructura de su sociedad y economía, llevando consigo importantes mutaciones tecnológicas, clasistas, demográficas, con expresiones también sensibles para las infraestructuras industriales y urbanas, los programas y servicios sociales gubernamentales, la cultura, la composición étnica y el papel de la nación en el mundo. Se trata de cambios graduales y acumulados, que durante más de treinta años han modificado la fisonomía integral de la sociedad norteamericana. Sin embargo, a pesar de que en buena medida ha dejado de ser monocromática — simbolizada por la exclusividad, como país, del prototipo del white-anglosaxon-protestant (wasp)–, y se puede calificar de multicultural multirracial y multiétnica, ello no significa que se haya diluido o mucho menos, perdido, esa naturaleza, de una clase media cuyas representaciones son esencialmente conservadoras. Sin ignorar la heterogénea estructura clasista estadounidense, conformada por la gran burguesía monopolista, la oligarquía financiera, la clase obrera, los trabajadores de servicios, un amplio sector asociado al desempleo, subempleo y la marginalidad, junto al granjero — cual singular expresión del hombre de campo–, acompañada de las correspondientes representaciones ideológicas y psicológicas, es aquella la simbología cultural que presentan los textos de historia, la literatura, el cine y la prensa.
Es importante esta precisión en la medida en que, con frecuencia, se le atribuye a la sociedad norteamericana un perfil tan cambiante y cambiado que se absolutizan sus transformaciones, perdiéndose de vista factores de continuidad. Ello ha llevado a interpretaciones como las que a partir del lugar creciente de las llamadas minorías –como los latinos y los negros–, estimaron que en las elecciones de 2016, las bases sociales y electorales del partido demócrata estaban garantizadas, y auguraban una victoria segura a Hilary Clinton. Desde esa perspectiva, se concluía con cierto simplismo que en esa sociedad ya existían las condiciones que hacían posible que luego de que un hombre de piel negra ocupara la Casa Blanca durante ocho años, ahora era el turno de una mujer.
Con otras palabras, si bien la mayoría de los pronósticos y sondeos de opinión apuntaban con elevados porcentajes de certeza hacia el triunfo demócrata, existía un entramado objetivo de condiciones y factores –insuficientemente ponderado, cuando no ignorado–, que permitía vaticinar la derrota demócrata y el retorno republicano a la Casa Blanca. Ese trasfondo tenía que ver con la crisis que define a la sociedad norteamericana, como ya se indicaba, durante ya más de tres décadas, la cual no sólo se ha mantenido, en medio de parciales recuperaciones –sobre todo en el ámbito económico, propagandístico y tecnológico-militar–, sino que se ha profundizado entre intermitencias y altibajos, en el terreno cultural, político e ideológico. En un lúcido y conocido análisis, Michael Moore se anticipaba a visualizar el resultado de la elección presidencial de 2016[35]. Asimismo, Noam Chomsky aportaba claves analíticas, cuando muchos meses atrás, al referirse a las primarias, señalaba que “haciendo a un lado elementos racistas, ultranacionalistas y fundamentalistas religiosos (que no son menores), los partidarios de Trump son en su mayoría blancos de clase media baja, de las clase trabajadoras, y con menor educación, gente que ha sido olvidada durante los años liberales”[36]. De ese modo, llamaba la atención hacia las bases sociales que podía capitalizar el candidato republicano.
Inicialmente subestimado e incluso satirizado desde el inicio de las primarias, al ser considerado como una burda expresión del voluntarismo de un empresario narcisista, con un discurso anti establishment (probablemente determinado más por oportunismo pragmático que por convicción ideológica), Trump terminó imponiéndose como catalizador del malestar entre aquellos sectores del electorado cuyas condiciones de vida y trabajo se habían visto afectadas en las últimas décadas. Y al convertirse en el candidato oficial del Partido Republicano en la convención nacional, a pesar de su discurso conservador, con matices de extrema derecha y un populismo recargado, pasó a ser considerado como un riesgo para el establishment, inclusive por republicanos tradicionales. El proceso estimula a examinar el contexto sociopolítico y las bases ideológicas del “trumpismo”, en un esfuerzo por comprender lo sucedido y sus implicaciones.
El “fenómeno Trump” y la crisis norteamericana
En el contexto de la doble Administración Obama se profundizó el resentimiento y el enojo de ese sector, integrado por personas blancas, adultas, que fueron golpeadas por la crisis de 2008 y sus secuelas, a los que se identifica como trabajadores de “cuello azul”: individuos con bajos niveles educativos, que perdieron sus casas, sus empleos, cuyos problemas no fueron resueltos ni atendidos por el gobierno demócrata. Trump fue electo por el voto mayoritario del Colegio Electoral, que no fue coincidente, como se sabe, con la votación popular. Se apoyó en esa base social, creó chivos expiatorios y con habilidad logró manipular y captar el apoyo y el voto de ese sector, prometiéndoles que nunca más serían olvidados. Así, lo que a través de la prensa se ha identificado como “el fenómeno Trump”, se explica en buena medida a partir del rechazo a los partidos y políticos tradicionales, pero sobre todo, al resentimiento acumulado –impregnado de una cultura racista, machista y patriarcal– contra un gobierno encabezado por un Presidente negro y ante la posibilidad de que le sucediera en el cargo una mujer. A ello se añadían otros elementos subjetivos, como los derivados de una crisis de credibilidad y confianza más amplia.
Trump ha representado un estilo inédito en los procesos electorales en los Estados Unidos. Su discurso demagógico ha prometido empoderar, con aliento nacionalista proteccionista, al empresario capitalista y al trabajador con precariedad de empleo, quienes le exigirán que cumpla con sus promesas nacionalistas. Ha declarado personas  non gratas a quienes no reúnen las características estereotipadas del wasp, que ha creado el cine de Hollywood, la historieta gráfica y el serial televisivo en torno a la familia norteamericana: blanca, de clase media, disciplinada, individualista, protestante[37]. En la sociedad norteamericana ya existe una cultura política marcada por una concepción hegemónica en torno a los “diferentes”, es decir, las llamadas minorías que en el lenguaje posmoderno son calificadas y consideradas como los “otros”. Trump apela a la visión racista, excluyente, discriminatoria, que el politólogo conservador Samuel P. Huntington estableció en sus escritos tristemente célebres, que argumentaban la amenaza que a la identidad nacional y a la cultura tradicional estadounidense, de origen anglosajón, entrañaba la otredad, encarnada en la presencia intrusa hispano-parlante de los migrantes latinoamericanos[38].
La plataforma que acompañó a Trump tuvo un antecedente no sólo en las propuestas de la nueva derecha que impulsaron, junto a otras corrientes, a la Revolución Conservadora en los años de 1980, sino en el movimiento en ascenso –de inspiración populista, nativista, racista, xenófoba–,  encarnadas luego en el Tea Party. Como contrapartida, descolló la tendencia encarnada por Bernie Sanders, identificada como radical y socialista, que tenía como antecedente al movimiento Ocuppy Wall Street, exponente de una orientación de inconformidad y rechazo ante la oligarquía financiera, que no logró constituirse como fuerza política que rompiese el equilibrio  establecido por el sistema bipartidista ni el predominio ideológico del conservadurismo. Este fenómeno, efímero, pero significativo, respondía al mismo contexto en que nacieron el Tea Party y el “fenómeno Trump”.
       El movimiento conservador cuyo desarrollo se ha hizo notablemente visible al comenzar la campaña electoral a inicios de 2016, alimentado por el resentimiento de una rencorosa clase media empobrecida y por la beligerancia de sectores políticos que se apartan de las posturas tradicionales del partido republicano, rompe los moldes establecidos, evoca un nacionalismo chauvinista, un sentimiento patriotero, acompañado de reacciones casi fanáticas de intolerancia xenófoba, racista, misógina. Es la voz de esa clase media que se considera afectada y hasta herida, reacciona contra lo que simboliza sus males e identifica como amenazas o enemigos: los inmigrantes, las minorías étnicas y raciales, los políticos tradicionales. Intenta reducir la competencia, que considera injusta, propone medidas proteccionistas, se opone a los tratados de libre comercio y pretende que los Estados Unidos sean la nación del sueño americano. Pero sólo para los verdaderos norteamericanos. A esos votantes movilizó Trump.
     En la sociedad norteamericana de hoy se han hecho más intensas y profundas las fisuras en el sistema bipartidista.  Luego de la inimaginable elección de un presidente negro en 2008, ahora se asistió a la no menos inusitada nominación de una mujer presidenciable, con imagen de político tradicional, y de un hombre anti-establishment, cuya proyección totalmente escandalosa, irreverente, iconoclasta, herética, desvergonzada, le hacían ver como no presidenciable.
A pesar de la tardía conciencia de los republicanos tradicionalistas por salvar la imagen y la coherencia de su partido y de la búsqueda de alternativas, se impuso la figura de Trump, con su retórica demagógica y expresiones fanáticas de xenofobia, espíritu anti inmigrante, intolerancia, excentricismo e incitación a la violencia. Los esfuerzos de los republicanos tradicionales y de los neoconservadores por presentar opciones a Trump dejaron claro tanto la polarización al interior del partido, como el hecho de que no se sentían reconocidos con su figura ni con el ideario que pregonaba. No debe perderse de vista que en el partido republicano coexisten grupos muy diversos, con posiciones hasta encontradas, como los conservadores ortodoxos, los variados e inconexos grupos del Tea Party, los cristianos evangélicos, los libertarios y los neoconservadores, siendo estos últimos los principales críticos de Trump, que inclinaron sus preferencias hacia el partido demócrata.
     La cristalización de Trump como precandidato republicano y su desenvolvimiento ulterior hasta la nominación como candidato y elección como Presidente constituye un fenómeno político que emerge a partir de una crisis que trasciende la de los partidos políticos en los Estados Unidos. Trump proviene de un fenómeno que tiene antecedentes desde las épocas de los años de 1960 y 1970, cuando surge lo que se conocería como la nueva derecha y que después se va concretizando cada vez más en lo que se plasmó en la coalición conservadora que floreció en la dé cada de 1980, y en el siglo XXI en el Tea Party.
     Como apuntó Francis Fukuyama, “Trump consiguió, brillantemente, movilizar la parcela descuidada e insuficientemente representada del electorado, la clase trabajadora blanca, y empujó su agenda a la cima de las prioridades del país. Sin embargo, ahora tendrá que entregar, y aquí es donde radica el problema. Ha identificado dos asuntos muy reales en la política norteamericana: el aumento de la desigualdad, que ha golpeado muy duro a la vieja clase obrera, y la captura del sistema político por grupos de interés bien organizados. Desafortunadamente, él no tiene un plan para resolver ninguno de estos problemas”[39]. Podría añadirse que durante los primeros cuatro meses de gobierno, las contradicciones, insuficiencias, dificultades e incoherencias de Trump se han hecho bien visibles, evidenciando esa carencia de un plan o proyecto estratégico general. Podría afirmarse, a la luz de ese período, que desde luego es breve, que la Administración Trump está en crisis. Ninguna de sus principales propuestas legislativas ha sido aprobada. No logra encontrar consenso ni siquiera dentro de su propio partido. No ha podido organizar su equipo de gobierno, sumido en escándalos y contradicciones internas. Se ha enfrentado a la gran prensa, recibiendo sus ataques como nunca antes ocurriera con un Presidente en su primera etapa de mandato, y a la comunidad de inteligencia, siendo objeto de tales cuestionamientos que se habla de someterle a un juicio político, que puede conducir al empeachment, o sea, a su salida de la Casa Blanca. Su popularidad es la más baja de la historia norteamericana en una etapa similar. Sus promesas grandilocuentes, no bastan para articular un programa de gobierno realizable de cara al futuro. Es lógico que así ocurra, habida cuenta de que, como se ha indicado, su propio ascenso a la presidencia ha sido el resultado de los conflictos que vive la sociedad norteamericana, la enorme polarización existente y el descrédito de las instituciones gubernamentales.
 
Conservadurismo, derecha radical y populismo
      La sociedad estadounidense tradicionalmente ha sido muy conservadora, y bajo la influencia de la citada Revolución conservadora, vive un auge de esa orientación ideológica. El “trumpismo”, como se le está denominando a la línea de pensamiento y acción que promueve el actual Presidente, recibe tanto las etiquetas de conservadurismo como las de extremismo derechista y de populismo. ¿Se trata de lo mismo? ¿Cuál es su relación y qué tienen de común y de diferente? Quizás sea oportuno reflexionar sobre los antecedentes, bases y expresiones ideológicas del “trumpismo”.
Esas tres tendencias no son idénticas, si bien comparten no pocos elementos y mantienen estrechas interrelaciones, pudiendo afirmarse que de ellas es el conservadurismo la más general, como corriente que a manera de sombrilla cobija a orientaciones diversas, entre las cuales se encuentran las posiciones de derecha radical, las que a su vez tienden puentes al populismo. En el marco ideológico de la nueva Administración se conjugan las tres tendencias.
El conservadurismo coexiste con el liberalismo dentro del espectro tradicional, en líneas generales, de la ideología burguesa en el capitalismo contemporáneo. Y en el caso de los Estados Unidos, por razones históricas –a diferencia de la situación en Europa y América Latina–, comparten incluso ciertos rasgos fundamentales. El conservadurismo responde al imaginario de la burguesía elitista y proteccionista. La derecha radical refleja posiciones de la clase media, es una expresión conservadora muy específica, diferenciada de otras, como el conservadurismo tradicional y el neoconservadurismo, por la agresividad y el dogmatismo de su discurso y acciones, y al tratarse de una tendencia extremista, se ubica en los límites del espectro mencionado, sobrepasándolo con frecuencia y siendo rechazada incluso por el resto de los conservadores. Habitualmente, se superpone con las expresiones fundamentalistas, fanáticas, de la derecha evangélica, que defienden la moral puritana, y es profundamente anticomunista.  El populismo norteamericano, por su parte, se inscribe generalmente en un expediente ideológico de derecha radical, del cual no se separa en su visión general del mundo, pero restringiendo su proyección a la defensa de lo que considera como “el pueblo”, asumido en términos un tanto difusos, confusos,  con un sentido nostálgico que evoca los ambientes rurales, de los tradicionales granjeros, los sectores populares; el populismo recupera la narrativa de la ética protestante, laboriosidad, individualismo e identidad cultural norteamericana. Rechaza a los extranjeros, a los inmigrantes, a los judíos y a los católicos, a quienes no hablan inglés, y justifica la violencia física para enfrentar esas esos “enemigos” del pueblo estadounidense. El populismo opera, como ideología, a nivel de la gente común.
El pensamiento conservador ha permanecido como una constante dentro de la vida y el debate político estadounidense, compartiendo su existencia con la más arraigada tradición liberal, debido a que desde sus orígenes, las raíces de ambas posturas hallan su legitimidad en las concepciones individualistas, libre-empresariales y recelosas frente a la función del Estado, en consonancia con la teoría política demoliberal en su sentido más amplio. Sin embargo, ese pensamiento en los Estados Unidos dista mucho de tener las características propias del conservadurismo clásico, como por ejemplo, el europeo.
Así, en tanto que la mayoría de las corrientes conservadoras, como las que se simbolizan con el establishment republicano o lo que se conoce como el GOP (Grand Old Party), asumen manifestaciones moderadas que encuentran cabida dentro de las instituciones políticas establecidas, dotadas de una plataforma política coherente, la derecha radical surge en circunstancias de crisis, como movimientos violentos o inusuales por su marcado extremismo. Aunque comparten con los conservadores orientaciones ideológicas, los grupos de derecha radical, como Americans for Conservative Union, National Rifle Association, Moral Majority, John Birch society, se diferencian de éstos por su exagerado énfasis en la autoridad y el intenso nacionalismo, que olvidan las reglas y normas que el modelo demoliberal impone al sistema político, y actúan generalmente fuera de sus límites. Han sido considerados como irracionales, extremistas, fruto de la desesperación, carentes de un proyecto político integrado y una viabilidad social limitada en condiciones de normalidad o ausencia de crisis.
El populismo se ha expresado en la sociedad norteamericana con extrema virulencia contra lo que considera como amenazas, con vasos comunicantes con la derecha radical, con la cual está entretejida, con una base originalmente sureña, anterior inclusive a la guerra civil, y un ideario de ribetes fascistas, fuertemente discriminatorios, nativistas, racistas, xenófobos, machistas y homofóbicos, con una agenda promotora de odio, enojo y resentimiento. La Sociedad John Birch, por ejemplo, es un exponente de la derecha radical, articulada en torno al anticomunismo, pero no posee una impronta populista. Los Know Nothing y el Ku Klux Klan han sido organizaciones típicamente populistas.  El Tea Party, que constituye de cierta manera el antecesor ideológico más cercano a la retórica de Trump, comparte rasgos de una y de otra
En resumen, en el “trumpismo” –al despertar a una nación tradicionalista, nacionalista y temerosa, avivando sentimientos de ira, revancha y recuperación de un pasado–  coexisten y se combinan elementos del conservadurismo, de la derecha radical y del populismo, asumiendo que no deben asumirse estas corrientes como excluyentes o contradictorias, sino como complementarias, aunque no siempre armoniosas. Su implementación en la práctica, más allá del discurso y apariencias, desde luego, está aún por verse.
 
La coyuntura electoral de 2016 en su contexto sociopolítico, económico e internacional
       El desarrollo de las elecciones de 2016 en los Estados Unidos, desde las primarias y   las convenciones partidistas hasta los resultados de los comicios del 8 de noviembre, puso de manifiesto con perfiles más acentuados, como ha ocurrido en situaciones similares en anteriores etapas de la historia norteamericana reciente, la crisis que vive el país desde la década de 1980 y que se ha hecho visible de modo sostenido, con ciertas pausas, más allá de las coyunturas electorales. La pugna política entre demócratas y republicanos, así como las divisiones ideológicas internas dentro de ambos partidos, junto a la búsqueda de un nuevo rumbo o proyecto de nación, definió la campaña presidencial, profundizando la transición inconclusa en los patrones tradicionales que hasta la denominada Revolución Conservadora caracterizaban el imaginario, la cultura y el mainstream político-ideológico de la sociedad norteamericana. Esa transición se troquela en torno a la relación Estado/sociedad/mercado/individuo, teniendo como eje la redefinición del nexo entre lo privado y lo público, entre economía y política. De ahí que la crisis no se restrinja a una u otra dimensión, sino que se trate de una conmoción integral, que es transversal, de naturaleza moral, cultural, y que en sus expresiones actuales, no sea ni un fenómeno totalmente novedoso ni sorprendente.
Los procesos electorales que tienen lugar en ese país al finalizar el siglo XX y los que acontecen durante la década y media transcurrida en el XXI (las de 2004, 2008, 2012 y 2016), han reflejado una penetrante crisis que trasciende el ámbito económico, se expresa en el sistema político y además, en la cultura.
       En el marco de la citada Revolución Conservadora se resquebrajó la imagen mundial que ofrecían los Estados Unidos como sociedad en la que el liberalismo se expresaba de manera ejemplar, emblemática, al ganar creciente presencia el movimiento conservador que se articuló como reacción ante las diversas crisis que se manifestaron desde mediados de la década precedente, y que respaldó la campaña presidencial de Ronald Reagan, como candidato republicano victorioso. Con ello se evidenciaba el agotamiento del proyecto nacional que en la sociedad norteamericana se había establecido desde los tiempos del New Deal, y concluía el predominio del liberalismo, conformando un arco de crisis que trascendía los efectos del escándalo Watergate, la recesión económica de 1974-76, el síndrome de Vietnam y los reveses internacionales que impactaron entonces la política exterior de los Estados Unidos.
Así, el conservadurismo aparecería como una opción que, para no pocos autores, constituía una especie de sorpresa, al considerarle como una ruptura del mainstream cultural, signado por el pensamiento y la tradición política liberal. En la medida en que el país era concebido en términos de los mitos fundacionales que acompañaron la formación de la nación, y percibido como la cuna y como modelo del liberalismo, el hecho de que se registrara su quiebra era un hecho sin precedentes en la historia norteamericana.
Las expectativas que se crearon desde los comicios de 2008 y de 2012, cuando Obama se proyectaba como candidato demócrata, esgrimiendo primero la consigna del cambio (change) y luego la de seguir adelante (go forward), formulando  las promesas que en su mayoría no cumplió, son expresión de lo anterior, a partir de la frustración que provocara la falta de correspondencia entre su retórica y su real desempeño en su doble período de gobierno, junto a otros acontecimientos traumáticos que conllevaron afectaciones en la credibilidad y confianza popular, como las impactantes filtraciones de más de 250 mil documentos del Departamento de Estado a través de Wikileaks.  De hecho, si bien las proyecciones político-ideológicas de Obama desde sus campañas presidenciales en 2008 y 2012 sugerían un retorno liberal, en la práctica su desempeño nunca cristalizó en un renacimiento del proyecto liberal tradicional, el cual también parece estar agotado o haber perdido funcionalidad cultural.
La cartografía electoral de 2016 en los Estados Unidos fue el fruto de un cambio significativo producido por el ascenso del puritanismo conservador. Ese proceso ideológico impactó el sentido y contenido de la campaña electoral. Lo que se conoce como la video política, o la tecno política, se enfocaron en las emociones, subyugando así la mercadotecnia electoral, que tradicionalmente se orientaba por el rational y el public choice. Trump marcó esta tendencia, en buena medida, a partir del empleo de una campaña de contraste, que atrajo y polarizó la agenda de su adversaria –Hilary Clinton– hacia el discurso de Trump, aunque él contó con relativamente menores recursos financieros publicitarios. Así, los resultados electorales produjeron un complejo mapa cuyo trasfondo no dependió de las tradicionales variables socioeconómicas referentes a tendencias generales del salario, del empleo, de la educación, de la salud. La sociología electoral, tan funcional en los estudios sobre procesos eleccionarios en los Estados Unidos, no es capaz de registrar el impacto incierto y volátil de la crisis global y sistémica en torno al debate sobre la desigualdad social: ¿cómo medir el fanatismo, el enojo de las personas que perdieron su casa y su empleo, el empobrecimiento y deterioro de la clase media transformados en desconfianza o desapego del sistema político? Junto con la desafección política expresada en el tradicional abstencionismo y el desencanto frente a ambos candidatos presidenciales, de electores que no creyeron en el voto útil por “el menos peor”, habría que buscar la explicación en la incapacidad del sistema político para procesar el desacuerdo, en la creación de una cultura política sobre el populismo de origen puritano, “nativista”, que hizo creer en Trump como portador de soluciones para un electorado focalizado estratégicamente desde una matriz interna de la colonialidad del poder. Racismo, machismo patriarcal, caudillismo de corte mesiánico. La salvación de unos frente a la discriminación y exclusión de otros[40].
Otro elemento a considerar en el análisis de las razones por las que Trump ganó en las elecciones de 2016, se encuentra en su contrincante. Hillary Clinton, cuestionada por su polémico desempeño como secretaria de Estado, su ausencia de carisma natural, y sus históricos vínculos con el establishment político y económico, no logró convencer a una parte del electorado que prefirió correr el riesgo de votar a favor de Trump, aún y cuando ella recibiera la mayor parte del voto popular.
Lo que ocurre en los Estados Unidos no puede comprenderse al margen del dinamismo económico ni de los cambios en el sistema internacional. En este sentido, no deben perderse de vista las repercusiones de la gran crisis económica y financiera que tuvo lugar entre 2007 y 2009, al concluir el “ciclo largo” de altos precios de las materias primas y modificarse la posición de ese país como dependiente de la importación de hidrocarburos, al incrementarse su producción a partir de la fracturación hidráulica y la perforación horizontal. Tampoco se pueden subestimar las tendencias que confluyen en el ámbito geopolítico, en cuyo marco, por ejemplo, la Unión Europea ha sido conmocionada por la combinación de efectos derivados de la interrelación entre la crisis económica  y la  acentuación de las problemáticas migratorias, lo cual ha conllevado  el ascenso de  brotes nacionalistas, con algunos rasgos de chauvinismo o de un fascismo atemperado al momento actual, junto a los posicionamientos de actores internacionales que acrecientan su papel en el sistema internacional, como China y Rusia, y la dinámica política en América Latina, donde se registran reveses de los procesos progresistas, emancipadores, de izquierda, y la recuperación de espacios por parte de tendencias de derecha.
Ante esa amplia gama de situaciones, Trump ha definido su controversial agenda, con elementos de proteccionismo y de neoliberalismo en el terreno económico, favoreciendo el auge del presupuesto militar, en medio de declaraciones contrarias al libre comercio, acciones contra el mundo musulmán y el terrorismo, los inmigrantes y una política exterior que incluye, entre otros pasos, su reciente gira por el Medio Oriente y Europa. Su obsesión con la frontera mexicana, las promesas de concluir la construcción del muro y su esperable respaldo a los gobiernos y fuerzas de derecha que se abren paso en el hemisferio, forman parte de su expediente gubernamental.
Los Estados Unidos han dejado de ser hace tiempo el país que los norteamericanos creen que es, o dicen que es. Las contradicciones en que ha vivido y vive hoy, en términos ideológicos y partidistas no pueden ya ser sostenidas ni expresadas por la simple retórica. Escapan a la manipulación discursiva tradicional –mediática, gubernamental, política–, y colocan al sistema ante dilemas que los partidos, con sus rivalidades, no están en capacidad de enfrentar, y que no llegan a cristalizar en un nuevo consenso nacional. Aquí radican los retos que en el plano ideológico y sociopolítico debe enfrentar el “trumpismo” con su lenguaje basado en el resentimiento, difícil de encasillar en una corriente ideológica específica, si bien se nutre, según se ha argumentado, de una mezcla ecléctica de conservadurismo, extremismo de derecha radical y de populismo nativista. Y que, a la vez, apela a la filosofía del Destino Manifiesto, a través de los nuevos slogans chauvinistas, patrioteros, America First y Make Great America Again, dirigidos a devolverle a los Estados Unidos su rol mesiánico en la arena mundial, y a reparar las grietas en la autoestima de la nación.
Quizás la principal tarea que requiere el análisis actual del imperialismo norteamericano deba proyectarse hacia las tendencias que prevalezcan en el corto, mediano y largo plazo, más allá de la coyuntura electoral de 2016, en su camino hacia la de 2020, ponderando las contradicciones y consensos de las élites de poder, las posibilidades y los límites de las ideologías reaccionarias que se manifiestan (conservadoras, populistas, de extrema derecha), de sus implicaciones políticas internacionales y de los condicionamientos económicos que determinarán su alcance.
 
“Por un mundo de paz sin bases, instalaciones y enclaves militares extranjeros”

DECLARACIÓN FINAL

Quinto Seminario Internacional de Paz y por la abolición de las bases militares extranjeras

“Un mundo de paz es posible”

Guantánamo, 4, 5 y 6 de mayo de 2017

El Quinto Seminario Internacional de Paz y por la Abolición de las Bases Militares Extranjeras se realizó nuevamente en Guantánamo, la más oriental provincia cubana y primera trinchera antiimperialista de América por tener una parte de su territorio ilegalmente ocupado por una base militar extranjera en contra de la voluntad de su pueblo.

Esta nueva edición del Seminario contó con un total de 217 participantes de 32 países entre los que se encontraron líderes del Consejo Mundial por la Paz (CMP) y de sus organizaciones miembros, así como personalidades, luchadores por la Paz, antibelicistas y amigos solidarios de Cuba procedentes de Angola, Argentina, Australia, Barbados, Bolivia, Bostwana, Brasil, Canadá, Chad, Chile, Colombia, Comoras, Cuba, El Salvador, España, Estados Unidos, Guinea Bissau, Guyana, Honduras, Italia, Japón, Kiribati, Laos, México, Nicaragua, Palestina, Puerto Rico, RASD, República Dominicana, Seychelles, Suiza y Venezuela.
Los participantes constataron que el evento se desarrolló en el contexto de una compleja situación internacional caracterizada esencialmente por la permanencia de la agresividad del imperialismo estadounidense y de sus aliados de la OTAN que intentan reconfigurar un nuevo mapa mundial acorde con sus intereses geopolíticos y geoestratégicos y para lo cual incrementan su injerencia en naciones de todos los continentes y la opresión a sus pueblos.
Para lograr esos objetivos de intervención, dominación y chantaje contra los pueblos del mundo, el imperialismo se apoya en un conjunto de herramientas entre las que sobresale la proliferación de bases e instalaciones militares en numerosos países del planeta.
En esencia, es Estados Unidos, el país que mayor número de bases detenta en todo el orbe seguido de sus socios imperialistas de la OTAN, y es el que posee el mayor arsenal nuclear en la historia de la humanidad.
A lo anterior se adiciona la persistencia de la aguda crisis económica del capitalismo que, entre sus efectos más negativos, ha acrecentado la miseria, el hambre, la pobreza y las desigualdades en las naciones del llamado Tercer Mundo.
Las guerras injerencistas han afectado la estabilidad de varios países del Oriente Medio y de África, provocado como consecuencias los fenómenos migratorios masivos y desordenados que han causado la muerte en el mar de un gran número de inmigrantes que procuraban refugio en naciones europeas, que por lo general los rechazan.
A ese inestable contexto global se suma ahora la presencia de una nueva Administración republicana en Washington que ha generado innumerables cuestionamientos, críticas y un gran escepticismo, y cuyas acciones militares más reciente hacen sonar los tambores de una guerra de devastadoras consecuencias para la humanidad.
En América Latina y El Caribe, el imperialismo y sus lacayos de turno de las oligarquías nacionales de varios países, intentan revertir el proceso de cambios progresistas iniciado por fuerzas de la izquierda hace ya más de una década, y pretenden restablecer las políticas neoliberales que tanto daño causó a los pueblos de la región.
Para ello el imperio y sus acólitos, apelan a una sucia guerra económica, política y mediática dirigida a confundir a los pueblos y a destruir el entramado de logros sociales alcanzados por gobiernos progresistas en Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, Ecuador, Nicaragua, El Salvador y otros, donde hoy se dirime el futuro de toda la región.
En ese contexto, cobra mayor vigencia la Proclama de América Latina y El Caribe como Zona de Paz aprobada por la II Cumbre de la CELAC realizada en La Habana en enero de 2014 como el compromiso político de mayor envergadura adoptado por todos los Estados latinoamericanos y caribeños, reafirmado en las Declaraciones emitidas en la IV Cumbre efectuada en Quito, Ecuador, en enero de 2016, y en la V Cumbre realizada en Punta Cana, República Dominicana, en enero de 2017.
Reconociendo a las personas que luchan en el mundo por la Abolición de las Bases Militares Extranjeras y por lo expuesto con anterioridad, este Quinto Seminario Internacional llama a redoblar la lucha contra las acciones agresivas imperialistas que amenazan a la paz mundial.
Lo luchadores por la paz reunidos en Guantánamo también nos
COMPROMETEMOS A:
ü  Denunciar sistemáticamente la agresión y la injerencia  económica, política y militar del imperialismo estadounidense y sus aliados de la OTAN.
ü  Alertar a los pueblos sobre los peligros de una conflagración nuclear mundial de incalculables consecuencias para la humanidad.
ü  Demandar el cierre de las bases, instalaciones y enclaves militares foráneos y el retiro inmediato de las tropas de ocupación extranjeras de los países donde se encuentran desplegadas.
ü  Continuar reclamando a Estados Unidos que devuelva a Cuba y a su pueblo el territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval de Guantánamo, y el levantamiento del bloqueo económico, comercial y financiero.
ü  Ampliar la divulgación del contenido de la Proclama de América Latina y El Caribe como Zona de Paz dada su actualidad y vigencia en el contexto político latinoamericano y caribeño.
ü  Fortalecer la lucha mundial contra el terrorismo, denunciando que sus acciones benefician a los objetivos del imperialismo.
ü  Multiplicar las acciones de la campaña internacional por un mundo de paz sin armas nucleares, químicas y bacteriológicas y revelar su presencia en bases e instalaciones militares foráneas.
ü  Denunciar las acciones en contra del medio ambiente y la salud de las poblaciones donde se encuentran enclavadas las bases militares extranjeras.
ü  Expresar la más amplia solidaridad con los países y pueblos bajo dominio colonial en El Caribe y en Sudamérica donde hay presencia militar extranjera como en Puerto Rico y en las Islas Malvinas, Georgia y Sandwich del Sur.
ü  Mantener la denuncia de las acciones intervencionistas del imperialismo y la oligarquía contrarrevolucionaria en Venezuela dirigidas a destruir el proceso bolivariano, lo que representa, además, una clara amenaza a la paz en la región.
ü  Incentivar la solidaridad con los demás procesos progresistas latinoamericanos y caribeños y con el proceso soberano de integración regional, hoy amenazados por el imperialismo.
ü  Expresar la más amplia solidaridad con los países y pueblos árabes bajo dominación colonial, ocupación y guerras de agresiones imperialistas y sionistas en Palestina, Siria, Irak, Líbano y la RASD. De igual modo, nos solidarizamos con los prisioneros palestinos en huelga de hambre y exigimos la liberación de todos los patriotas de ese país en ejemplar resistencia.
ü  Seguir ofreciendo el más decisivo apoyo a la exitosa culminación del proceso de paz en Colombia.
ü  Manifestar el más irrestricto respaldo a Bolivia en su justo reclamo por la salida al mar.
ü  Condenar las políticas proteccionistas y las amenazas de la nueva administración estadounidense contra los migrantes.
Los participantes en el Quinto Seminario Internacional de Paz y por la abolición de las Bases Militares Extranjeras acordaron trasmitir un fraternal saludo y el reconocimiento al pueblo de Guantánamo y a sus autoridades por la cálida acogida dispensada y las facilidades extendidas para la exitosa culminación del evento.
Asimismo extendieron su saludo a todo el pueblo cubano que continúa realizando un gran esfuerzo por alcanzar una sociedad socialista más justa, próspera y sostenible, y rindieron homenaje a la memoria del líder indiscutible de la Revolución Cubana, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Guantánamo, Cuba, 6 de mayo de 2017.
 
[1]Ver en “Propósitos”. José Martí. Revista Venezolana. Caracas. 1.7.1881. También en Obras Completas. Volumen 7. Pág. 197.
[2]El General de Ejército Raúl Castro insiste en que el compromiso de los revolucionarios, militares o civiles, debe expresar un sentido de la vida. Se recomienda ver el Discurso pronunciado en la clausura de la V Reunión de Secretarios del Partido en las FAR, 17 de mayo de 1984. Aparece en Revista Verde Olivo, 24 de mayo de 1984.Retoma el tema en Entrevista a la periodista Magali García Moré. “Se logró lo que todos soñábamos”. Revista Bohemia 11 de marzo de 1988. No. 11. P. 26.
[3]Fidel Castro. Discurso en el acto de despedida de duelo a nuestros internacionalistas caídos durante el cumplimiento de honrosas misiones militares y civiles, El Cacahual, 7. 12.89.
[4]El Diario del Che en Bolivia. Editora Política. La Habana. 1988. Página 296
[5] Este es uno de los temas, junto al referido al ejercicio de la democracia en el socialismo, que los cubanos estamos en plena capacidad de debatir y que, además, es necesario debatir. Ambos forman parte, además, de los asuntos que la izquierda marxista latinoamericana está en condiciones de rescatar.
[6]Fidel Castro. Discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, 17.11.2005
[7]Fidel Castro. Discurso pronunciado en la plenaria provincial de la CTC, celebrada en el teatro de la CTC, 3 de septiembre de 1970, “Año de los Diez Millones”.
[8]El sociólogo cubano Fernando Martínez Heredia ha argumentado con amplitud esta idea, a partir de un estudio riguroso del pensamiento político de Fidel y el Che, así como de la experiencia revolucionaria cubana.
[9]“El socialismo y el hombre en Cuba”. Ernesto Che Guevara. Editora Política. La Habana, 1988.
[10]Posición expresada por el General de Ejército Raúl Castro, el 5 de Marzo de 2017, ante la XIV Cumbre del ALBA-TCP. Ella retrata uno de los valores morales más exaltados en el discurso político cubano, y presente en la práctica de su dirección histórica. Forma parte esencial del sistema de valores que el Socialismo cubano deberá consolidar en el futuro
[11]Fidel no solamente repara en los factores sociales que condicionan la conducta de los individuos, con frecuencia incursiona en elementos más profundos de la conducta humana, ligadas a la familia y al propio proceso de desarrollo de cada personalidad. En su memorable intervención del 17.Nov.05, en la Universidad de La Habana, afirma: “El hombre es un ser lleno de instintos, egoísmos, nace egoísta, la naturaleza le impone los instintos, la educación le impone las virtudes…”. Unos días antes, el 28.Oct.05, dijo: “…Una revolución es el triunfo de la virtud sobre el vicio, es el triunfo del honor sobre la deshonra, es el triunfo de la integridad moral y patriótica sobre el mercenarismo y el vicio…”.
[12] Fidel tuvo en mente siempre la tesis martiana de crear un partido que fuese portador de los mejores valores patrios y con una radical vocación unitaria. En fecha tan temprana como 1962 afirma: “(…) Lo mejor debe ser el Aparato Político, la vanguardia de la clase obrera, no la Administración. La Administración del Estado socialista, debemos procurar que sea buena, pero más importante que la administración es el Partido (…)”. Discurso del 5 Mayo de 1962. Un mes después retoma el tema y dice: “El Partido no es prebenda, es sacrificio” (Discurso del 27 de junio de 1962).
[13]Discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz en la XIV Cumbre del ALBA-TCP.
[14]La afirmación textual es: “A un plan obedece nuestro enemigo: al plan de enconarnos, dispersarnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer, por fin, a nuestra Patria libre. Plan contra Plan”.  Artículo “Adelante, juntos”. José Martí.  Obras Completas. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 1975. Tomo II. Página 15
[15]Artículo “El día de Juárez”. José Martí. Periódico Patria. 14 de julio de 1894.
[16]Presentación del Informe de Cuba sobre la Resolución 70/5 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, titulado Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba, por Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Re­la­cio­nes Exteriores, ante la prensa nacional y extranjera acre­ditada en La Habana, en el MINREX, el 9 de septiembre de 2016, “Año 58 de la Revolución”. (Versiones Taquigráficas-Con­sejo de Estado)
[17]Así se define el proceso de rectificación llevado a cabo por Cuba, bajo la dirección de Fidel Castro, a partir de abril de 1986, el cual buscó transformarlo en una respuesta de masas para erradicar fallas en el funcionamiento de la economía y de la sociedad en su conjunto. Los debates promovieron el pensamiento creador del pueblo y fueron un incentivo al desarrollo de la democracia socialista.
[18]El 28.1.90, antes de la desaparición de la URSS, Fidel, en el discurso de clausura del XVI Congreso de la CTC, se pregunta: “Qué significa período especial en tiempo de paz? Que los problemas fueran tan serios en el orden económico por las relaciones con los países de Europa oriental, o pudieran, por determinados factores o procesos en la Unión Soviética, ser tan graves, que nuestro país tuviera que afrontar una situación de abastecimiento sumamente difícil. Téngase en cuenta que todo el combustible llega de la URSS y lo que podría ser, por ejemplo, que se redujera en una tercera parte, o que se redujera a la mitad por dificultades de la URSS, o incluso que se redujera a cero, lo cual sería equivalente a una situación como la que llamamos el período especial en tiempo de guerra. No sería, desde luego, tan sumamente grave en época de paz, porque habría aún determinadas posibilidades de exportaciones y de importaciones en esa variante. Debemos prever cuál es la peor situación a que puede verse sometido el país a un período especial en tiempo de paz y qué debemos hacer en ese caso. Bajo esas premisas se está trabajando intensamente. La posterior desaparición de la URSS y del Campo Socialista, generó impactos económicos, tecnológicos y sociales muy superiores a los estimados inicialmente por el Líder Histórico de la Revolución.
[19]De forma oportunista y aviesa, las élites de poder de Estados Unidos y el gobierno de este país unieron esfuerzos para asfixiar a la Revolución Cubana, a partir de la hipótesis de que la pérdida del mercado soviético colocaría a Cuba en situación de colapso económico y, en consecuencia, ello la llevaría a una eventual crisis política. Aparecen con este objetivo la Ley Torricelli, la Ley Helms Burton y otras medidas de similar factura e intencionalidad. Todas fracasaron.
[20]En esta Reflexión, Fidel Castro, frente a las ofertas demagógicas de Obama, responde No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta”.  [email protected] . 28 .3.16
 [21]El documento con la propuesta de Conceptualización revela con precisión las principales realidades, objetivas y subjetivas, de la Sociedad cubana actual, en particular de su economía, y formula importantes propuestas alternativas para desde ellas profundizar el proceso de construcción socialista. Se trata, en este sentido, de una propuesta limitada al modelo de desarrollo económico y social, no una visión que pretenda abarcar todo el debate que supondría pensar el Socialismo cubano en su integralidad.
[22]Se recomienda leer los valiosos análisis de José Luís Rodríguez sobre la evolución de la economía cubana, entre ellos “La economía política y la cultura de la Economía…”, “Factores claves en la estrategia económica actual de Cuba”, “El proceso de transformaciones económicas en Cuba…” y “Cuba: el desbalance financiero…”, así como “Economía Política de la Transición”, de Víctor Figueroa Albelo.
[23]Tres jóvenes periodistas cubanos confrontan la tesis de olvidar la historia, defendida por el expresidente Barack Obama y John Kerry, su exsecretario del Estado, en “El reto de construir un futuro sin olvidar el pasado”. [email protected].
[24] Ver anexo “Las históricas ambiciones de la elite de los Estados Unidos respecto a Cuba”
[25]José Martí. Carta a Manuel Mercado. Obras Completas. Tomo XX. Epistolario. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975 También en http://www.granma.cubaweb.cu. La expresión de Martí es dura, sin dudas, porque retrató en su momento el verdadero rostro de las intenciones de las élites estadounidenses hacia nuestro pueblo. Dichas intenciones no han cambiado en su esencia, sí en algunas formas. Pero lo importante es la esencia.
[26] “El obstáculo fundamental que hemos enfrentado, tal y como previmos, es el lastre de una mentalidad obsoleta, que conforma una actitud de inercia o de ausencia de confianza en el futuro”. Esta expresión del General de Ejército Raúl Castro en su Informe al VII Congreso del PCC, es apenas una de las tantas muestras de su sentido autocrítico, del magisterio compartido por él y Fidel, por el Che y la generación fundadora de la Revolución. El Informe al VII Congreso no hace autoelogios ni concesiones a las fallas y los errores: comienza por las autocríticas, pero jamás pierde de vista las potencialidades de la Revolución.
[27]Ensayo “Estados Unidos-Cuba: 0cho mitos de una confrontación histórica”. Elier Ramírez Cañedo. Cubadebate. 22.2.16.
[28]Ibídem.
[29]Lugarteniente General del Ejército Libertador. Fue un maestro en el empleo de la táctica y la estrategia militar, jefe de elevado prestigio. Como guerrero incansable, se calcula que intervino en más de 600 acciones combativas, entre las que se cuentan alrededor de 200 combates de gran significado. Fue protagonista y líder de uno de los hechos más importantes de la historia cubana de todos los tiempos: la protesta de Baraguá, símbolo de la decisión cubana de no aceptar rendición alguna ante nuestros enemigos, bajo ninguna circunstancia. Para José Martí, “Maceo tiene tanta fuerza en la mente como en el brazo. Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo”.
[30]En “La insurrección cubana: crónicas de la campaña”. Tesifonte Gallegos. Imprenta central de los ferrocarriles. Madrid. 1897. Página 132
[31]José Martí. Carta a Manuel Mercado. Obras Completas. Tomo XX. Epistolario. Página 161. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. También en http://www.granma.cubaweb.cu
[32]Fidel Castro. Mensaje a la Federación Estudiantil Universitaria, 26.1.15. www.granma.cu
[33]Elier Ramírez Cañedo aporta elementos importantes sobre este tópico en “Fidel Castro y la “normalización” de relaciones con los Estados Unidos”. www.fidelcastro.cu .            Agosto 2016. Del propio autor y Esteban Morales Domínguez, ver “De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de los Estados Unidos hacia Cuba”. Editorial de Ciencias Sociales, 2da edición ampliada. La Habana, 2014.
[34]Granma. 30.12.15. Discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz en el VI Periodo Ordinario de Sesiones de la Octava Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP)
[35] Véase Michael Moore, “El próximo presidente de EEUU será Donald Trump”, en:http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/07/29/michael-moore-el-proximo-presidente-de-eeuu-sera-donald-trump/#.WCOyd9UrPcc
[36] Noam Chomsky, “Trump es el triunfo de una sociedad quebrada”, en La Jornada, www.jornada.unam.mx, 24 de febrero de 2016.
[37] Véase Marco A. Gandásegui (hijo), “EE UU, elecciones 2016”, en Dossier Especial sobre Elecciones USA, en el sitio web de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS): sociología-alas.org.
[38] Véase Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense., Editorial Paidós, México, 2004.
[39]Francis Fukuyama, “Trump and American Political Decay. After the 2016 Election”, en Foreign Affairs, 9 de noviembre, https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2016-11-09/trump-and-american-political-decay.
[40]Véase Jaime Preciado Coronado, “Entre el desacuerdo y el fascismo societal invertido. Elecciones e imaginario democrático en Estados Unidos”, en Dossier Especial sobre Elecciones USA, en el sitio web de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS): sociología-alas.org.